Una semana no parecía mucho tiempo, no en la Reserva, donde las cosas siempre eran lentas y
calmadas. Pero siete días podían ser muchísimo tiempo si eras el cartero de Mil Lagos, o uno de los alfas que le estaban esperando.Regresar a El Pinar había sido como volver de unas pequeñas vacaciones, solo para descubrir la montaña de trabajo acumulado que te aguardaba. Las cartas habían seguido llegando y acumulándose en la mesa y las cestas del Hogar, hasta tal punto de desbordarse y caer al suelo. De donde, por supuesto, nadie se había tomado la molestia de recogerlas.
Contemplé aquel desastre un par de segundos y, con resignación, terminé suspirando de camino al despacho de Capri. El viejo alfa me recibió con una gran sonrisa, me preguntó cómo estaba el «esquizofrénico de Raccon», quiso saber si seguía insistiendo en decirle a todos lo que debían hacer y, al final, me confesó que se alegraba de tenerme de vuelta.
—No creí que fueras a dejarnos, Beomgyu—dijo tras una leve carcajada, como si dejar Mil Lagos fuera la idea más estúpida del mundo—, pero... nunca se sabe.
—No, solo fui por curiosidad —repetí, lo mismo que le había dicho antes de marcharme. No es que hiciera falta informar al alcalde de mis viajes, pero lo hice de todas formas para que no se preocupara por haber perdido a su «mejor cartero en años».
—Sí, sí, por supuesto —asintió él, haciendo balancearse su larga barba de chivo, repleta de cuentas—. La curiosidad es algo inherente a los omegas —declaró, con una dedo en alto y una mirada firme por encima de sus gafas de media luna.
Eso era cierto. La curiosidad era algo muy arraigado en los omegas del Pinar, así como: cotillear, evadir responsabilidades, hacerse los tontos, quejarse, nunca estar donde se les necesitaba...
—Volveré mañana al trabajo —anuncié, ya girándome en dirección a la entrada.
—Cuando quieras —sonrió Capri, mostrando gran parte de sus dientes de herbívoro, grandes y cuadrados.
Siempre había encontrado aquella sonrisa muy perturbadora, como si escondiera algo; pero, en realidad, era solo la forma en la que sonreían los ovinos. Cuando se reían mucho les salía incluso un balido y; según los tres hermanos Mus, cuando follaban, también.
De todas formas, el tiempo en el que sospechaba del alcalde alfa había pasado hacía mucho. Su «posición privilegiada», no era más que una ilusión, como él mismo me había intentado explicar a mi llegada.
Los alcaldes de las Villas Omega solo eran administradores y guardianes. Las decisiones que podían llegar a tomar eran muy limitadas y, en la mayoría de los casos, dependían de los omegas al cargo de las demás Villas Alfa.
Lo único que tenían era el teléfono. El cual, Capri, siempre tenía apartado en una esquina de su despacho junto a una nota que decía: «Cosa de hablar Beta», por si acaso se le olvidaba para qué se usaba.
Pero yo no lo había olvidado. Ni había olvidado que todos estaban pinchados.
—Vaya —me detuve en seco, mirando fijamente el teléfono en la estantería—. Todavía se me hace raro ver eso aquí —sonreí.
El alfa-cabra tardó un momento en entender a qué me refería, como si estuviera tan l acostumbrado a ver el teléfono allí que ni se diera cuenta de que no formaba parte de la estantería.
—Ah, sí, «la cosa de hablar» —asintió—. Te he de confesar que todavía no sé muy bien cómo funciona. Hay instrucciones dentro —me informó, arqueando sus espesas cejas canosas—, dicen que si los betas quieren hablar conmigo, sonará una campana. Estoy seguro de que, si llega ese día, me dará tal susto que me moriré —terminó riéndose.
ESTÁS LEYENDO
Un omega diferente
FanfictionBeomgyu es un omega diferente puesto que jamás había tenido la oportunidad de interactuar con los de su clase, pero una misión de emergencia hace que todo cambie Adaptación