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05/03/2022 - Argentina, Latinoamérica.

MATÍAS

El aire en el estudio estaba cargado de tensión. Las luces, el movimiento del equipo de filmación, los gritos de los asistentes para coordinar los últimos detalles, todo se mezclaba en un caos orquestado que parecía presagiar algo más allá de la escena que estábamos a punto de grabar.

Me encontraba ajustando mi vestuario, pero mi mente no estaba en los detalles de la escena. La atención estaba fija en la figura de Enzo al otro lado del set, rodeado de técnicos y compañeros. Enzo parecía distante, inalcanzable, con esa misma frialdad que me había atormentado desde que abandonamos España.

La escena en la que el avión se estrellaba contra la montaña era crucial, y lo sabía. Lo que no sabía era cómo manejar las emociones que me desbordaban. Desde aquella noche, nuestra relación había cambiado drásticamente. Lo que había comenzado como un odio quizá mutuo, se había transformado en una tensión explosiva que culminó en una noche algo intensa. Pero ahora, Enzo me ignoraba, como si no fuera más que una molestia en su camino.

Dando paso a la poca valentía que me quedaba, decidí hablar con el chico una vez más. Solo una más. Si el mayor no me daba una respuesta definitiva, por dolorosa que fuera, haría hasta lo imposible por olvidarme de él.

Caminé hacia Enzo, sintiendo cómo cada paso me pesaba más que el anterior. Cuando llegué a su lado, tomé aire y, con voz temblorosa pero decidida, me atreví a hablar.

—Enzo, ¿podemos hablar un momento? — la súplica en mi voz era evidente, pero traté de ocultarla, no quería parecer un desesperado.

El mayor seguía enfocado en su vestuario, ajustando los últimos detalles con una concentración casi exagerada. No levantó la vista, ni siquiera cuando repetí mi pregunta con un tono más firme.

—Enzo, por favor, sólo un minuto.

Finalmente, el uruguayo levantó la mirada. Sus ojos, que alguna vez brillaron con una chispa de algo más, ahora estaban fríos y calculadores.

—¿Hablar? — repitió, su tono cargado de sarcasmo. —No tengo nada que decirte, Matías. Y sinceramente, no tengo tiempo para tus dramas. Tengo que concentrarme en la escena, que es lo único que importa aquí.

Una piedra imaginaria cayó hasta el fondo de mi estómago, haciéndolo pesado, y con él, todo mi cuerpo. Las palabras de Enzo fueron como un golpe directo a mi corazón, destrozando cualquier esperanza que hubiera mantenido viva.

—Pero... —intenté insistir, el mayor me interrumpió con un gesto de impaciencia.

—No insistas, Matías. Lo que pasó no significa nada. Fue un error, y lo mejor es olvidarlo. Ahora, si me disculpas, tengo que irme.

Sin más, Enzo se giró, dirigiéndose hacia Fran, quien observaba la escena desde una distancia prudente.

Me quedé allí, paralizado, incapaz de procesar lo que acababa de suceder. Observé a Enzo y Fran intercambiar palabras y sonrisas, sintiendo que el mundo se desmoronaba a mi alrededor.

El malestar de vacío era insoportable, pero lo que más me atormentaba era la sensación de haber sido usado, desechado sin más. Como si lo que ocurrió entre nosotros no hubiera tenido ningún significado. Y ahora, ni siquiera podía odiarlo, porque ese odio se había transformado en algo más, algo que me hacía sentir aún más vulnerable.

Me alejé, buscando un rincón donde pudiera estar solo, al menos unos pequeños minutos antes de empezar a rodar, me senté lejos de las miradas y de los murmullos que ya empezaban a surgir entre los miembros del equipo.

𝐇𝐀𝐁𝐈𝐓𝐀𝐂𝐈Ó𝐍 𝟏𝟎𝟑 - 𝐆𝐞𝐧𝐞𝐳𝐚.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora