La misión de tu vida

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—Ya estoy aquí —anuncié nada más cruzar la puerta del apartamento.

—Cocina —respondió una voz grave y lejana por encima del murmullo de la cadena de música.

Dejé la bolsa deportiva en el suelo al lado de la entrada y me quité la cazadora negra antes de desenrollar la cola de mi cintura y estirarla al máximo junto los brazos y las piernas.

—Agh... —gruñí con placer, cruzando hacia el salón-cocina-habitación de nuestro pequeño loft —, ha sido un día demasiado largo.

El teniente Lee no dijo nada, demasiado concentrado mientras daba vueltas al revuelto de verdura que estaba cocinando. Había llegado de la base antes que yo y ya se había puesto su camiseta ajustada de andar por casa y se había quitado los pantalones, quedándose tan solo con sus bóxers negros. Me acerqué a él y le rodeé cuanto pude con los brazos, frotando mis bigotes contra su espalda mientras aspiraba su olor, en el que, desde hacía varios años, siempre había un aroma a menta dulce.

—¿Qué quería el general? —preguntó entonces.

—Tu padre me ha mandado en misión especial, así que te vas a librar de mí durante un tiempo —respondí, poniéndome de puntillas para alcanzar su cuello y darle un beso tibio sobre la vena azulada que sobresalía de su piel del color del caramelo.

—¿A ti solo?

—Sep.

Con un último beso, me separé de él y fui hacia la nevera en busca de algo que beber.

—¿A dónde?

—A la Reserva.

Heeseung levantó la cabeza, la giró con una mueca de ceño fruncido y después apagó la placa de inducción para girarse por completo, cruzarse de brazos y dedicarme una mirada seria. Lee Heeseung se parecía mucho a su padre: la misma expresión autoritaria, el mismo rostro rectangular y brusco, el mismo pelo corto y los mismo ojos marrones y fríos; pero treinta años más joven y con un cuerpo que solo se conseguía con sustancias no del todo legales.

—¿A la Reserva, con los otros animanos? —dijo con un tono preocupado que trató de esconder bajo aquella presencia estricta y ruda que siempre le acompañaba.

—Han llegado avisos de que un grupo rebelde está causando problemas en las fronteras. Les han mantenido vigilados hasta ahora, pero hace un mes han robado armamento y explosivos. Tu padre no está nada contento y quiere cortar el problema de raíz antes de que sea demasiado tarde, pero no quiere provocar tensiones políticas, así que me envía a mí para que les descubra sin poner en peligro los tratados de paz —le expliqué mientras cogía una botella de agua fresca y volvía a su lado, rozando mi nariz contra la suya mientras mi cola le acariciaba la espalda y le rodeaba sus anchos hombros de soldado.

—No me jodas, Beomgyu. Es una misión suicida —respondió, apartándome un poco cuando mis bigotes le hicieron demasiadas cosquillas. Me ponía muy mimoso con él y a veces tenían que pararme los pies—. Te van a descubrir al momento cuando entiendan que no tienes ni puta idea de sus costumbres ni de su mundo.

Cogí una bocanada de aire y me aparté de nuevo, levantando la cola de sus hombros para dejarle tranquilo al fin. Di un trago al agua y fui a por una manzana en el cuenco bajo la alacena.

—Me infiltraré como un recién llegado —dije, seleccionando una pieza del montón que Heeseung siempre compraba para mí—. A veces mandan allí a comunas desmanteladas o grupos perdidos que no quieren integrarse con los betas —me encogí de hombros—, fingiré ser un animano solitario que ha decidido regresar con los suyos. Tendré la excusa perfecta para no entender nada de lo que pase allí y hacerme el tonto. «Oh... ¿qué es esto?». «Uy, ¿y estas armas...?» «Espera, ¿estáis planeando algo...? Podéis confiar en mí...» —bromeé, gesticulando mucho y poniendo muecas divertidas que, por desgracia, no cambiaron la actitud seria de Hee.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora