Capítulo 7

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Los días que siguieron a la visita inesperada de Dean fueron inquietantes para Thalia. No podía quitarse de la cabeza la manera en que había irrumpido en su casa sin ningún remordimiento, como si simplemente supiera que tenía derecho a estar allí. Esa confianza, esa calma imperturbable, la exasperaba. Sentía como si él tuviera el control de una situación que aún no comprendía del todo. Pero Thalia no iba a dejar que él manejara su vida de esa forma. Había decidido investigar sobre Dean, pero esta vez de una manera diferente. No solo quería saber quién era, sino de dónde había salido y cómo parecía saber tanto sobre ella.

Durante los siguientes días, Thalia aprovechó cada momento libre para buscar cualquier pista que pudiera ayudarla a descubrir algo más sobre Dean. Utilizó foros de internet, bases de datos públicas y hasta consultó registros de la ciudad para encontrar cualquier información que pudiera estar conectada con él. Pero, al igual que antes, fue en vano. No había rastros de su existencia en ningún lado. Era como si Dean simplemente hubiera aparecido de la nada, sin pasado, sin historia.

Frustrada, Thalia decidió que era hora de cambiar de enfoque. Sabía que las respuestas que buscaba no estarían disponibles en las vías convencionales. Así que una tarde, después de asegurarse de que sus padres estaban ocupados en sus propios asuntos, salió de casa y se dirigió al único lugar que creía que podría darle alguna pista: la vieja iglesia del pueblo.

La iglesia era un edificio antiguo, de piedra desgastada por el tiempo, situada al borde de la ciudad. La recordaba vagamente de cuando era niña; solía asistir con sus padres los domingos, pero hacía años que no volvía. A medida que se acercaba, sintió una ligera presión en su pecho, como si algo la empujara a seguir adelante y, al mismo tiempo, la instara a dar media vuelta. Pero siguió caminando.

El interior de la iglesia estaba en penumbra. Solo unos pocos rayos de luz se filtraban a través de las vidrieras, proyectando colores suaves en las paredes de piedra. Thalia avanzó por el pasillo central, pasando junto a los bancos vacíos hasta llegar al altar. Su mirada vagó por los detalles del lugar, las estatuas, los altares laterales… y luego se detuvo en un rincón donde un sacerdote anciano, que llevaba una sotana simple, se inclinaba sobre un libro.

—¿En qué puedo ayudarte, hija? —Preguntó el sacerdote, alzando la vista al escuchar los pasos de Thalia.

Thalia vaciló por un momento. No estaba segura de cómo plantear sus preguntas sin sonar completamente desorientada. Pero finalmente decidió que lo mejor era ser directa.

—Padre… Necesito saber más sobre los ángeles.  — Comenzó, mientras se acercaba. — Y sobre… ciertas personas que dicen ser parte de ellos.

El sacerdote la miró fijamente, sus ojos cansados parecían haber visto muchas cosas en su vida. Cerró el libro que estaba leyendo y se puso de pie.

—Los ángeles son seres de luz, mensajeros de Dios, como bien sabes.  — Dijo con suavidad. — Pero las historias que giran en torno a ellos son muchas, algunas ciertas y otras… no tanto. ¿Por qué lo preguntas?

Thalia dudó. ¿Debería decirle sobre Dean? ¿Debería confiar en alguien más sobre lo que estaba pasando?

—Conocí a alguien.  — Dijo finalmente, con voz temblorosa. — Dice que es un ángel… pero no lo sé. No sé si puedo creerle. No entiendo por qué yo, por qué me eligió para contarme todo esto.

El sacerdote observó su rostro, como si estuviera buscando algo más allá de las palabras que ella había pronunciado.

—El mundo espiritual puede ser confuso y, a veces, peligroso.  — Dijo finalmente. — Hay fuerzas más allá de nuestro entendimiento, y no siempre son claras en sus intenciones. Pero si este ser dice ser un ángel, hija, lo más importante es discernir sus acciones, no solo sus palabras.

Thalia asintió lentamente. Las palabras del sacerdote resonaron en su mente. Aunque Dean había hablado sobre protección y de un supuesto "destino", ella no podía confiar plenamente en él. Sus acciones eran lo que más la inquietaba: esa capacidad de aparecer de la nada, de saber cosas sobre ella que no debería conocer.

—¿Hay alguna manera de… protegerse? — Preguntó ella. — Si es que no es lo que dice ser.

El sacerdote frunció el ceño por un momento, como si estuviera reflexionando profundamente.

—La fe, hija mía. La fe es la mayor protección que tenemos. Confía en tus instintos y en el bien que reside en tu corazón. Si sientes duda o temor, busca refugio en la oración y en aquellos en quienes confías.

Thalia agradeció las palabras del sacerdote y se despidió respetuosamente, aunque no había obtenido respuestas claras. Salió de la iglesia con una sensación agridulce, como si hubiera dado un pequeño paso hacia la verdad, pero aún faltaran muchas piezas por descubrir.

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Esa noche, Thalia regresó a casa sintiéndose un poco más ligera. Hablar con el sacerdote le había dado cierta tranquilidad, aunque sus dudas no habían desaparecido del todo. Al llegar a la puerta, vio que Simon estaba sentado en los escalones, con las manos en los bolsillos, esperando.

—¿Otra vez tú? — Preguntó Thalia, con una sonrisa cansada, pero genuina.

Simon se encogió de hombros y se levantó.

—No podía dejar que pasaras por esto sola.  — Respondió. — Y, además, traje café.

Thalia sonrió, agradeciendo su presencia. Entraron juntos a la casa, y se sentaron en la cocina. Mientras bebían el café, Thalia le contó sobre su visita a la iglesia, omitiendo los detalles más íntimos, pero compartiendo lo esencial de la conversación con el sacerdote. Simon la escuchó en silencio, asintiendo de vez en cuando, y cuando ella terminó, habló con una calma que Thalia siempre había admirado en él.

—Tiene sentido lo que te dijo el sacerdote. A veces nos enfocamos tanto en buscar respuestas concretas, que olvidamos escuchar lo que sentimos realmente. Y… si te soy sincero, yo tampoco confío del todo en Dean.

—¿Por qué? — Preguntó Thalia, sorprendida.

—Es difícil de explicar.  — Respondió Simon, mirando su taza de café.— Pero hay algo en él que simplemente no me parece bien. No sé si es su forma de actuar, o cómo siempre parece estar un paso adelante de nosotros, pero… no puedo evitar pensar que nos oculta algo importante.

Thalia asintió. Las palabras de Simon reflejaban exactamente lo que ella había estado sintiendo.

—Quiero investigar más sobre él. —Dijo Thalia finalmente. — No puedo quedarme quieta sin saber qué es lo que está pasando realmente.

Simon le dio una mirada firme, apoyando una mano sobre la mesa.

—Cuento contigo para lo que necesites. — Dijo. — Pero prométeme que serás cuidadosa. Si Dean no es quien dice ser, podríamos estar metiéndonos en algo mucho más grande de lo que podemos manejar.

Thalia lo miró a los ojos y asintió. Sabía que Simon tenía razón. Estaban entrando en aguas peligrosas, pero no podían detenerse ahora.

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Esa noche, después de que Simon se fue, Thalia se tumbó en su cama, mirando al techo. Su mente era un torbellino de pensamientos y emociones, pero en el fondo sabía que lo más importante en ese momento era confiar en sí misma. Se giró hacia la ventana, observando la luz de la luna filtrarse entre las cortinas.

Algo le decía que no estaba sola, que había fuerzas invisibles en juego, y que su vida estaba cambiando de formas que aún no comprendía completamente. Pero, a pesar de todo, sabía que tenía que seguir adelante. La verdad, fuera cual fuera, estaba ahí fuera, esperándola.

Y ella iba a encontrarla.

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