Alfas a la carta

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La brisa era cálida, me acariciaba el rostro y me agitaba suavemente los bigotes, trayendo con
ella el aroma del bosque de verano y el templado regusto del café entre mis manos. A menos de una semana para el celo, estaba en el lugar que menos me esperaba: en el corazón del territorio de Yeonjun, meciéndome en su hamaca entre las copas mientras veía el amanecer a lo lejos.
Tomé una profunda respiración y la solté lentamente entre los labios.

En ese momento debería estar con los gemelos de la Garra, recuperando la relación y pensando en si pasar el celo con ellos. Sin embargo, allí estaba, de vuelta Yeonjun y esa estúpida cuenta en su barba.

Todo lo que hacía, cualquier dirección que siguiera, sin importar la decisión que tomara, me llevaban de vuelta al mismo punto de inicio. Era como salir corriendo para darse cuenta de que solo habías dado un enorme círculo, sin avanzar ni retroceder un solo centímetro.

—Sigue sin parecerme nada sexy esa imagen reflexiva y profunda que pones cuando estás preocupado, Beomgyu.

Me dijo una voz grave y aterciopelada, deslizándose entre las ramas antes de dejarse caer sobre la hamaca. Yeonjun seguía desnudo después de sus estiramientos matinales y con la boca empapada de abundante menta y miel, sustancia que aún se relamía de la espesa barba de vez en cuando.

—Si no te gusta, no me mires —respondí, acercando la taza a mis labios, sin dejar de observar el horizonte de cielo cada vez más malva y anaranjado que azul marino.

—«No me mires...» —me imitó el salvaje con un tono estúpido, ladeando la cabeza mientras extendía sus brazos a lo largo de la hamaca y dejaba sus piernas colgando por el borde—. «Soy Beomgyu, soy militar y omega, pero por las noches me pongo música triste y escribo poemas oscuros mientras pienso que la vida es una mierda».

Me aparté la taza de los labios, tragué el café y lo paladeé un par de segundos antes de responder: —Suena muy parecido a lo que tú hacías encerrado en la celda de contención beta.

A Yeonjun se le escapó un jadeo seco y echó la cabeza atrás.

—Yo no estaba triste —me corrigió, deslizando la cola por mi espalda para acariciarme suavemente—. Yo estaba furioso y, muchas veces, también bastante drogado. De hecho, por esta época estaba tan drogado que a veces hasta me meaba encima.

—Qué sexy —asentí.

El salvaje suspiró y siguió mi mirada al horizonte entre las altas copas de los árboles. El sol ya estaba saliendo tras las montañas y nos bañaba con una claridad anaranjada y cada vez más cegadora.

—Me ponía muy nervioso —me dijo—. No sabía lo que me pasaba. Mi instinto me decía que debería estar haciendo algo, preparándome para algo, pero no conocía el celo omega y no entendía qué era lo que tanto ansiaba conseguir.

Fruncí el ceño y le miré.

—Me sorprende que no te hubieran castrado.

Yeonjun parpadeó, me devolvió la mirada y arqueó tanto las cejas que casi llegaron a rozar la raíz de su pelo atrigrado.

—¿Te sorprende? —preguntó—. Deberías estar muy, muy, muuuuy agradecido de que no lo hubieran hecho, Beomgyu. Te hubieras quedado sin alfa.

—No me refiero a eso, me refiero a que es extraño que los betas no hubieran valorado la posibilidad de cortar por lo sano tus instintos reproductivos. Si solo os necesitaban para la lucha, no tenía sentido mantener intactas vuestras pelotas.

—Beomgyu... ni siquiera bromees con eso —me pidió, llevándose su mano libre a la entrepierna para taparse los grandes huevos que sobresalían por debajo de su miembro, cubiertos por un vello tan blanco e impoluto como la nieve virgen—. Estas dos enormes preciosidades cumplen dos funciones: la primera, darme la testosterona que necesito para ser agresivo, grande e imparable; y, la segunda, darte a ti los tigrecitos y lemurcitos que en el fondo tanto deseas.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora