Capítulo 8

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Los días se habían vuelto largos para Thalia. A pesar de las dudas y el desconcierto que sentía en su interior, trataba de seguir con su vida como si nada hubiera cambiado. Ayudaba a sus padres en la casa, iba al mercado del pueblo, e intentaba distraerse leyendo libros o paseando por los campos cercanos. Sin embargo, algo dentro de ella había cambiado irrevocablemente. Era como si una pequeña llama se hubiera encendido, empujándola hacia algo que aún no podía comprender del todo.

Por más que intentara evitarlo, el pensamiento de Dean seguía regresando a su mente. Su confesión de que era un ángel y que ella tenía un papel crucial en una lucha mayor resonaba con insistencia en sus pensamientos, desafiando su lógica y su incredulidad. Quería rechazarlo, seguir con su vida normal, pero las dudas se mantenían latentes, como una sombra que no podía ignorar.

Un día, mientras Thalia caminaba por un camino solitario en los campos detrás de la casa de sus padres, sintió una presencia cercana, una sensación familiar que había llegado a reconocer a lo largo de los últimos días. Se giró lentamente y, tal como esperaba, allí estaba Dean, de pie en silencio a una distancia prudente, con una expresión seria pero sin rastro de la arrogancia que había mostrado antes.

—Thalia...  — Dijo Dean en voz baja, casi como si no quisiera interrumpir el silencio del campo. — Sabía que vendrías aquí.

—¿Cómo lo sabías? — Respondió ella con un leve tono de resignación. Ya no se sorprendía de cómo él siempre parecía saber dónde encontrarla.

Dean dio un par de pasos hacia adelante, manteniendo la distancia suficiente para no invadir su espacio personal.

—Porque... porque hay algo que compartimos, algo que te conecta con este lugar y conmigo, aunque aún no lo entiendas del todo.

Thalia frunció el ceño, cruzando los brazos. Se había prometido no dejarse llevar por sus palabras sin más, pero una parte de ella quería saber qué tenía que decir.

—Quiero respuestas, Dean. Verdaderas respuestas. Si lo que dices es cierto, necesito entenderlo, o no podré seguir adelante.

Dean asintió lentamente, sus ojos oscuros reflejaban una extraña mezcla de compasión y gravedad.

—Lo sé. He venido para contártelo todo, Thalia. Es hora de que sepas la verdad... pero no es una verdad fácil de aceptar.

Thalia sintió un leve escalofrío recorrerle la espalda, pero su mirada se mantuvo firme.

—Entonces, dímelo.

Dean respiró hondo y caminó hacia un pequeño montículo cubierto de hierba, invitándola a sentarse junto a él. Thalia lo siguió con cautela, tomando asiento a unos pocos metros de distancia.

—Hace mucho tiempo, hubo una mujer que conocí.  — Comenzó Dean, con la mirada perdida en el horizonte. — Era fuerte, valiente y estaba destinada a grandes cosas. Su nombre era Elise.

Thalia entrecerró los ojos, intentando seguir el hilo de la historia.

—Elise era una guerrera. — Continuó Dean. — Pero no una guerrera común. Era alguien elegida por fuerzas que van más allá de este mundo. Dios la había designado para liderar una lucha importante, una guerra que no muchos conocen. Pero esa guerra no era contra simples humanos. Era una guerra dentro del propio cielo.

Thalia sintió un nudo formarse en su estómago. Las palabras de Dean parecían sacadas de una historia de fantasía, pero algo en su tono, en la forma en que hablaba, hizo que las tomara en serio.

—Una guerra en el cielo. — Repitió Thalia, como si estuviera probando esas palabras por primera vez. — ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?

Dean la miró, sus ojos llenos de una tristeza que Thalia no había visto antes en él.

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