El trono de un tirano

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Cuando volví al territorio de Yeonjun, ya era noche cerrada y ninguno de los dos parecía de buen
humor.

Él, porque se había pasado la jornada reorganizando y poniéndose al día con las tareas que un lugar como aquel requerían, siendo informado muy brevemente de lo que ocurría en mis fugaces recorridos desde Mina Negra al Pinar.

Yo, porque tenía la mente en mil cosas a la vez y, aún por encima, empezaba a sentir las punzadas y calambres de la menstruación. Ese horrible y agónico período tras el dulce celo.

—¿Ya ha empezado? —preguntó él nada más echarme una rápida mirada por el borde superior de los ojos—. Bueno, un problema menos.

—Sí, un problema menos... —murmuré, sentándome frente a él antes de colocar una mano en el abdomen. Tras una profunda bocanada, suspiré—. No te voy a mentir, por un instante creí que no había funcionado.

Me había bebido la segunda poción del celo a todo correr y había vomitado la mitad por el camino a Mina Negra. Con todo lo que estaba sucediendo en aquel momento, no le di la importancia que debería, pero ahora, centrándome por primera vez en mis propios problemas, solo sentí un profundo alivio.

—Mmh... —murmuró Yeonjun mientras me entregaba un plato con tostadas, carne y setas. Eché en falta los huevos fritos, pero no dije nada al respecto—. ¿Y has descubierto algo interesante?

—Sí —afirmé—. Un ingeniero de minas llamado Arman está al cargo de la reconstrucción y despeje de la mina, me dijo que la bomba fue colocada en un lugar erróneo y dejó entrever que quizá Zora y su amigo artillero no sabían muy bien el destrozo que iban a causar.

Yeonjun se quedó mirándome con la mitad de una tira de beicon colgando de los labios, como una extraña y grasienta lengua. Con su lengua de verdad, la envolvió y se la terminó de meter en la boca antes de resoplar y decir:

—¿Y tú le has creído? Quizá también forme parte del grupo de terroristas.

—Sí, le he creído —respondí—. Me puse en plan militar y le produje una clase de rechazo que no se puede fingir.

—¿En «plan» militar? —preguntó él, arqueando las cejas con interés.

—Ya sabes —murmuré, distraído con mi plato de comida. No me había dado cuenta hasta el momento, pero apenas había probado bocado en todo el día—. Serio y estoico, como si estuviera por encima del bien y del mal y no le quedara otra opción que hacer lo que yo quiero.

—Ohm... —ronroneó el enorme alfa, moviendo la cola de tigre a sus espaldas—. Sí, algo me suena... —y sonrió de oreja a oreja.

—Ya —murmuré, continuando con la explicación entre bocado y bocado de comida—. El caso es que, según el ingeniero de minas, Zora y el artillero se basaron en unos planos desactualizados de la mina, calcularon mal la explosión y en vez de sepultar una sección de las minas, hizo colapsarse la gran parte de la villa.

—¿Y por qué solo una sección? —preguntó él, recuperando, más o menos, la atención en el
tema.

Tomé aire y lo solté lentamente. Todo lo que tenía eran suposiciones, teorías e información de segunda mano, pero, por desgracia, las piezas estaban empezando a encajar una tras otra.

—Jin no lo sabía, pero después hablé con una periodista de Bosque Verde que estaba cubriendo la noticia.

—¿Una periodista? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Sí —le miré—. Una omega periodista asentada en La Guarida. Al parecer, ha creado el primer periódico de La Reserva.

Metí la mano en el pantalón y saqué algo más similar a un folleto que a un diario de prensa.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora