Un baño de sangre y lagrimas

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Una noche no es tiempo suficiente para pensar en lo que quieres de verdad.

Un día no es tiempo suficiente para para perdonar a alguien.

Una caminata por el bosque no es tiempo suficiente para darte cuenta de las cosas que estás dispuesto a dejar atrás.

En el momento en el que alcancé el borde del territorio interior de Yeonjun, nada había cambiado.

Ni dentro de mí, ni en aquel lugar, ni en el alfa salvaje. Me acerqué lentamente con un buen puñado de cartas en la mano y la mochila al hombro, salté la última rama y me detuve en el rellano de madera.

El alfa estaba sentado bajo el cobertizo, con la cabeza gacha y la mirada perdida en un hermosa caja de madera a la que daba lentas vueltas. Yeonjun debía estar muy distraído, porque tardó un par de segundos en percibir mi presencia, alzando la mirada al instante antes de decir un bajo:

—No creía que fueras a volver.

Asentí. Yo tampoco había creído que volvería, pero, por alguna razón, había sentido que necesitaba hacerlo.

—Veo que ya estabas preparado —respondí, señalando la cajita decorada con flores violáceas.

Yeonjun no bajó la mirada. Ambos sabíamos lo que había dentro.

—Los salvajes no perdemos el tiempo con omegas que no merecen la pena.

Arqueé ambas cejas, pero no dije nada al respecto. No había ido allí a discutir.

—Toma, el correo de esta semana.

El alfa movió una mano para tomar el puñado de cartas que le ofrecía y, sin prestarles la más mínima atención, las dejó a un lado. No apartó la mirada ni un segundo de mí mientras me quitaba la mochila del hombro y, con un leve suspiro, me dejaba caer en el taburete a su lado.

La hoguera estaba encendida, pero apenas quedaban más que rescoldos y ceniza negra para alimentar el moribundo fuego. Por ello, moví la cola y alcancé uno de los trozos de leña que llenaban toda la pared, usando la mano para arrojarlo sobre las llamas.

—¿Has pensado en lo que te dije? —me preguntó.
No aparté la vista de la hoguera al responder:

—Un poco.

—¿Y qué has decidido?

En esa ocasión tardé un par de segundos en volver a hablar. Segundos se alargaban como si no fueran a tener fin, pero que Yeonjun no se apresuró a interrumpir. Cuando al fin le miré de vuelta a los ojos, seguían allí, muy fijos en mí.

—Quería venir a verte ahora que aún tienes barba —murmuré—. Quiero que sepas que, lo que digo, es la verdad.

El alfa asintió, su expresión seria no cambió en absoluto, pero sus manos de garras negras se apretaron con más fuerza sobre la caja de madera.

—Cuando me uní al ejército, a mis padres beta no les gustó la idea. Dijeron que era un error y que no importaba cuánto me fueran a pagar o los beneficios que me dieran, porque los militares
solo me usarían para trabajos sucios y las misiones más peligrosas, a esas a los que no querían mandar a betas. «Vas a ser carne de cañón, Beomgyu. A ellos no les importas...», eso fue lo que dijo mi madre.

Bajé de nuevo la mirada a la hoguera y casi conseguí recordar las lágrimas en sus ojos, pero parpadeé y me obligué a seguir.

—Te cuento esto porque, después de irme a la base militar, no pude volver a hablar con ellos. Me consideraron un «agente especial» y cortaron todo contacto con el exterior. Así que nunca pude decirles todo lo que hubiera deseado poder decirles y, para cuando me licencié, ya era demasiado tarde. —De nuevo, le miré a los ojos—. No quiero volver a vivir eso, Yeonjun. No quiero irme de aquí enfadado, dando un portazo y con la cabeza muy alta, y después despertarme una mañana dentro de unos años y arrepentirme de no haberte dicho lo que quería decirte.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora