Una cuestión de confianza

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El celo fue maravilloso. De principio a fin. Simplemente: perfecto.

Yeonjun estaba duro todo el tiempo, sin importar la de veces que le hiciera correrse o lo mucho que abusara de él. Y abusé mucho de él. Muchísimo. Le despertaba en mitad de la noche para que volviera a follarme, le interrumpía mientras comíamos, no paraba de besarle y rodearle como una especie de garrapata, no le dejaba alejarse ni un paso de mí y no paraba de rodearle con la cola todo el rato como si tratara de asfixiarle.

El alfa terminó siendo como un hiper realista muñeco sexual que nunca se quejaba, nunca se cansaba y nunca decía que no.

Eso no suena tan sexy como podría parecer, pero era lo más cercano a la realidad. Los alfas —y por lo que descubrí después, no era algo excepcional que solo le pasara a Yeonjun—, no eran especialmente fogosos durante el celo.

Su personalidad se anulaba por completo y eran poco más que zombies soñolientos y jadeantes. Como autómatas. Robots que cumplían todos tus deseos. Si se lo ordenabas, te follaban lento y repetitivo, y si decías «más», lo hacían más rápido; y si decías «mucho más», te daban como a un cajón que no cierra.

Y eso era maravilloso por varios motivos, y es que, durante el celo, los omegas nos volvíamos muy quisquillosos.

Lo queríamos todo a nuestra propia manera y no parábamos de pedir y pedir y pedir... tener a un amante «esclavo» que solo obedecía y te follaba hasta el fin de los tiempo si fuera necesario; era justo lo que necesitabas en ese momento.

La pasión, la energía y las ganas, ya las ponía yo.

Y tenía muuuuchas ganas de Yeonjun.

Le hice de todo. Oh, sí... Yo era un omega muy malo y muy hambriento, uno al que habían alimentado con sobras toda su vida y que, de pronto, había encontrado un árbol repleto de los más dulce melocotones. O, como diría Topa Má: yo era el río furioso, la montaña nevada y la puta tormenta, y Yeonjun era... el alfa que tenía que joderse y aguantar.

Pero, como todo lo bueno en la vida, debía tener un final. Nada más abrir los ojos aquella tarde lluviosa, supe que el celo había concluido.

Ya no me sentía a punto de explotar en llamas, ya no sudaba, ya no me mojaba como si no parara de mearme por mí, ya no estaba sediento y acalorado todo el tiempo... Solo había una intensa y profunda calma en mi interior. Eso, y un enorme alfa- tigre sobre mí, uno que olía mejor que nunca.

—Vale... —murmuré con la voz ronca después de pasarme dos días jadeando, gruñendo y gritando—. Ha sido espectacular...

Yeonjun se movió y levantó la cabeza para mirarme a los ojos. Tenía la barba un poco más larga que antes, porque tras cada polvo de una hora, se había bajado para limpiarme antes de echarse de nuevo sobre mí. Ahora el alfa literalmente apestaba a menta y miel. Incluso más que yo, el omega que producía aquel aroma.

—Por supuesto que ha sido espectacular —murmuró con una voz igual de baja y ronca que la mía—. Soy Yeonjun, el alfa salvaje.

—Ya... pues no parecías muy «salvaje», solo drogado y sumiso.

—Sí, bueno —se encogió de hombros—, tus feromonas son bastante fuertes y me superaron un poco. Además, con la barba me afectan mucho más, como el doble o así. Pero en las alfarias no tendrás tanta suerte; yo también entraré en celo y no me voy a quedar parado, te lo aseguro.

—Oh... —puse una falsa mueca de tristeza y le abracé más fuerte contra mí—, entonces, no te gustó...

Yeonjun soltó un resoplido y sonrió con prepotencia, una sonrisa que ahogó en mis labios cuando no pudo resistirse a besarme. Con un grave ronroneo, empezó a decir:
—No quiero alimentar ese enorme y devastador ego que ya tienes, Beomgyu, pero puede... quizá, aunque no tengo muy buena memoria, ya lo sabes, así que no estoy seguro, aunque quizá, de lo poco que recuerde, me dé la impresión de que me hayas... por muy absurdo que suene, dado el mejor celo de mi vida.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora