La conspiración de los omegas

140 35 7
                                    

Mi misión seguía presente en mi cabeza. No me había olvidado de la razón por la que realmente
estaba allí, en La Reserva: infiltrado para descubrir la célula terrorista que había incendiado la base secreta. Lo recordaba perfectamente... solo que, quizá, había dejado de ser una prioridad inmediata para mí.

Ahora mismo, estaba embarcado en otro tipo de misión. Una misión personal: la de descubrir qué quería para mí mismo y mi futuro.

Una vez decidiera eso, continuaría con la orden oficial.

Después de todo, el tiempo no era un problema. Ese tipo de operaciones encubiertas solían durar bastante: infiltrarte, indagar, no levantar sospechas... era esencial no apresurarse. Un paso en falso podría significar la pérdida de meses de esfuerzo o, en el peor de los casos, la muerte.
Así que sí, tenía presente mi vieja misión. Y una red de aliados y confidentes podía ser muy útil, como, por ejemplo, un grupo de alfas repartidos por las villas más cercanas al accidente: Vallealto, Presa de Arce y Mina Negra. Eso sería lo más inteligente para la misión principal.

Que en ese momento estuviera corriendo en dirección a Guarida de la Garra, en la otra punta de Mil Lagos y sin impacto ni influencia alguna en la zona del ataque, se debía a un motivo completamente distinto.

Se debía a una promesa que había hecho unas semanas atrás. Bueno, más bien había sido una amenaza. Y esperaba de todo corazón que El Todo, Dios, Buda o su putísima madre salvara a esos condenados gemelos hijos de puta; porque yo no iba a hacerlo.

Llegué a Guarida de la Garra como una sombra en el atardecer. Sudado y jadeante, contemplé la villa a mis pies, construida en la profunda grieta rocosa del valle. Estaba repleta de animanos: alfas solteros, alfas con espesas barbas decoradas con cuentas, omegas, niños... las calles vibraban de vida y los farolillos de las casas y las calles se empezaban a encender a medida que el sol caía.

La fuerte tormenta de la semana pasada había anegado las calles y todavía había restos de limo y barro estancado sobre las aceras rocosas y la vera del río que cruzaba de lado a lado aquella ciudad vikinga.

No olía bien, pero Refugio de la Garra nunca había tenido un aroma agradable, no con las curtidurías y mataderos que alimentaban la economía de aquel lugar. Todos los omegas del Pinar que habían crecido allí la detestaban, pero incluso ellos reconocían que había un tesoro escondido entre sus estrechas calles. Un tesoro hecho solo para los valientes.

—Hola, Mingyu. Hola, Minju —sonreí—. Adivinad quien va a ser vuestra puta pesadilla...

Ambos alfas alzaron la cabeza al momento. Ambos habían estado demasiado distraídos curtiendo un par de pieles y arrancando los pedazos de carne que quedaban en ellas; así que no me habían olido acercarme hasta casi el último momento.

La curtiduría apestaba, el suelo de piedra estaba manchado de sangre y los gemelos-zorro llevaban unos espantosos delantales de cuero para no mancharse la ropa, pero yo sonreía y balanceaba la cola a mis espaldas, la cual se deslizaba como una larga serpiente anillada.

—Beomgyu... —murmuró Mingyu, y no sonó feliz, sino todo lo contrario.

Miró a su hermano y arqueó las cejas.

—No pensábamos que volverías —dijo Minju, levantándose del taburete—. ¿A qué no, Mingyu?

—No, Minju. Creímos que no.

—Estábamos seguros.

—Muy seguros —asintió Mingyu—. Sino... quizá le hubiéramos esperado.

—Quizá sí —afirmó su hermano.

Para entonces, yo ya no sonreía. Tomé una bocanada de aquel aire pestilente y me llevé las manos a la cintura.

—¿Está viniendo otro omega a veros? —pregunté con tono serio.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora