El refugio la garra

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El hogar de los alfas de la pradera estaba en el fondo de un cañón que cruzaba la ondulada
superficie del enorme claro, como una profunda cicatriz en el pecho de la llanura plagada de hierva y flores.

El camino hasta allí me había llevado dos horas, una cruzando el bosque y otra siguiendo el río; pero, como todo lo que había visto hasta entonces en La Reserva, merecía totalmente la pena el esfuerzo.

La pradera era de ensueño, incluso bajo un cielo gris y plomizo, no podía ni imaginar lo hermoso que sería bajo el sol de verano. El aire hacía moverse la hierba y las flores como si de olas se tratara, arrastrando un olor a humedad y polen por todo aquel mar de verdor. Al ascender una pequeña colina, al fin visualicé Refugio de la Garra, o, al menos, los almacenes y pocas estructuras que se acumulaban en la superficie, porque el verdadero hogar se escondía en el interior de la grieta.

Cuando me acerqué a las figuras que se movían por el exterior, moviendo cajas de madera o colgando grandes piezas de caza en el secadero, alguno de ellos levantaron la mirada y me saludaron con un breve asentimiento. Todos tenían cuentas en sus largas barbas, así que fui yo el que tuve que acercarme a saludarles y presentarme.

Muy amablemente, uno de ellos, un alfa-perro de cola peluda, me indicó que había dos ascensores y una escalinata escondida tras un cúmulo de piedras en una de las esquinas de la grieta. Podría tomar el que quisiera y dirigirme al Hogar para hablar con Oviko, el omega al cargo. Le di las gracias y, solo por pura curiosidad, opté por tomar uno de los ascensores. Por supuesto, no era más que un sistema de poleas y unas cuerdas atadas a un tablón de madera que descendía y ascendía desde el fondo de la grieta a la superficie; pero, aun así, me pareció sorprendente.

Mientras descendías, podías admirar Refugio de la Garra en su totalidad. Era una villa enorme y muy poblada que estaba construida siguiendo el recorrido de aquella cicatriz de piedra hundida en la pradera, con multitud de casas de madera y techumbre de paja al más estilo vikingo, de varios nievels y techos más puntiagudos y decorados con madera tallada. Había caminos entre ellas, escalinatas, puentes y pasillos cruzando constantemente el riachuelo que alimentaba la principal industria de aquel lugar: la caza y el tratado de pieles.

Ese era el principal problema del Refugio de la Garra, el olor producido por las peleterías y secaderos al final de la grieta, donde usaban el agua del río para limpiar la sangre y restos descompuestos de los animales. Porque, por el resto, era la villa más impresionante que hubiera visto hasta entonces. Lo siento por los alfas del valle, pero era la verdad. Aquel lugar parecía sacado de la portada de un libro de fantasía.

Cuando el ascensor tocó el suelo, eché otro rápido vistazo y, con la mochila repleta de cartas al hombro, comencé el camino. Miraba aquí y allá, a la gente, las casas y las estatuas talladas en madera que adornaban la vera de los senderos. Las viviendas y talleres estaban mucho más juntas debido al limitado espacio disponible, así que muchas veces casi te perdías en pasillos y escalinatas de piedra que ascendían y descendían entre un cúmulo de estructuras de varios pisos
de altura.

Pero aún así, terminaron por encontrarme.

—Pero que es esto... —oí una voz de pronto, saliendo del interior de un cobertizo—. Mira Mingyu, una preciosa presa para nosotros solos...

—Es nuestro día de suerte, Minju—respondió el otro, dándome un par de pasos rápidos para ponerse a mi otro lado—. Es una auténtica maravilla de animal...

—Mmh... y qué bien huele.

—Oh, huele delicioso...

—Quizá se haya perdido.

—Seguro que se ha perdido. ¡Tenemos que ayudarle!

—Sí, por supuesto. Estará solo y asustado, quizá incluso tenga hambre.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora