Capítulo-1

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Estoy sentada en la mesa, con el tenedor en la mano, cuando mi madre deja caer la noticia que cambiará mi vida.

—Helena, hemos decidido que te irás a estudiar a otro instituto.

El tenedor se congela a mitad de camino hacia mi boca. El sonido de la televisión en el fondo, el suave tic-tac del reloj en la pared, todo se desvanece en el zumbido que comienza a llenar mis oídos. Miro a mi madre, buscando algún rastro de broma en su expresión, pero su rostro permanece inmutable, calmado. Mi padre, a su lado, asiente en silencio, con su habitual expresión seria.

—¿Qué? —La palabra sale de mis labios antes de que pueda detenerla, cargada de incredulidad y confusión—. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo mi escuela?

—No es que haya algo malo —responde mi madre con su tono habitual, ese que usa cuando está tratando de razonar conmigo—. Es solo que este nuevo instituto es mejor para ti. Te ayudará a desarrollar todo tu potencial.

Dejo caer el tenedor en el plato, la carne que estaba a punto de llevarme a la boca queda olvidada. Siento un nudo formarse en mi garganta, y el sabor de la comida se convierte en cenizas.

—Pero... ¿mis amigos? —la voz se me quiebra un poco mientras las palabras salen a trompicones—. No quiero dejar todo atrás. No quiero irme.

Mi madre suelta el cuchillo y el tenedor y me mira con esos ojos que siempre parecen tan seguros de lo que es mejor para mí. Pero esta vez, no puedo soportar esa seguridad.

—Helena, sabemos que esto es difícil, pero a veces los cambios son necesarios —dice, pero no hay verdadera empatía en su voz, solo una resolución que no estoy dispuesta a aceptar.

—Por favor, mamá, papá, no quiero ir —insisto, sintiendo cómo las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos. No puedo perder esto, no puedo perder todo lo que conozco.

—Helena, ya lo hemos decidido —dice mi padre, su tono es firme, aunque evita mirarme directamente a los ojos—. Es lo mejor para ti.

Me levanto de la mesa tan rápido que la silla chirría en el suelo. El ruido del metal raspando la madera resuena en mis oídos, pero no me importa.

—¡No es justo! —grito antes de correr a mi habitación, dejando que las lágrimas fluyan libremente mientras cierro la puerta de un golpe.

Me lanzo sobre mi cama, enterrando el rostro en la almohada para ahogar los sollozos. No puedo creer que me estén haciendo esto. Toda mi vida está aquí, mis amigos, mis recuerdos... y ahora me lo están quitando todo.

Durante los siguientes días, trato de ignorar la realidad que se avecina. Me aferro a la esperanza de que mis padres cambiarán de opinión, de que esto es solo una pesadilla de la que pronto despertaré. Salgo con mis amigos, intento disfrutar cada momento, pero todo se siente como un largo adiós.

Finalmente, llega el día en que mis padres me dicen que debo empacar. La palabra resuena en mi mente como una sentencia de muerte. Empacar significa que esto es real, que me voy. Me quedo sentada en mi cama durante horas, mirando la maleta vacía que han dejado en el suelo. No quiero llenarla, no quiero que se convierta en el símbolo de mi partida.

Después de una eternidad, me levanto y me acerco al armario. Abro las puertas y veo mi ropa colgada, cada prenda cargada de recuerdos. Saco una camiseta que mi mejor amiga me regaló el verano pasado, y mis manos comienzan a temblar. La abrazo contra mi pecho, sintiendo el peso de la realidad aplastándome.

Empiezo a doblar la ropa meticulosamente, como si al hacerlo pudiera ordenar también el caos en mi interior. Cada prenda que coloco en la maleta es como un paso más hacia un destino que no quiero enfrentar. Miro alrededor de mi habitación, que lentamente se va quedando vacía. Las paredes, antes llenas de fotos y recuerdos, ahora parecen extrañas, como si ya no me pertenecieran.

Instituto BloodworthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora