Yo también te quiero

87 27 12
                                    

Cuando me desperté de nuevo, la muerte había venido a buscarme.

Tenía un velo traslúcido frente a un rostro alargado de grandes ojos negros y pesado maquillaje oscuro. Debía ser la muerte animana, porque también tenía bigotes y numerosas cuentas colgando de su cuerpo.

Solo para asegurarme, pregunté con voz ronca, baja y adormilada.

—¿Eres la muerte omega? —y después—: ¿Hay café en el más allá?

La muerte se inclinó sobre mí, acariciándome la mejilla y los bigotes con su sedoso velo antes de responder a mi oído:
—No, soy la Má de Valle Dorado, Súrica.

Parpadeé y, a medida que mi cabeza dejaba de ser una brumosa bola de pensamientos inconexos y mi cuerpo salía de un estado de estupor, pude empezar a sentir el rugido de las hélices de un avión y la mezcla de aromas que el viento agitado transportaba.

Pero fue apenas un segundo o dos antes de que otra figura se inclinara sobre mí. La misma figura que me tenía en brazos y me apretaba, quizá demasiado fuerte, contra su enorme cuerpo.

—Beomgyu—dijo. Su voz no era el suave susurro de la Má, sino un gruñido nervioso—. ¿Estás bien? ¿Te han hecho algo?

—No.

—¿No estás bien?

—No, que sí estoy bien —traté de responder mientras me frotaba el rostro.

—¿Estás seguro?

—Yeonjun—gruñí. Lo último que necesitaba en aquel momento era a un alfa sobreprotector, preocupado e invasivo.

El salvaje se separó y me dejó algo de espacio, todo el espacio que podría darme sin dejar de apretarme con fuerza, quiero decir. Resoplé y me pasé ambas manos por el tupé despeinado. Volví a parpadear y miré el techo del helicóptero. Entonces, llegaron las preguntas.

—Vale, ¿qué me he perdido? —pregunté—. Porque lo último que recuerdo es estar en una especie de hospital militar, atado a una cama y sedado.

—Te hemos ido a rescatar, obvio —respondió Yeonjun con la cabeza bien alta—. ¿Te creías que iba a dejarte allí con los betas?

Fruncí el ceño y ladeé el rostro para mirarle.

—¿Y cómo lo habéis conseguido?

—Oh, bueno, verás... —empezó él, poniendo los ojos en blanco mientras separaba una mano de mí para acariciarse la barba atigrada—. Yo tenía un gran plan, un maravilloso plan. Perfecto, de hecho, cero fisuras. Lo llamaba «Mi Tigrotástico Plan» y...

Le aparté de delante con la cola y miré al omega-hamster que, por alguna razón, estaba sentado en una esquina del helicóptero, con cara de ansiedad y las manos muy apretadas contra las correas.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté.

—Oh, ehm... —jadeó él, tratando de olvidarse de su terror a las alturas y darme una respuesta coherente—. Negociamos con los betas y fuimos allí y la Má dijo que tenía que cagar y fui con ella para colar el vídeo en la red a través de uno de los servidores.

Miré a la Má, una perturbadora figura de negro que parecía sacada de una puta película de miedo.

—Vale... —murmuré, volviendo a cerrar los ojos mientras me acomodaba en el regazo de Yeonjun—. Vamos a esperar a que se me pase el efecto del sedante, porque esto es muy confuso y me está empezando a doler la cabeza.

Yeonjun hundió el rostro en mi pelo y lo frotó con cariño, ronroneando por lo bajo mientras me acunaba de la forma más dulce imaginable. La tentación de volver a quedarse dormido fue muy seductora, pero había algo que no dejaba de clavarse en mi cadera.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora