21. LIV

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  Abrimos boliche. Tercera noche. Noche de blanco.
  Estaba bailando con Thiago, de vez en cuando nos besábamos. Pegados, perdidos en el momento. Nos movíamos al ritmo de la melodía. Sus manos en mi cintura y las mías jugando con su pelo. No podía sacar mis ojos de los suyos, de él. Su sonrisa, esa sonrisa que me hace sentir segura, que me calma cuando estoy por llorar. Todo él. Todo él significaba seguridad, calma, amor.
  Lo volví a besar, una y otra vez. Lo pegaba más a mí y él me acercaba más a él, en busca de más. Besos llenos de deseo, intensidad, lujuria. Cargados de emociones y sentimientos que callábamos. Era adicta a sus labios, a su sabor, a él.
  Volvimos antes del boliche. Sin poder separarnos fuimos hasta su cuarto. Cerró la puerta fuerte y yo reí. El sonrío al verme y me volvió a besar. Entramos a la habitación entre besos que se convirtieron en bruscos, salvajes.
  Sin separarnos empecé a desabrochar su camisa y él me sacó la remera. Necesitaba más, lo necesitaba a él. Lo miré a los ojos, queriendo quedarme en ese momento para siempre.
- ¿Estás segura? -me preguntó.
  No le respondí con palabras, lo volví a besar con más intensidad. Quería que supiera que él era todo lo que yo deseaba. Desabroche su cinturón.
  Nos dejamos caer en la cama. Él tenía una mano rodeando mi espalda para acompañar el movimiento y otra en la cama para no caer con fuerza arriba mío. Mis manos estaban al costado de su cara, mientras lo besaba y buscaba más. Me miró, se detuvo.
- Te deseo, Thiago. Te deseo a vos.
  Fue lo que llegué a decir antes de que empezara a besar mi cuerpo, descendiendo y volviendo a subir. Besando mis heridas, mis cicatrices. Beso mi cuerpo con amor, con pasión.
  Subió y me besó, entre gemidos y placer. Se hundió en mí, sentía, en mi oído, su respiración acelerada. Mis uñas clavándose en su espalda. Sentí un cosquilleo, me sentí llena de él. Gemidos. Placer. Thiago se movía más rápido. Mis piernas alrededor de su cuerpo pidiendo más, necesitado más.
  Nos miramos. Nos sentimos. Desaparecidos en el momento. Cargados de placer, pasión y deseo contenido. Piel con piel, unidos.
  Puse mi cabeza en su pecho, escuchando su corazón acelerado, lleno de amor. Nuestras piernas entrelazadas. Su brazo rodeándome y su otra mano jugando con la mía. No hizo falta decir nada, porque las palabras no bastaban, no eran suficientes.
  Instantes. Momentos. Miradas. Pueden cambiar todo en cuestión de segundos.

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