Capítulo-19

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Pov: Eva

Estaba sentada en la biblioteca, disfrutando de un raro momento de tranquilidad en medio del caos habitual del instituto. Isabella se había acercado para hablar conmigo, aunque no podía decir que sus intenciones fueran puramente académicas. Había algo en su tono, en la manera en que me miraba, que sugería que tenía otras motivaciones.

Mientras conversábamos, Isabella se inclinó hacia mí, con una sonrisa que sabía que usaba para conseguir lo que quería. Sus dedos rozaron suavemente mis mejillas, un gesto que, aunque no me sorprendió, me resultó incómodo.

—Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites, Eva —dijo, su tono era seductor, casi como si intentara establecer una conexión más íntima.

No le di demasiada importancia. Sabía cómo manejar a alguien como Isabella, y no era la primera vez que intentaba algo así. Sin embargo, justo en ese momento, un ruido fuerte interrumpió el ambiente tranquilo de la biblioteca. Un libro había caído al suelo, y tanto Isabella como yo nos giramos para ver de dónde provenía.

Allí estaba Helena, de pie, con una expresión que era una mezcla de sorpresa y... ¿celos? Su mirada estaba fija en nosotras, y pude ver el conflicto en sus ojos. No tenía que ser una experta en emociones humanas para entender lo que estaba pasando. Helena había visto a Isabella tocarme, y eso la había afectado más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Antes de que pudiera decir algo, Helena dio media vuelta y salió corriendo de la biblioteca. Algo en su mirada me preocupó profundamente, una intensidad que no había visto en ella antes. Sentí una punzada en el estómago, una sensación que rara vez me permitía experimentar: preocupación genuina.

—Isabella, esto no es el momento —le dije, cortante, mientras me levantaba de la mesa.

—¿Eva? ¿Qué pasa? —preguntó Isabella, sorprendida por mi brusquedad.

—Nada que te concierna —respondí sin mirarla, y me dirigí rápidamente hacia la salida.

Mientras seguía a Helena, mis sentidos se agudizaron. Sabía que algo estaba mal. Podía oler su agitación, el cambio en su sangre. Era un olor que conocía bien, uno que indicaba que algo dentro de ella estaba despertando.

La seguí hasta el bosque, donde la encontré de pie, respirando con dificultad. Sus ojos estaban rojos, y mis sospechas se confirmaron. Sentí que mis colmillos se alargaban instintivamente, una reacción que no había podido controlar. El aroma de su sangre estaba en el aire, mezclado con el viento fresco de la noche. Era intoxicante, pero también peligroso.

Helena estaba cambiando, y aunque yo sabía lo que significaba, no estaba segura de si ella estaba lista para enfrentarlo.

Me acerqué lentamente, mis propios instintos de vampiro luchaban por mantenerse bajo control. Helena estaba a punto de perderse en su naturaleza, pero no podía permitir que eso sucediera. No solo porque la apreciaba más de lo que estaba dispuesta a admitir, sino porque sabía que podría hacerle daño.

—Helena... —dije en un tono suave, intentando calmarla—. Escúchame.

Ella se giró hacia mí, sus ojos estaban llenos de confusión y dolor. Vi cómo luchaba contra sus propios deseos, cómo intentaba entender lo que le estaba ocurriendo. Se acercó a mí, lentamente, casi como si estuviera en trance.

Sabía lo que quería, podía sentirlo en el aire, en la manera en que sus ojos se clavaban en los míos. Quería mi sangre, aunque probablemente no entendía del todo por qué.

—No puedes hacer esto, Helena —le dije, y aunque mi voz era firme, me acerqué más a ella, manteniendo una distancia que sabía que era segura para ambas—.helena trata de enfocarte, ¿si?.

Pero ella no dejaba de avanzar, sus ojos seguían fijos en mí, su respiración era pesada. Sabía que estaba luchando por mantener el control, y me dolía verla así.

Finalmente, cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendí la mano y la tomé suavemente por los hombros, obligándola a detenerse. Sus ojos, que estaban encendidos con ese brillo rojo que indicaba la presencia de algo más dentro de ella, se encontraron con los míos. Pude ver las lágrimas comenzando a formarse.

—¿Qué me está pasando, Eva? —susurró, su voz estaba cargada de desesperación—. ¿Por qué me siento así? ¿Por qué quiero...?

No necesitó terminar la frase. Sabía exactamente lo que quería decir, y aunque me partía el alma verla así, sabía que tenía que ser honesta con ella.

—Helena, lo que estás sintiendo es parte de tu verdadera naturaleza —le dije suavemente—. Eres más que solo humana, y lo que hay dentro de ti está despertando. Pero no puedo permitir que te dejes llevar por ello, porque podría destruirte.

Helena comenzó a llorar, y sin pensarlo, la atraje hacia mí, envolviéndola en mis brazos. Sentí su cuerpo temblar contra el mío, y aunque la cercanía avivaba mis propios instintos, me obligué a mantener el control.

—No entiendo nada... —dijo entre sollozos—. ¿Por qué me siento atraída por tu sangre? ¿Por qué no puedo controlar esto?

Sus palabras me dolieron, pero sabía que tenía que ser fuerte por las dos. Acaricié suavemente su cabello, tratando de calmarla mientras buscaba las palabras adecuadas.

—Es parte de lo que eres, Helena —respondí—. Tu naturaleza te lleva a sentir esa atracción, pero no dejaré que te consuma. Estás segura conmigo, te protegeré, lo prometo.

Helena se aferró a mí, y pude sentir cómo sus sollozos comenzaban a disminuir, aunque el dolor en su voz no desaparecía.

—Solo quiero entender... —susurró, con un tono que me rompió el corazón.

—Lo harás —le prometí—. Y cuando llegue ese momento, estaré aquí para guiarte. No tienes que pasar por esto sola.

Nos quedamos así por lo que pareció una eternidad, hasta que finalmente sentí que Helena comenzaba a calmarse. Su respiración se hizo más estable, y los ojos rojos comenzaron a desvanecerse, volviendo a su color habitual.

Sabía que este era solo el comienzo de algo mucho más grande, algo que ni siquiera yo podía prever del todo. Pero estaba dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario para protegerla, aunque eso significara luchar contra mis propios instintos.

Cuando finalmente Helena se apartó de mí, sus ojos estaban llenos de preguntas, pero también de una confianza que no esperaba ver tan pronto.

—Gracias, Eva —dijo, su voz era suave pero firme.

Le di una pequeña sonrisa, aunque sabía que la batalla estaba lejos de terminar.

—No tienes que agradecerme, Helena. Estoy contigo, pase lo que pase.

Y con eso, comenzamos a caminar de regreso al instituto, sabiendo que lo que había ocurrido esa noche cambiaría nuestra relación para siempre.

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