Capítulo 39: El Chef.

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Roier.

Abrí el refrigerador, sacando jamón, longaniza, queso Oaxaca y queso manchego. Coloqué los ingredientes en la barra, volviendo a girar para agarrar un cuchillo del cajón a mi izquierda.

Abrí la bolsa del pan que había traído y saque varios, cortándolos por la mitad.

Del sartén encima de la tabla de picar, tomé con una cuchara, los frijoles refritos qué hice hace unos momentos. Unté el contenido cobre las mitades de pan.

Abrí y limpié la longaniza, cortándola en trozos medianos y poniendo a freírla en un sartén. Mientras eso se cocia, coloqué una rebanada de jamón sobre cada bolillo.

Deshebré el queso Oaxaca, lo repartí junto con el manchego por todos los panes. Una vez estuvo frita la longaniza, la escurrí y quite excesos de aceite. Coloqué una cucharada en cada pan, para después, irlos pasando por el comal previamente calentado.

Los iba poniendo en un plato, perfectamente apilados. Apagué la estufa y llevé la comida a la mesa. En ella, ya estaba acomodado platos, vasos y servilletas.

Puse lo que había preparado, volviendo a la cocina.

Escuché la puerta ser abierta, girando y tomando el posillo con agua caliente, agarré cuatro tazas, vertiendo en dos agua y en los otros leche fría.

Unas manos rodearon mi cintura, ladee mi rostro, permitiendo que mi pareja besara mi cuello.

Aún sin soltarme, preparé correctamente las bebidas, dando la vuelta una vez había acabado. Me alcé en mis puntas, depositando un beso en sus labios.

Iba a separarme, cuando una de sus manos subió a mi nuca e impidió qué lo hiciera. Fue muy dulce, de los más tiernos y suaves besos que me había dado.

—Buenas noches, guapito.

—Buenas noches, gatinho.

Dejé un beso más en sus labios antes de separarme y tomar dos tazas, el cenizo tomó las restantes y me siguió fuera de la cocina, apagando la luz.

—Perdón, me retrase y no podía posponer esa junta —se disculpó, poniendo las tazas de los niños en sus lugares.

—Sin problemas, Rivers me ayudó a pasar por los niños.

—¿Cómo estuvo hoy?

—Bien, la inauguración será el miércoles, según el Elotes es de la suerte o algo así, no le entendí.

Asintió. Me asomé en el borde de la pared, llamando a los niños quienes jugaban en su cuarto.

—¡Niños!, ¡Ya está la comida! —no recibí ninguna respuesta, rode los ojos-. ¡Y ya llegó su papá!

Enseguida, pisadas en la parte de arriba se escucharon, bajaron rápidamente las escaleras y entraron al comedor. Cellbit, antes de que llamara a los niños, había ido a lavar sus manos.

—Mentiroso, apa Cellbit no está aquí.

Iba a decir algo, pero el mencionado había regresado, los niños corrieron a abrazarlo, llenándolo de besos y abrazos.

Cenamos muy a gusto, nos fuimos a dormir y los días corrieron su rumbo.

El miércoles en la mañana, me levanté muy temprano, tomando un baño y vistiendo uno spantalonea negros de vestir ajustados y una camisa blanca.

Mientras me peinaba, Cellbit despertó, yendo directo al baño, minutos después salió, solo vistiendo una toalla en su cintura.

—¿Me quieres provocar? —me puse de pie, caminando hasta el armario y sacando uno de sus trajes perfectamente planchados.

Un amor confuso | Guapoduo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora