V. Embriaguez

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La famosa idea increíble del fin de semana no había sido más que una noche de karaoke en una de las propiedades del señor Pérez. En un penthouse bastante amplio y bonito, ubicado al centro de Manhattan, Max y Carlos tenían que escuchar los gritos descabellados y risas de un puñado de chicos apenas entrados en sus veintes.

Charles y Sergio fungían como buenos anfitriones, pues ellos mismos preparaban bebidas cargadas lo suficientemente para que rápido el resto pudiera cantar a gritos en el karaoke que aquella chica, Carola, ya había abierto con una buena racha de canciones ochenteras en español.

El resto de chicos que los acompañaban cantaban con ella aunque no supieran ni un carajo lo que decía, reían y bebían como si no hubiera un mañana, y tan solo eran las 6 de la tarde. Por experiencias propias, ambos mayores estaban seguros de que antes de las 10, todos esos niños estarían entrando en un aparatoso estado de ebridad que les provocaría resacas de una semana.

-¡Hey! Dame otra igual, Charles -habló con voz arrastrada uno de esos chicos-. Por favor. ¡Pónganme una canción! ¡Yo quiero cantar!

El chico se puso de pie tambaleante, y sonrió con muy notable coquetería hacia los dos guardaespaldas. Sin darse cuenta, el tipo se sacó la camiseta y comenzó a cantar en un arrastrado francés que definitivamente hizo reír a Sainz.

-¿Qué se supone que canta? -preguntó Sainz mirando al rubio de reojo-.

-No sé. No hablo francés -su mirada neutra y rostro lleno de seriedad se vió interrumpido cuando ese chico gritó desafinado, se cayó del sofá donde estaba de pie y las risas de los demás, junto con la de Carlos, estallaron-. Es un idiota.

-¡Qué estúpido eres, Lando! -la risa fuerte y burlona de Sergio resonó aún más que las otras-. ¡Ay, no puedo! ¡Ya me duele el estómago!

-Tengo hambre, pide pizza -otro de ellos picó juguetón las mejillas de Pérez-. Pizza. Pizza. Pizza. Quiero pizza.

-¿Quieren cenar pizza? Iré por unas. Esperen aquí -trató de ponerse de pie, y aunque sabía que no estaba tan ebrio como Lando y el resto, sus pies ya tambaleantes lo delataron un poco y lo hicieron reír-.

La vista de Max recorrió por completo el panorama; supo de inmediato que nadie estaba en condiciones de conducir para ir por una pizza, así que antes de que Sergio pudiera caminar con el afán de salir, el belga se acercó a él y lo sentó de nuevo.

-Yo iré. No puede manejar en esas condiciones y lo más conveniente es que espere aquí.

Sergio no se sentía ebrio, pero pensó que quizá sí lo estaba cuando pudo ver de muy cerca el rostro de su guardaespaldas y se vió atrapado en los varios lunares que decoraban este. En ese lunar que se ilustraba en su labio superior. O en esos orbes azules hipnotizantes que parecía que brillaban por sí solos.

Saliendo de su trance, se zafó del agarre del rubio y bufó.

-Eso esperaba que hicieras. Dos pizzas de lo que quieras, me da igual -le extendió su tarjeta-. Paga con mi tarjeta.

-Dos pizzas hawaianas con mucha piña. Hecho -fingió más seriedad de la común en él-.

-¡No me gusta la piña, idiota!

Verstappen salió del lugar sin decir más, y entonces, luego de unos minutos de extraño silencio y otro par de canciones a grito abierto, todos giraron su vista al español que los miraba fijamente.

-Carlos -habló Leclerc con la voz ligeramente arrastrada y una risita boba-. Lando quiere que cantes algo para él -lo señaló burlón-.

-¿Yo?

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora