VIII. Enojo y recuerdos

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Después de la noche del club con resultados desastrosos, Sergio y Charles no habían tenido más ideas para los próximos fines de semana, así que no hubo nada más en las siguientes tres.

Lando había terminado con la nariz rota gracias a la golpiza que Charles le había dado, y según palabras del monegasco, Carlos había conseguido un buen regaño de los señores Leclerc por el poco cuidado que le dió al muchacho.

Por su parte, Checo no tenía quejas, al contrario. Desde esa noche y días siguientes, sus padres se mostraban más contentos de que su retoño no estuviera metido en líos, y las felicitaciones hacia él y Max no se hacían esperar.

"Haz podido mantener a raya a nuestro hijo, Max. Eso es excelente."

Y aunque odiaba la forma tan egocéntrica del rubio en admitirlo, también le sorprendió la primera vez que le dió mérito a él.

"Su hijo también ha puesto mucho de su parte, señora Lu. Sergio es un buen muchacho, solo le hacía falta un empujoncito".

Y ahí, justo ahí, fue cuando descubrió que quizá no era tan malo, pero aún así lo quería fuera de su casa.

Sin pensarlo, ya se había cumplido un mes desde que Verstappen era su gorila mal encarado, y no había un solo día en que el mayor estuviera lejos de él (excepto por esos miércoles de descanso). Y aunque no quería aceptarlo aún, porque tenía la idea de sacarlo de su casa, la empatía entre ambos crecía poquito a poquito.

Aunque luego de esos tantos días, las ideas de fin de semana volvieron, y salieron a relucir mientras tomaban el almuerzo en la universidad.

—Hay que ir a la playa, Checo —Leclerc mostró una sonrisa animada—.

—Siempre quieren ir a la playa, ya saquense otro destino, wey. Además, ¿que no dijiste que no te van a dejar salir fuera de la ciudad por lo de...?

—¡No me menciones a ese idiota! —se exaltó solo de recordarlo—. Por su culpa mi papá me regañó y mi mamá no me ha hecho galletitas.

—Oh, pobrecito. Sus galletitas —Carola lo mimó con un puchero dibujado en los labios, a lo que el castaño correspondió como si fuera un pequeño gatito, buscando que le acariciaran—.

—¡Pero es que...! Solo a ti se te ocurrió golpear así a Lando —el de pecas soltó una risa escandalosa solo de recordar—. Mira, lo que vamos a hacer, es que a esa perrita ya no lo vamos a invitar. ¡Y lo siento! Pero no se controla; tiene impulsos de prostituta.

—Tienes razón, Sergio Michel Pérez. Tus pensamientos claros y decisivos —la castaña lo señaló fijamente con una sonrisa—. ¡Oigan! ¿Y si vamos a la cabaña de mis papás en Livingstone?

—Estaría de lujo —asintió—. Hay que hacer una lista bien detallada de a quienes vamos a invitar, porque Pierre ni siquiera convive y si no queremos que se difundan chismes y fotos de lo que hagamos, George no puede ir, por lo tanto Carmen tampoco.

—Pues entonces solo vamos los de siempre, excepto la zorra de Norris —Charles sonrió como si hubiera tenido la idea más brillante de todas—. Nosotros tres, Lance, Lewis, Lizzie, Maggie y Steve.

—Perfecto. Ah, no lleves a tu guardaespaldas ahora —Pérez señaló al castaño y siguió comiendo—. No quiero verlos ahí.

—¿Qué?

—Eso, no quiero verlos ahí. Estoy trabajando en algo para sacar a Max de mi casa, quiero platicarles los detalles a todos y si están ahí, pues ya sabes, no se va a poder.

—Checo, ¿de qué chingados estás hablando? —la chica lo miró con confusión y hasta algo de enojo—. Creí que querías incluirlos más con nosotros.

—¡No! Guácala —carcajeó—. Solo quiero hacer que Max confíe un poquito y luego sacarlo, ya sabes. Ser libre otra vez —pasó sus manos por su cabello, en un vanidoso intento de verse mejor—.

—¡O sea que...! ¡Me mentiste esa vez, Sergio! —Charles se puso de pie; un gesto bastante molesto y decepcionado se dibujaba en su rostro—. Dijiste y me juraste que no tenías intención de hacer una grosería con ellos, ¿y qué pasa? ¡Que yo tenía razón!

—¡Charles, siéntate! —rió—. ¿Por qué te alteras?

—Porque eres una mierda, Checo —lo señaló mientras tomaba sus cosas—. Eres un mentiroso y eres...

—Charlie, cálmate y siéntate —Carola miraba a ambos, con miedo de que pudieran decirse algo hiriente—.

—No. No, Caro. ¿Por qué él tiene que ser así? —señaló—.

Sergio no pudo decir nada, solo bajó la mirada mientras comenzaba a juguetear con sus dedos y sentía como una presión poco a poco se adueñaba de su pecho. Centenares de recuerdos volvieron a su mente, y mientras Charles parecía discutir algo con Carola, él se puso de pie y empujó al monegasco.

—Si no te parece, vete a la mierda, Leclerc —gruñó—. No eres el primero que se molesta por lo que soy o hago —una sonrisa ácida se dibujó en sus labios, mismos que luego mordió, tratando de no llorar—.

—No se trata de eso, Checo. Por favor, siéntense los dos...

—No te necesito, Charles. Vete de aquí.

El castaño asintió, razonando en que ambos estaban molestos y si continuaba ahí, solo podría causar algo mayor. Se alejó poco a poco, y cuando Carlos se le acercó (luego de que él y Max hubieran ido a almorzar por su parte), le regaló una sonrisa triste, cosa que hizo que el español lo siguiera sin pensarlo.

Carola estaba asustada, pero más aún preocupada por Sergio, quién solo dejó su comida a la deriva, se puso de pie y empujó a Max que apenas iba llegando con él.

—Quítate. Vámonos.

—¡Checo! ¡Checo, espérate! —la chica lo siguió a paso apresurado, de la misma forma que el rubio—. ¡Sergio! —lo detuvo de la mano—.

—Ni se te ocurra defenderlo, Carola Martínez. Aunque no es mentira lo que dijo, ¿verdad? Soy una mierda. Saúl lo dijo también una vez —aquella sonrisa en sus labios expresaba todo, menos felicidad—.

—No digas eso. Sabes que no es cierto.

—¡Es cierto, y se los voy a demostrar una y otra vez si eso quieren!

Dejando a la joven con las palabras en la boca, Pérez se fue de ahí hasta que subió a su auto y lloró como si su vida dependiera de ello, sin importarle que Max lo escuchaba y observaba con detenimiento.

¿Quién había lastimado tanto a ese niño para que llorara así solo de mencionarlo?

[…]

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora