El tímido omega

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Un movimiento y una voz baja fueron lo que me sacaron de mi profundo sueño entre las ramas.

—Vamos, es hora de levantarse.

Intenté apretarle con los brazos y la cola alrededor de su cuello, obligarle a quedarse a mi lado y no quitarme aquel delicioso calor que tanto me gustaba; pero el alfa se movió de todas formas, sacando de mis labios un leve gruñido de enfado.

—En mi territorio se madruga, Beomgyu—me dijo—. Aquí hay que trabajar cada día.

Cuando al fin me incorporé y miré por encima del borde de la hamaca, vi a Yeonjun, saltando desde la rama al balcón antes de estirar lo brazos y la cola al máximo. Seguía desnudo y, aunque fuera una visión espectacular, sus actos me produjeron más gracia que excitación.

Todo empezó con unos estiramientos, llegando a colocar las manos en el suelo y tensar la espalda, produciendo de vez en cuando algún crujido seguido de un jadeo de placer. Después se quedó de pie, movió los brazos de lado a lado para girar la cadera y, finalmente, bostezó como un león y se rascó la barba con sus uñas de garras negras.

El alfa salvaje había tenido razón la noche anterior, porque lo que era un ligera barba se había convertido en una espesa mata de pelo de medio centímetro, tan densa que no se podía ver la piel debajo, cubriéndole por completo la parte baja de su rostro con un patrón de colores blancos, naranjas y negros.

Me quedé mirándole un momento en silencio, con mi cola medio colgando por el borde de la hamaca mientras el fuerte viento me revolvía el cabello. El mismo viento que me traía un fuerte aroma a menta y miel que llegaba de Yeonjun.

El alfa me devolvió la mirada entonces y puso las manos en la cadera.

—Vamos, Beomgyu—insistió—. Lo bueno tiene un precio.

Resoplé y, con los ojos en blanco, me dejé caer de espaldas sobre la tela todavía cálida tras la noche. Sin embargo, fue solo un par de segundos más antes de deslizar la cola hacia la rama y alzarme en el aire antes de treparla y legar junto a Yeonjun.

—Baja a buscar la ropa que ayer tiraste por todas partes —me ordenó, ya mientras se giraba—. Yo iré preparando el desayuno.

Con la espalda recta y una mano en la frente, hice el saludo militar y respondí un fuerte:—Sí, señor.

El alfa salvaje se detuvo y se giró con una expresión que dejaba bastante claro la poca gracia que le había hecho eso; pero a mí sí me la hizo, y por eso pasé por su lado sonriendo y me tiré por el borde del balcón hasta una liana cercana.

La casa de Yeonjun también tenía algunas comodidades animanas para poder trepar y descender rápido, sin tener que usar las escaleras. Algo a lo que me había acostumbrado demasiado rápido y que, estaba muy seguro, iba a echar en falta cuando regresara a la sociedad beta.

A los pies de los árboles que formaban las bases sobre las que se asentaba las muchas estructuras que Yeonjun había construido, había un par de pequeños huertos, un camino serpenteando entre ellos, un gallinero, un cobertizo con herramientas y todo lo que te esperabas poder encontrar en
una granja medieval; espantapájaros incluido.

Sobre el que, por cierto, colgaban mis pantalones. Me vestí allí abajo y después ascendí de vuelta a aquella zona media con la terraza más amplia, como un puente de tablas de madera construido entre los árboles. Allí estaba Yeonjun, bajo el cobertizo, avivando el fuego de una pequeña hoguera.

Le di la ropa y me senté a su lado, con la espalda apoyada contra un grupo de sacos de arpilla rellenos de... cebollas o patatas o algo así. Miré al alfa vestirse y después miré como iba en busca de una sartén de metal negro y requemado, la cual puso al fuego antes de llenarla de huevos. Entonces fue a por pan y empezó a cortar rebanadas.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora