XV. Defensor

6.1K 1.1K 629
                                    

—¿Quién? —Sergio palideció al escuchar eso, apretó el abrazo con su primo y de inmediato caminó más rápido—.

El Saúl, wey —respondió otro de ellos—.

Sí los escuché, pendejo. Fue una pregunta retórica.

—¿Quiere que haga algo? —de la misma forma, Max caminó junto a ellos, pero girando constantemente a ver al tipo que cada vez se acercaba más, aunque parecía absorto platicando con sus acompañantes—. ¿Quiere que vayamos a otro lugar?

—No —negó—. Sólo hay que sentarnos apartados de él y todo va estar bien. No quiero arruinarles la tarde a los demás.

En silencio tomaron un lugar en un palco privado, donde podían tener una vista amplia y agradable de todo el establecimiento. Pérez pareció respirar con cierto alivio cuando notó que Saúl se había quedado abajo y no tendría por qué ir hasta donde él estaba.

—Cualquier cosa que necesites no dudes en decirmelo, ¿de acuerdo? —Verstappen tomó asiento a su lado; si nunca se alejaba de él, desde esas tardes de ruidoso karaoke, parecían haberse hecho un poco más unidos—.

—Ujum. Bien.

La noche comenzó a transcurrir con cierta normalidad, habían comenzado a beber de una manera muy moderada que jamás había visto en Sergio y no dejaban de reír mientras platicaban. Lo incluían cada que podían, y eso lo hizo sentir ciertamente curioso.

—Oye, Max. ¿Y tienes novia? —preguntaron—.

El rubio pareció tragar grueso y sonrió con algo de nervios.

—Uh, no. No, ahora sólo me dedico a mi trabajo y a mí, más nada. No relaciones —resumió—.

—¿Y por qué no? —Mimí llamó su atención mientras se recargaba sobre la palma de sus manos en la mesa; parecía estar encimismada con él—. Si eres muy guapo.

—Bueno, no... No es prioridad para mí por ahora —asintió—.

—Pero...

¡Mimí, ya cállate el hocico! —la reprendió, cosa que desató la risa de todos a la par que Sergio se ponía de pie—. Necesito ir al baño. Échame ojo, ¿eh? —tanteó el hombro de su guarura—.

—Sí, señor —el rubio asintió con una sonrisa, vigilando desde su lugar paso a paso del menor—.

Cuando el de pecas entró a dicho lugar, escuchó unas risas disparatadas cuando cerró el cubículo. Hizo las necesidades pertinentes y cuando abrió la puerta, volvió a cerrarla a prisa cuando vió que tres tipos tenían cosas sobre la barra de los lavabos , mismas que estaban inhalando.

"Hace rato que llegamos se me hizo ver a alguien conocido. Me sonó su cara, pero ya no lo ví después."

"¿A quién, wey?"

"Al Checo. Ya sabes cuál."

Su respiración se volvió frenética, cubrió su boca con miedo y cerró sus ojos cuando escuchó esa voz que lo atormentaba, como si solo eso lo fuera a cubrir o esconder.

"¡Oye, vato! ¿Ya vas a salir del baño?" —tocaron su puerta—. "¡Sí ya te habías salido!"

Volvieron a tocar incesantemente la puerta, y ahí fue que Pérez pensó por qué carajos no podían entrar a otro cubículo.

E-Está ocupado —murmuró—.

"¡Pues ya salte que ya me cago!"

Nuevamente las risas de los tres estallaron, pero eran unas risas que taladraban en la cabeza del pecoso y lo hacían temblar de miedo.
Rápidamente ideó un plan de escape: abriría la puerta y saldría corriendo, ni siquiera los voltearía a ver.

Finalmente abrió la puerta, hizo todo tal cual, y cuando creyó que había logrado escapar, una fuerte mano lo tomó del brazo y lo jaló de vuelta.

Pero mira nada más quién está aquí. No te equivocaste, sí lo viste —y sonrió—.

Después de tantos años, Sergio volvió a ver la cara de su peor verdugo, esos ojos claros que algún vez le encantaron y ahora estaban apagados y rojizos, lo llenaban de pánico.

Suéltame, pendejo —forcejeó—.

¡Vaya! ¡Ahora sí se defiende el marica! —rió—. ¿Qué pasó, Checo? ¿Sigues con tus gustos raros? ¿Qué milagro que nos visitas? —y entonces lo atrajo peligrosamente hacia él, logrando que el terror en Sergio se disparara a velocidad—.

¡Que me sueltes te dije!

¿Me hizo daño juntarme contigo o por qué siento que te veo más bonito que la última vez?

Las risas de los otros no ayudaban en nada, y Checo por más que trataba, no podía con la fuerza de Saúl. Estaba sintiendo sus ojos arder y su garganta deseaba gritar con todas sus fuerzas hasta desgarrarse.

¡Te estoy diciendo que me sueltes, burro animal! ¡Me das asco!

¡Asco me dabas tú y mira que ahorita me están dando ganas de...! —mordió sus labios en un gesto que definitivamente provocó hasta náuseas en Pérez—.

Que asco me das, Saúl. No entiendo cómo alguna vez pude ver algo bueno en ti —sonrió encarándolo—. Estaba pendejo yo, seguramente.

Mira, Checo. Cállate la boca si no quieres que...

¿Qué? ¿Dejarme peor que la última vez? ¡Casi me matabas, imbécil! ¿¡Qué te detiene ahora!? ¡Dale! ¡De una vez!

Y aunque su sonrisa no se desvanecía, el miedo lo estaba haciendo temblar involuntariamente. Las risas de los agresores se apagaron cuando la de Sergio comenzó a fluir fuerte y disparatada, como si con eso pudiera dejar salir lo que quería decir y hacer.

¡Cállate, Sergio!

¡Cállame! ¡Pero dale! ¡Con el puño para que amarre!

El pelirrojo levantó su mano con la intención de hacerlo callar, la impulsó de tal forma que Sergio creyó de verdad que de ahí no saldría, pero antes de que impactara en su cara, otra mano apareció frente a él y detuvo a la fuerte mano del pelirrojo.

—¿No oíste que lo dejes? —con un movimiento impecable, hizo que este soltara a Sergio y con su brazo lo hizo pasarse detrás de él, sirviendo como una barrera entre el menor y el tal Saúl—.

—¿Y tú qué? ¿Qué te metes, güero metiche?

—Max, déjalo —susurró con miedo—. Déjalo, vámonos de aquí.

—¡No te metas en lo que no te importa, gringo! No sabes a quién defiendes —miró burlón a ambos—.

—A mi novio —respondió firme haciendo que Checo comenzara a hiperventilar de repente detrás de él—. A él estoy defendiendo, ¿y a ti qué te importa?

—Que asco me dan —y se abalanzó sobre él con la intención de golpearlo—.

Afortunadamente, Verstappen reaccionó rápido y logró detener al pelirrojo con un buen puño que paró en su cara.

—Eres una basura, idiota —lo miró con odio cuando el otro cayó al suelo y sus amigos corrieron a ayudarlo—. Podrás vivir cien vidas y nunca vas a merecer el amor de nadie, mucho menos uno tan puro como el de Sergio.

No esperó más, tomó al de pecas del brazo y lo sacó de ahí hasta ir a donde estaba el resto.

—Vámonos. Vámonos, andando —ordenó el rubio, y no hubo quién no se pusiera de pie y obedeciera a tal orden—. ¿Estás bien? —murmuró hacia Checo y llevándolo de la misma manera—. Lamento haber tardado.

El pelinegro sólo asintió, pues por primera vez, a pesar de la situación, sentía que no podía responderle a Max.

¿Max había dicho que era...?


















[…]

¡LEVANTENSEEEEEEEEEE!
Buenos días, estrellitas. Ya me sé la de madrugar 😻☝🏻

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora