Sesado y mimoso

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La Comarca de Mar Bravo era una enorme isla plagada de montañas y valles, separada del resto
del continente por dos grandes fiordos.

Podríamos haber navegado por uno de ellos en dirección a El Arrecife, alcanzando nuestro destino en apenas día y medio; pero Yeonjun le tenía pánico al agua.

—No le tengo «pánico» —me corrigió cuando, a mitad del camino de montaña, le recordé una vez más aquello—, pero me pone muy nervioso navegar. Es como volar, no me gusta esa sensación de no estar pisando tierra firme.

—Yeonjun, el gran capitán del ejército...

El alfa me dedicó una mirada seria y una mueca de labios apretados, haciendo sobresalir ligeramente sus bigotes. Cuando le eché una ojeada rápida y le mostré mi sonrisa cruel, terminó por negar con la cabeza y seguir adelante.

—Siempre me sedaban cuando había que viajar —me dijo en un tono más serio—. Me pinchaban y cuando despertaba, ya estaba allí.

—¿Sí? —pregunté, perdiendo la sonrisa para sustituirla por una mueca de ceño fruncido—. A mí muy pocas veces me llegaron a sedar.

—Tuviste suerte, entonces —murmuró antes de saltar un pequeño cambio de nivel en mitad del camino rocoso—. Yo me pasaba la mayoría del tiempo drogado hasta que me necesitaban. Con opio, por cierto, por eso saben que funciona en animanos.

—Eso no suena... agradable.

—No, no lo era —me aseguró, tomando una buena bocanada de aire antes de echar una mirada al cielo nublado más allá de las montañas—. Pero había otros alfas que lo tenían mucho peor que yo.

Me detuve.

—¿En el mundo beta?

Yeonjun asintió.

—No hay alfas en el mundo beta. Los mandan todos a La Reserva.

El salvaje me miró un largo segundo y después apretó las comisuras de los labios.

—Realmente te crees que eso —me dijo. No era una pregunta, solo una afirmación.

Yo estaba muy seguro de mis palabras. Tenía esa clase de certeza que te llevas a la tumba, como que el cielo es azul y la nieve está fría; son cosas que sabes y punto. Por eso, cuando Yeonjun sugirió que su caso no había sido algo aislado ni especial, me recorrió un escalofrío de arriba abajo.

—Sí... —murmuró él, consciente como era de cada minúsculo cambio en mi cuerpo—. Yo no he sido el primero ni seré el último, Beomgyu.

—No... no lo entiendo. ¿Para qué?

Yeonjun resopló, apoyando una mano en mi hombro para animarme a seguir el camino. La conversación había dado un giro perturbador y oscuro, pero el alfa se comportaba como siempre hacía: como si no mereciera la pena tomarse nada en serio en la vida.

—Pues, por lo que sé, para usos militares, investigación... e incluso entretenimiento. —¿Entretenimiento? —se me escapó de los labios casi como si escupiera la palabra.

—Sí —se encogió de hombros—. Peleas y esas cosas. Yo no estuve nunca en una, pero ya te dije que yo era especial: a mí solo me usaban para operaciones militares porque siempre he poseído un autocontrol increíble —terminó por mirarme, arquear las cejas y sonreír con cierto orgullo.

—Tú —le dije mientras fruncía el ceño—. Autocontrol.

—Aham —afirmó—. Sé que estás pensando en lo fácil que te resulta hacerme alfa, pero eso es porque... bueno, ya sabes; tú eres, quizá, y hablo de un quizá muy probable, la clase de omega que, aunque suene difícil de entender, sea exactamente, por no decir «justo», lo que más me gusta.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora