Trescientos cincuenta omegas

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Yeonjun me preparó otro café, esta vez con leche, miel y vainilla, y me explicó los descubrimientos que había hecho con el código beta escondido en las novelas eróticas. Caminando de lado a lado de la pared de madera pintada, todavía desnudo tras el baño, fue señalando partes y diciendo:

—La saga del Tímido Omega tiene cinco novelas publicadas, además de la que nosotros hemos encontrado y robado en El Arrecife. La mía es la cuarta: El Tímido Omega y el Alfa Salvaje. Señaló un círculo al final del cobertizo, donde tenía el nombre del libro escrito y flechas señalando frases como: «saben dónde estoy y conocen mi territorio», «referencias al agua para señalar el lugar», «¿número de orgasmos pueden ser fechas u horas?».

—La quinta y última historia publicada, El Tímido Omega y la Fiesta del Venado, trata sobre la celebración de una villa a la que el omega va en verano. Allí conoce a...

—Conozco la historia, Yeonjun —le interrumpí—. Hemos leído un par de pasajes juntos.

El alfa puso una media sonrisa y arqueó las cejas.

—Oh, sí... pero como te follaba mientras, no sabía si estabas muy atento a la lectura —declaró, empezando a ponerse un poco duro al recordarlo.

—No, lo recuerdo bien —murmuré, dándole un sorbo a mi vanilla latte, asquerosamente mejor que cualquiera que hubiera probado en el mundo beta.

—¿Seguro? —insistió, cruzándose de brazos y alzando la barbilla—. Porque te faltaba mucho el aire y no parabas de gemir y gemir...

—Yeonjun, céntrate —le interrumpí, señalando la pizarra—. ¿Qué pasa con esa novela?

Al alfa le costó un momento, pero agitó la cabeza, se olvidó de su polla ya dura y se obligó a centrarse. A mí me costó un poco más dejar de echar rápidos y discretos vistazos a su entrepierna a cada ocasión en la que creía que Yeonjun no se daría cuenta.

—El caso es que en esa novela el Tímido Omega no tiene un solo amante, sino varios. Cuatro, para ser exactos: Molu, el alfa-toro; Orsu, el alfa-oso; Makao, el alfa-gorila; y Jabu, el alfa- jabalí. ¿A qué te suena eso?

—Me suena a que al Tímido Omega le gustan las pollas grandes.

Yeonjun entrecerró los ojos y esperó unos segundos antes de preguntar:

—¿Es una broma o realmente crees que puede significar algo?

—Claro, puede que el tamaño de sus pollas sea una clave escondida para marcar las coordenadas de ataque —respondí.

El alfa se volvió hacia su pizarra de detective y se llevó una mano al rostro para acariciarse la barba de forma pensativa.

—Pues no he anotado cuánto les mide... —murmuró, yendo ya en busca del libro repleto de marcas y hojas sueltas.

Llegado ese punto, no pude contener más la risa.

—Por Dios, Yeonjun... —dije, negando con la cabeza—. Eso es imposible. Estamos demasiado al noroeste del planeta, las coordenadas serían de al menos diez dígitos. No creo ni que a Molu, el
alfa-toro, le mida ciento y pico centímetros...

El alfa bajó el libro y me miró con expresión muy seria.

—Qué bien que elijas justo este momento y este tema para hacer bromas, Beomgyu —me dijo con tono cortante—. Quizá debería volver a ponerme la cuenta en la barba, así te lo tomarías todo a pecho y harías un mundo de un grano de arena.

—Mmh... —murmuré, bajando la mirada a la taza de café antes de darle un par de vueltas—. ¿Qué pasa, Yeonjun? Cuándo soy yo el que bromea y tú el que intenta hablar de un tema serio... ¿te enfadas? —y bebí un trago, mirando al alfa por el borde superior de los ojos.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora