El naufragio beta

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Nadie nos detuvo en ningún momento.

No había parte o zona de El Arrecife a la que Yeonjun y yo no pudiéramos ir, exceptuando, claro, la cueva sumergida de Ballana Má y las viviendas privadas de los omegas. Pero ninguno de esos dos sitios nos interesaban lo más mínimo.

Lo realmente importante: el almacén y la red de suministros de cajas del naufragio, estaban a nuestra completa disposición. Ni siquiera estaban vigiladas. Los alfas de Puerto de Sal las pescaban o las recogían de sus costas y las llevaban a unos viejos edificios industriales. Allí se acumulaban por montones a la espera de que los omegas encargados de abrirlas y revisarlas decidieran si contenían algo de valor o no.

Pero como eran omegas solteros, raras veces estaban allí trabajando. Preferían dedicar su tiempo y esfuerzo a otras tareas, como, por ejemplo, ser unos cabrones insufribles.

—Se pasan el día follando por toda la villa y ni siquiera son de Mar Bravo.

—Es insoportable, no puedes ir a ningún lado sin escuchar sus ridículos gemiditos.

—A mí me daría vergüenza pasear a mi alfa por las comarcas como si quisiera que todos supieran que estoy con un salvaje. Qué falta de orgullo debe tener...

—¿Acaso te esperabas algo mejor de un omega de Mil Lagos?

—No, claro que no...

Y esa era solo una pequeña muestra de las muchas conversaciones al aire que los omegas mantenían en la cantina, asegurándose de hablar bien en alto cuando pasaban por nuestro lado. A mí me estaban empezando a enfadar, pero Tigro las ignoraba todas como si oyera llover y, cuando le saqué el tema, simplemente se encogió de hombros y dijo:
—Esta cuenta ha roto muchos corazones y quemado muchos puentes, Beomgyu. Siempre tenía a uno o dos omegas del Arrecife en nómina.

—«En nómina» —repetí, alargando las vocales hasta que el sonido de mi voz hizo eco por todo el almacén.

El alfa levantó la mirada de la caja de suministros y, como si nada, volvió a encogerse de hombros.

—Así llamo a los omegas con los que mantengo relaciones de interés, ¿por qué? ¿Cómo los llamarías tú?

—Lo llamaría de muchas formas —le aseguré, llevándome una barrita de Snikers a la boca. Todavía mascando aquel pegajoso pecado de caramelo y nueces, añadí—: Además, «en nómina» significaría que les estás pagando algo por sus servicios.

—Les estoy pagando —afirmó—, con mi atención y mi tiempo.

—Ogh —puse los ojos en blanco y tiré el envoltorio de la barrita al interior de la caja, allí donde descansaban sus demás hermanos caídos.

Tras frotarme las manos contra el pantalón de cuero, decidí que era momento de probar con otro cajón del naufragio. Había docenas allí, de todos los tamaños: desde contenedores industriales a arcones y pequeñas cajas de envío. Yeonjun se había centrado en los enormes contenedores, creyendo que los betas querrían esconder algo en un lugar que no pasara desapercibido; pero yo no estaba tan seguro, así que me dedicaba a abrir los embalajes pequeños.

Por el momento solo había encontrado comida, filtros de agua, herramientas y medicinas, pero sabía que, tarde o temprano, algo llamaría mi atención.

—Deja de comer esa mierda —me pidió Yeonjun, reapareciendo tras la puerta de chapa con un calefactor entre las manos, el cual arrojó directo a la pila de basura—. Quizá los betas le hayan metido algo.

—Claro que le han metido algo —respondí—: kilos de azúcar, grasas transgénicas y deliciosos saborizantes.

A Yeonjun aquello no le hizo gracia. Por alguna razón, le encantaba follar en las tiendas, casas y negocios betas, pero todo lo que venía en esas cajas era diabólico para él.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora