Un buen soldado

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Lee Heeseung era todo un soldado de la vieja escuela, de pies a cabeza, por dentro y por fuera.
No importaba si estaba en el trabajo o de descanso: él nunca mostraba debilidad y siempre cumplía normas estrictas.

Le gustaba el orden, le gustaba el control y le gustaba la autoridad. Le gustaban las mujeres hermosas con buen trasero y le gustaba que no se metieran en sus asuntos ni en su vida privada.
Pero, sobre todo, le gustaba Beomgyu, aunque eso no era algo que fuera a reconocer jamás, así que seguía perdiendo el tiempo en citas y relaciones sin sentido.

Heeseung era un hombre muy atractivo y lo sabía.

Junto con su actitud seria y estoica, conseguía intimidar a muchas mujeres que nunca se atrevían a acercarse a él; sin embargo, no podían estar más equivocadas. De hecho, era muy sencillo conseguir una cita con él. Solo había que preguntar.

¿Querías tener una relación con Heeseung? Fácil, esto era lo que iba a pasar: dos citas a la semana, siempre y cuando no se hubiera ido a una misión. Él pagaba todo, pero tú te encargabas de elegir el plan. A veces hasta se acordaba de comprar un pequeño ramo de flores a la vuelta de la base militar, posiblemente, en la gasolinera de la autopista, donde Jerry le daba un poco de conversación y le preguntaba si también necesitaría un par de condones y lubricante antes de sonreír de una forma morbosa y desagradable.

Heeseung nunca usaba condón y, mucho menos, lubricante; pero los compraría solo por ti.

Si eres un chica seria y decente, te dará su número de móvil después de la quinta cita; pero nada de llamadas improvisadas, ni de abusar de los mensajes de texto, a los cuales respondería siempre de forma escueta y directa. Nada de emoticonos, ni exclamaciones, ni diminutivos cariñosos, ni «buenos días» o «¿qué tal te ha ido hoy?». Tampoco le interesan las fotos de tus mascotas, ni las imágenes estúpidas sobre lo que te hubiera «pasado por sorpresa», ni lo que comes, ni lo muy apretadas que llevas las mallas al gimnasio.

Piensas que es buena señal que no sea uno de esos cerdos que piden desnudos y fotos provocativas, pero eso lo piensas al principio; después, te preguntas por qué nunca responde a ninguna de tus selfies, con ropa o sin ella.

En San Valentín siempre tocaba cena en un italiano: «Il Piccolo» y —si ya habéis tenido sexo— a eso le seguiría el mandatorio polvo en tu casa —porque Heeseung jamás te llevaba a su apartamento compartido con su mejor amigo, del que sabrías lo justo para hacerte una ligera idea de él, pero que nunca has visto ni verías jamás—. En las ocasiones especiales o fechas señaladas: San Valentín, cumpleaños, 4 de Julio o fin de año, también habría sexo asegurado. Sin embargo, tras una larga misión, un logro profesional o una inesperada victoria de los New York Mets, Heeseung se iría directo a su casa y volvería apestando a menta dulce.

Te encanta esa colonia que se echa, por cierto.

Los domingos quedaban reservados para la comida familiar después de misa, a la que no podrías acudir con él hasta haber cumplido un periodo de relación superior a seis meses. Si eras cristiana practicante, su madre no te miraría con una sonrisa forzada, ni fingiría que eras otro adorno más de la mesa mientras hablaba solo con su hijo —intencionadamente—, para dejarte apartada y aislada.

Su padre era más fácil de satisfacer: con que fueras una mujer beta, le valía. Ahora, si además eras joven y guapa y tuvieras buen cuerpo y supieras mantener la conversación más básica, ganabas muchos puntos. Al capitán Heeseung le encantaba oír por la base militar lo atractivas y sexys que eran las novias de su hijo. Le gustaba que los demás hombres le envidiaran. Le hacía sentir muy orgulloso, aunque eso no era algo que jamás fuera a decirle a Heeseung. Él nunca le decía que estaba orgulloso de nada.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora