VI. Engaño

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Abrir los ojos nunca había sido una tortura para Sergio, ni siquiera en sus peores borracheras. Pero en esa ocasión, la cabeza le dolía más de lo normal y no soportaba ni el más mínimo ruido, incluyendo los ronquidos de Charles.

Cállate el hocico ya, Leclerc —murmuró con hastío y enfado—. ¡Cierra la boca que no me dejas...! —se sentó en el mullido colchón y, tomando ferozmente su almohada, la apretujó contra el rostro del castaño—. ¡Cállate, cállate ya! ¡Deja de roncar como campesino, idiota!

El castaño se despertó asustado en sobremanera, trató de alejar las manos de su amigo y gritó lo más fuerte que pudo.

—¡Checo! ¡Checo, ya! ¡Ya me desperté! ¡Déjame!

¡Toda la puta noche roncaste como trailero! ¡Me duele la cabeza! ¡Me duele!

—¡No te entiendo! ¿¡Qué haces!? ¡Carlos! ¡Carlos, ven!

La puerta no tardó en abrirse de golpe, dejando ver al par de guardaespaldas, ambos completamente preparados, cambiados y bien peinados para el día, pero asustados al escuchar los gritos de sus jóvenes jefes.

—¡Alto! ¡Arriba las manos!

Al escuchar el fuerte grito, que al parecer fue Max, ambos chicos levantaron las manos, dejaron de gritar y mostraron ampliamente sus rostros demacrados, su cabello enmarañado, el gesto de molestia de Sergio y el de pánico de Charles.

—Me golpeó con la almohada —rapidamente Leclerc señaló al pelinegro a su lado, acusándolo—. Ataca.

—¡Él estaba roncando como...! ¡Como campesino albanés! —acusó de vuelta, señalándolo también—. Y me duele horrible la cabeza. Max, búscame algo, por amor a Dios —lloriqueó—.

El rubio asintió y salió de la habitación mientras escuchaba cómo Carlos trataba de controlar a Charles que aún parecía asustado. Él y Sainz estaban despiertos desde temprano, y es que la sala no era muy cómoda para dormir, así que el descanso duró poco, más cuando se percataron del desastre que había. Para su fortuna, una mujer llegó en punto de las 7 para limpiar todo el desorden y hacer un desayuno bien servido para ellos dos y el resto de chicos que se levantarían malhumorados más tarde.

Al llegar a la cocina, le sonrió amablemente a la mujer que aún seguía ahí, preparando al parecer té mientras Verstappen buscaba en la alacena.

—¿Qué busca, joven?

—Uh —sonrió apenado—. Sergio tiene dolor de cabeza, estoy buscando alguna aspirina. Anoche se golpeó un poquito y al parecer ahora sufre las consecuencias.

—Ay, el niño Sergio —soltó una risita—. Mire, allá arriba está el botiquín —señaló en lo más alto de la alacena—. Ahí hay de todo, llévele dos píldoras y este tecito.

—Muchas gracias, señora —agradeció—. Soy Max, por cierto. El guardaespaldas de Sergio.

—Yo soy Elena, la nana del niño Sergio y sus hermanos —inclinó suavemente su cabeza, cosa que logró agrandar la sonrisa del rubio—.

—Un placer conocerla, Elena. Nos estaremos viendo más seguido.

"¡Max, mi cabeza va a reventar!"

Una risita los asaltó a ambos, por lo que rápidamente Verstappen salió rumbo a la habitación de nuevo. Cuando entró, Charles ya no estaba ahí, Carlos tampoco, sólo Sergio y sus ojos rojos llenos de lágrimas. De verdad parecía que estaba sufriendo mucho.

—Aquí están. Elena dijo que te tomaras las dos píldoras y el té —colocó la charola sobre la mesita de noche—. Eso te va a ayudar.

—No me hables de tú, igualado —murmuró—. ¿Mi nana está aquí? —entonces un puchero se dibujó en sus labios—. Dile que venga, dile, dile.

—Tómate eso —señaló—. Date un baño y le diré que venga. Hueles horrible a alcohol.

—¡Tú no me mandas! —gritó, aunque luego se quejó por su dolor—.

—Tus padres dicen lo contrario.

—Cállate. Dile a mi nana que venga.

—¿No te da pena que venga y te vea lo desagradable que te ves con esas ojeras y ese cabello? —dijo burlón—.

—¿Y a ti qué te importa? Vete —lo fulminó con la mirada y entonces le dió un trago al té—. ¡Anda! No quiero ver tu cara aquí. Desaparece de mi vista.

El rubio salió de la habitación, y cuando Sergio volvió a estar sólo, sonrió. Pero no porque se sintiera empático con su odioso guardaespaldas, sino porque una idea había rondado por su mente y supo que era perfecta para alejar a ese tipo de una vez por todas.

Iba a cumplir con esa amenaza nocturna que vagamente recordaba: iba a hacer infeliz la estancia de Verstappen a su lado, iba a hacer que lo odiara y se fuera.

¿Qué podía fallar?

[…]

—¿Cómo amaneciste, niño? —la dulce voz de Elena resonó en la habitación mientras Sergio trataba de arreglar su cabello después de su ducha—.

Super, nana. Siempre salvas mis días —una sonrisa genuina escapó de él, y es que mentiría si dijera que no adoraba a esa mujer—. ¿Los borrachos aquellos ya se despertaron?

—Todos, mi niño. Te están esperando para desayunar. Les hice unos chilaquiles rojos bien picosos para la cruda —se acercó solo para ayudarle a acomodar su cabello finalmente—. Ya quedaste. Muy guapo.

—Gracias, nanita. Te quiero mucho —besó su frente con dulzura y entonces se dirigió a salir de la habitación e ir hasta el comedor, donde todos estaban a punto de comenzar a desayunar—.

—Checo, siéntate ahí. Tenemos un plan para hoy —Charles señaló la silla a su lado—. Estábamos pensando en ir al club nocturno. Ya sabes a cuál.

—¿Quién y quién va a ir?

—Todos, obviamente. Quizá invitamos a George y a Carmen, pero sólo es un quizá, porque ya sabes que Russell es muy... Uhm...

—¿Chismoso? ¿Metiche? ¿Enfadoso? —enumeró—.

—Chismoso. Eso.

—Perfecto, sólo espero que las incongruencias de ayer no se vuelvan a repetir, ¿no crees, Lando?

El mencionado asintió, casi como si quisiera que la tierra se lo tragara en cualquier momento, y es que Leclerc no quitaba su vista de él. Por supuesto que el monegasco recordaba eso. No sabía el por qué, pero sabía que estaba furioso con que Norris hubiera besado a su guarura.

—Ah, por cierto. Si van a hacer reservación hay que asegurarnos de que Max y Carlos tengan un lugar —sonrió y bebió de su café, así mismo probó de sus chilaquiles—. Uhm, deliciosos.

Todos los presentes miraron incrédulos a Pérez; nadie podía creer lo que escuchaban. ¿De veras que quería que su odioso, mal encarado gorila estuviera sentado junto a ellos en una noche de club?

—¡Vaya! ¡Hasta que recapacitaste! —la única sonriente y feliz en ese momento, era Carola, quién giró a ver a ambos mayores y levantó sus pulgares con felicidad y aprobación—. No hagan planes, hoy vamos a ponernos locos.

Para Sergio había sido profundamente difícil decir eso, porque estaba yendo en contra de todo lo que sabía, quería o incluso por lo que vivía. Jamás habría permitido que ese hombre enojón, cero cool y mandón tuviera un lugar en su mesa de amistades, pero tenía que empezar pronto con el proyecto 'Saca a Verstappen de casa', y parecía que esa noche era el momento adecuado.


[…]

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora