Una explosión de placer

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Yeonjun y yo repasamos cada uno de los libros del almacén antes de darnos por satisfechos.
Después arrojamos los explosivos al lago, donde se humedecerían y quedarían completamente inservibles. Finalmente, planeamos ir en busca de Zora y su amigo artillero. Conseguimos seguirles el rastro hasta Pasto de Piedra, al norte de la comarca; pero, por desgracia, el celo de verano se interpuso en nuestro camino.

A dos días del gran evento, no tuvimos otra opción que regresar a Mil Lagos. Yeonjun se había vuelto cada vez más irascible, nervioso y violento, hasta el punto de que continuar con él en alguna villa fue imposible.

Cuando regresamos a su territorio, me llevó con él a lo alto de su casa, entró en estado salvaje, me lo hizo violentamente entre las copas de los árboles y, al terminar, gruñó tan alto que se le debió poder oír en toda la comarca.

Fue entonces cuando suspiró, volvió a sonreír y se relajó por completo.

—Necesitaba esto... —susurró en mi oído, acariciándome los bigotes contra los suyos y manchándome de pequeñas gotas de sudor.

—Es imposible que necesitaras follar —le aclaré con un jadeo, porque aun me faltaba el aire y estaba algo aturdido—. No hemos hecho otra cosa en todo el viaje.

Yeonjun se rio y ronroneó, pegándome más contra su cuerpo caliente.

—No es lo mismo que hacerlo en el territorio —respondió.

—Será para ti —murmuré—. Yo me corro igual.

El alfa volvió a reírse, me tomó en brazos y me llevó con él al interior de la casa para limpiarme. Después, se tumbó a mi lado hasta que la barriga abultada dejara de molestarle y fue a preparar un baño y un café. Sumergido en el agua templada y con un vanilla latte en la mano, miraba las copas de los árboles con ojos adormilados mientras Yeonjun me abrazaba por la espalda y roncaba.

Había una extraña calma en el ambiente. Estaba en la brisa que agitaba las hojas, en el murmullo del riachuelo, en la luz cálida del sol, en el sonido del bosque que nos rodeaba. Era ese momento de tranquilidad tras terminar con éxito una misión, cuando ya había pasado lo peor y podías descansar.

Habíamos conseguido deshacernos de los explosivos y, según los apresurados avances de Zora y su amigo terrorista, les habíamos hecho huir corriendo en dirección a Dos Picos. No creía que nos tuvieran «miedo», la verdad, pero sí bastante «respeto». Incluso siendo dos omegas tan bien entrenados como yo, no eran rivales para Yeonjun; quien, por muy fanfarrón, insoportable y gilipollas que fuera, seguía siendo un peligroso alfa salvaje.

Eso no quería decir que hubiéramos vencido al fin a los betas, solo que habíamos ganado aquella batalla. La guerra aún se estaba librando y su final todavía era incierto.

Bebí un trago del café y cerré los ojos, recostando la cabeza en el pecho de Yeonjun. Cuando volví a abrirlos, el sol se había movido un buen trecho del cielo, arrastrando las sombras de los árboles varios metros hacia el Este.

—Mierda... —murmuré, levantando una mano para frotarme el rostro. Me había quedado
dormido.

Con un gruñido, me obligué a levantarme de la bañera e ir en busca de mi ropa. El café se me había caído de la mano y había manchado la madera. Recogí la taza y me la llevé conmigo a la mesa bajo el cobertizo.

—¿Vas a ir a ver a Topa Má para pedirle la poción del celo? —me preguntó una voz densa y adormilada.

—Entre otras cosas —respondí.

El enorme alfa bostezó, estirando los brazos al máximo y abriendo tanto la boca que se le vieron todos los colmillos y la lengua rosada. Tras aquello, se rascó el pecho de vello atigrado y me miró vestirme.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora