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Pocos minutos pasaron desde que la princesa Rhaenys se marchó hasta que Quimera escuchó los inconfundibles rugidos de Caraxes y respiró aliviada. Corrió hacia la pasarela y en efecto vio a Daemon bajar de la criatura.

La reina viuda prácticamente saltó a sus brazos y lo apretó con fuerza y cariño.

—¿Por qué vas vestida así? —preguntó Daemon abrazándola también.
—Vuelve a montar. Tenemos que volar.
—¿Qué?
—Rhaenys corre un peligro inminente. Daemon por favor. Ayúdame —rogó Quimera.

El príncipe canalla, siempre fiel a su reina. No iba a negarse.
—Nunca has montado a Caraxes.
—No es más rápido que Meleys.

Daemon pidió que colocaran una silla de montar para Quimera con sus respectivas ataduras para que la reina volara segura junto a él.

Ambos despegaron en cuanto pudieron sin que siquiera Daemon avisara de que había vuelto de Harrenhal.

Caraxes surcó el cielo a una velocidad casi inigualable mientras el corazón de Quimera pareciera que se le iba a salir por la boca.

A varios kilómetros de distancia ya veía humo y pareciera que el cielo estuviera plagado de soles. Las peores sospechas de Quimera se hicieron ciertas. Era una trampa. El dragón de Aegon caía en medio del bosque y Rhaenys se encontraba enzarzada con el dragón de Aemond, Vermithor. Dragón casi del tamaño de Vhagar.

Rhaenys ni si quiera se percató de la presencia de Quimera. Estaba inmersa en la lucha por su propia vida y la de Meleys.

—La va a matar —musitó Quimera. —¡Daemon has algo!
—No pienso entrar en lucha contigo aquí, morirías —dijo Daemon.
—Daemon prefiero morir a que algo le pase.

Entonces los dos dragones se precipitaron al suelo. Quimera apretó a Daemon presa de nerviosismo y vio cómo Meleys volvía en vuelo y revisaba la zona.
No veían a Vermithor, había humo por todas partes.

Meleys entonces comenzó a volar hacia el mar, sobrepasando el castillo. Pero tras unos metros, las fauces de Vermithor rodearon el cuello de la dragona escarlata pues Aemond se encontraba al acecho.

—Daemon si no haces algo ahora me tiraré del dragón y moriré. —declaró Quimera. Vermithor apretaba el cuello de Meleys, pero entonces Caraxes lo embistió con fuerza haciendo que soltara a Meleys en el acto. La dragona no había muerto, pero estaba agotada y sangraba, por lo que no pudo volar antes de caer al mar.

—¡No! ¡Daemon! —gritó Quimera.

Con otro golpe, Caraxes precipitó a Vermithor y a su jinete contra el suelo dejándolos mal heridos y dirigiéndose al lugar en el mar.

—Quimera... —trató de decir Daemon cuando estaban casi a ras del agua, viendo como Meleys no luchaba por salir.

En un momento de desesperación. Quimera se quitó todas las ataduras que la mantenían segura, se impulsó desde Caraxes y saltó de Cabeza al mar.

—¡Quimera! —gritó Daemon.

La reina viuda se sujetó de las escamas de Meleys para no ser arrastrada por las mareas y conteniendo la respiración bajo el agua trató con fuerza de llegar hasta la silla de jinete a la que se encontraba atada Rhaenys, inconsciente. Quimera comenzó a deshacer los cinturones y las cuerdas con dificultad pues se habían endurecido. Desesperada sacó su daga y cortó las cuerdas que no pudo desatar, a continuación tomó a Rhaenys de la cintura y la sacó a la superficie.

—¡Daemon! —gritó Quimera llamando la atención de este. —¡Que Caraxes coja a Meleys! —dijo comenzando a tratar de nadar hasta la pequeña orilla que sen encontraba cerca tirando del cuerpo de Rhaenys.
—Quimera...
—Daemon... —dijo con dificultad debido a las olas y a cargar con Rhaenys y la pasada armadura que esta portaba. —Sé que no os queréis.... Pero... la quiero. Por favor, Daemon... Te lo suplico —rogó la reina tragando agua hasta que contiguo arrastrarse hasta la costa. Sacó el cuerpo de Rhaenys y quitó la armadura de esta para comenzar tratar de reanimarla apretando su pecho seguidamente.

Entonces pudo ver como Caraxes arrastró a Meleys a la orilla.

La dragona, con pocas fuerzas, llevó su cabeza a su jineta. Quien se hallaba inconsciente.

—Tenemos que volver a Rocadragón —dijo Quimera desesperada cuando Daemon descendió a su lado.
—Meleys es grande, no podemos cargarla hasta allí.
—Rhaenys debe ir ya. No podemos dejar a su dragona.
—Rocadragón está aquí mismo y ella no tiene las alas heridas. Está agotada pero podrá volar.
—Tenemos que irnos ya —dijo Quimera.
Daemon subió a Caraxes y juntos subieron el cuerpo de Rhaenys. Posteriormente subió Quimera y emprendieron un vuelo veloz a la fortaleza de Rocadragón.

Nada más llegar Quimera llamó a los maestres quienes acudieron con rapidez.

Estos intervinieron a la princesa mientras Quimera arrodillada en el suelo sostenía la mano de la misma. También ordenó a los domadores de dragones que curaran a Meleys en cuanto está llegará.

—Rhaenys... —dijo mientras unas lágrima resbalaba por su mejilla. —Tienes que despertar, te lo ruego. Te lo imploro. A ti y a los dioses... No puedes irte, por favor, no me dejes... —lloró. Pero su corazón estaba rebosante de ira y deseo de venganza. —Maestre...
—No hay lesiones graves, alteza. Quemaduras y magulladuras pero actuasteis rápido. Es probable que despierte.
—Probable, pero no seguro —dijo Quimera con una mirada vacía.
—Nada es seguro, alteza.

La reina viuda soltó la mano de Rhaenys y se marchó de la estancia.

—Quimera... —dijo Rhaenyra. —Espero que despierte...
—Hemos hecho las cosas a tu manera. Con deseos de preservaciones de paz. Ahora las haremos a la mía.
—Quimera ¿qué vas a hacer? —preguntó Rhaenyra, pero la Hightower, llena de dolor. Ignoró su pregunta. —Quimera, soy tu reina —dijo Rhaenyra.
—Puedes pasarme por la espada si te complace —dijo Quimera abandonando el lugar.

La reina viuda se escabulló por la fortaleza de Rocadragón esquivando a cualquiera que pudiera cruzarse con ella. No sin antes robar la espada de Daemon, hermana oscura.

—Mysaria. Me vais a hacer un favor —dijo la reina viuda llegando hasta ella.
—Decidme, alteza.

Antes de que cualquiera pudiera percatarse de ello, la reina se encontraba en un barco.

QUIMERA HIGHTOWER (Rhaenys Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora