Una decisión complicada y una simple respuesta

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Yeonjun eructó, se llevó las manos tras la cabeza y se recostó sobre la rama del árbol.

—Oh, sí... —jadeó con su labios empapados, relamiéndose la baba que había quedado impregnada en su densa barba atigrada.

Le había crecido a un ritmo alarmante durante toda la semana y, cada vez que volvía a verle, solo olía más y más fuerte a menta y miel.

Con un bajo ronroneo de enorme gatito y los ojos cerrados, movió su cola arriba y abajo por mi brazo mientras el viento nos mecía en las alturas.

Tras medio minuto sin decir nada, entreabrió un único ojo y me echó un vistazo.

—Mis tigre-sentidos me dicen que algo va mal —murmuró.

—No son tus «tigre-sentidos», es tu cuerpo diciéndote que no deberías limpiarme boca abajo y colgando de las ramas.

El alfa se rio un poco, pero se detuvo cuando sintió una punzaba en su abdomen hinchado y repleto de líquido omegático.

—Nah... a mi cuerpo eso le encanta —me aseguró—. ¿Me vas a contar qué te preocupa o vamos a fingir que no pasa nada?

Tomé una bocanada del aire fresco y con olor a humedad y, finalmente, cedí.

—Me preocupa el viaje de mañana —respondí con la mirada perdida en la espesura del bosque.

—¿Y...? —añadió él, consciente de que ese no era el único problema que me rondaba la mente. Tardé un par de segundos más en responder:
—Y creo que me voy a quedar en La Reserva.

El alfa no tuvo ninguna reacción especial, ni sorpresa, ni asombro, ni más gestos que encogerse de hombros y decirme:
—Eso te lo podría haber dicho yo hace un par de días.

—Aha... qué curioso que siempre me asegures que sabes todo lo que pienso, pero solo cuando te lo digo yo primero.

El alfa apartó las manos de detrás de la cabeza y las estiró hacía mí, haciéndome un gesto para que me acercara.

—Estoy muy lleno para moverme —fue la respuesta a la pregunta que no formulé—. Sí, pero quiero que te acerques —insistió—. No vuelvas a repetirme que esto da miedo, es lo que hay.

—Es que da miedo —le aseguré, acercándome por la rama para tumbarme sobre él, pero no demasiado, no quería apretarle la barriga después de una «limpieza en las alturas», como a él le gustaba llamarlo.

A mí me gustaba llamarlo «busquemos un lugar en el que ningún omega nos vea, y ese lugar ya no es tu cabaña».

Una vez entre sus brazos, me acarició la cola con la suya y me rodeó para mirarme fijamente a los ojos. Aquel brillo salvaje e intimidante que siempre había en ellos encerraban ahora un
peligro real; el poder ver dentro de mí de una forma que yo no llegaba a entender del todo.

—Que sepa lo que piensas no quiere decir que tenga que responder a tus propios dilemas, Beomgyu—me dijo.

—Debes estar disfrutando muchísimo de esto —le aseguré.

Él se encogió un poco de hombros, pero una fina sonrisa se empezó a dibujar en sus labios todavía mojados.

—Hay algo muy especial en poder alcanzar eses pensamientos que tanto te guardas para ti mismo.

—Quizá me los guardo porque son privados —sugerí mientras arqueaba una ceja.

—Ya, bueno, verás, Beomgyu—empezó a decir de una forma casual y relajada—, entre tú y yo no hay nada privado. No cuando tengo esta preciosa barba —y, apartando una mano de mi espalda, se acarició el bigote de pelo blanco y negro—. Sí, ya sé que eso te incomoda —añadió—. No, sabes que no lo haré porque te prometí que no la usaría en tu contra.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora