Todo un misterio

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Antes del Celo siempre había algunos movimientos omega entre las Comarcas en busca de nuevos alfas interesantes; y había uno bastante importante a principio de verano, en el último celo antes de las alfarias. No se trataba de un evento que tuviera algún nombre en especial ni nada así, aunque Kai lo llamaba «El Desfile de los Desesperados».

Aquella misma mañana, nada más volver a El Pinar, había visto a cinco nuevos omegas desayunando en una de las mesas bajo el Hogar, reunidos en una esquina y charlando bajo la atenta y nada acogedora mirada del resto.

—Beomgyu—me llamó Jungwon, levantando la mano para indicarme que estaban sentados en una mesa diferente a la habitual: más cerca de los recién llegados—. Ven, corre, o se acabará la buena fruta. A estos omegas nuevos parece que sus alfas no les dan de comer...

Una risa se propagó por todo el grupo, llegando incluso a los grupos adyacentes. Todos los omegas del Pinar al fin reunidos en contra de un mismo enemigo: los omegas extranjeros.

Eché un vistazo de camino y vi que eran animanos de la cálida estepa, herbívoros en su mayoría, a excepción de un omega-león de melena alborotada y rubia. Al contrario que nosotros, ellos se vestían con ropa más ligera, ancha y corta.

—Vaya, no me esperaba a nadie de El Trigal —murmuré nada más sentarme—. Capri debe estar que no cabe en sí de alegría.

—Te voy a decir quién no está nada alegre —respondió uno de los diminutos hermanos Mus, apenas metro cuarenta de enormes bigotes, ojos oscuros, aroma a jengibre y cola rosada—. Nosotros, Beomgyu. Nosotros no estamos nada alegres.

—Nada nada alegres —le apoyó su hermana, que olía a limón.

—No van a quedarse en Raíces con vosotros —les aseguré—. Se quedarán en Maleza con el resto de me-da-miedito-separarme-del-suelo.

Ryujin y Monki se rieron.

—Sí, muy divertido —ironizó Kastor, dando un golpe seco al suelo con su enorme cola plana. Entonces Jungwon se inclinó sobre la mesa e informó en secreto:
—Están diciendo que quieren ir a dar un paseo por la Comarca y ver las villas.

—¡Lo sabía! —exclamó Goto, dando un golpe en la madera—. Vienen a por nuestros alfas.

—¿Y a qué cojones iban a venir si no? —pregunté, como si fuera obvio.

Entonces apareció Kai, pasando de largo frente a nosotros para plantarse justo delante de la mesa de recién llegados. Mirándolos de arriba abajo con una mueca de frío desprecio, escupió un gélido:
—Patético... —y después se fue sin más.

No pude reprimir un bufido de risa. Había sido tan absurdamente innecesario que hasta resultaba gracioso. Por otro lado, a los omegas del Trigal no les hizo tanta gracia como a mí e, incomodos, se levantaron y se fueron del comedor. Quince minutos después, me los volví a encontrar en el Hogar; o, más bien, ellos me encontraron a mí.

—¿Tú eres el cartero de Mil Lagos, verdad? —me preguntó el omega-león, forzando una amable
sonrisa de grandes colmillos—. Ántela nos habló de ti. Dijo que eras inconfundible, ahora entendemos por qué.

Echó una breve mirada al resto del grupo y ellos sonrieron, participando en la broma.

—Sí, soy yo —respondí sin dejar de seleccionar cartas y paquetes con los que llenar la mochila —. ¿Qué tal está Ántela? ¿Sigue creyendo que su mochila de cartero está embrujada?

—Emh... —el pequeño león se detuvo un momento antes de terminar asintiendo con resignación —. Sí, todavía piensa que alguien le roba las cartas y las deja de nuevo en el Hogar.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora