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13/10/2008 - Uruguay, Latinoamérica.

ENZO (15 años)

Entrar al aula era como cruzar una línea de fuego. Cada mirada era una bala, y cada risa, una explosión. Todo empezó como un murmullo, un "¿escuchaste lo de Enzo?" que se esparció como pólvora.

—¿Te fijaste cómo se mueve? Se nota que es un puto.

—No lo mires fijo, capaz te contagia.

—¿Le viste las manos? Seguro las usa para tocar a los chicos.

Mi única estrategia era mirar al frente, fingir que no pasaba nada, como si ignorarlos pudiera borrar la realidad. Pero ellos sabían cómo romperme.

"Monstruo."

Esa palabra empezó a aparecer escrita en mi pupitre, en mi casillero, incluso en los baños. Un día, al abrir mi mochila, encontré un papel arrugado. Lo desplegué con manos temblorosas:

"Deberías matarte. Así nadie tiene que soportarte."

Mi garganta se cerró, pero no lloré. No frente a ellos. Nunca les daría esa satisfacción.

Y Dylan... él era el peor.

—¿Cómo va todo, Enzo? ¿Disfrutando la atención? — me decía cuando nadie miraba, su tono burlón como una navaja que se clavaba en mi orgullo.

Un día, mientras caminaba por el pasillo, sentí que alguien me empujaba. Me golpeé contra los casilleros, los libros cayeron de mis manos. Cuando me giré, ahí estaba Dylan, sonriendo como si nada.

—Ups, ¿te caíste? Qué torpe eres.

Pero lo peor fue en el vestuario, después de la clase de educación física. Todos habían salido, menos yo. Me estaba cambiando, tratando de ser rápido, invisible. Pero Dylan volvió con un grupo de chicos.

—Miren al maricón. Seguro le encanta estar aquí rodeado de hombres desnudos.

Me reí nerviosamente, intentando que pareciera que no me afectaba, pero ellos lo vieron. Vieron el miedo, y eso los envalentonó.

Uno de los chicos me tiró la camiseta al piso, mientras otro me empujó hacia un banco.

—Dale, Enzo, ¿no quieres decirnos cuál de nosotros te gusta más? — preguntó Dylan, acercándose.

Intenté levantarme, pero uno de ellos me empujó de nuevo. Mi corazón latía tan rápido que pensé que se me iba a salir del pecho.

—Déjenme en paz, ¿quieren? — mi voz sonó débil, rota.

Ellos se rieron, una carcajada cruel que me dejó helado. Dylan se inclinó y me susurró:

—Nadie te va a dejar en paz. Nunca. Porque esto es lo que eres: un bicho raro.

Salí corriendo del vestuario, dejando mi camiseta en el piso, los ojos ardiendo con lágrimas que no podía contener más. Me encerré en un baño, apoyando la frente contra la puerta.

"¿Por qué? ¿Por qué soy así? ¿Por qué me tienen que odiar por algo que ni siquiera elegí?"

Esa noche, me miré al espejo en casa. Había un corte pequeño en mi labio por el empujón de la mañana. Me toqué la cara, tratando de reconocerme, pero sólo vi un extraño.

"¿Alguna vez dejará de doler? ¿Alguna vez podré ser yo mismo?"

15/03/2022 - Argentina, Latinoamérica.

𝐇𝐀𝐁𝐈𝐓𝐀𝐂𝐈Ó𝐍 𝟏𝟎𝟑 - 𝐆𝐞𝐧𝐞𝐳𝐚.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora