Capítulo 35: Nuestra Relación.

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Roier.

—Y el deposito será el viernes, para que lo contemplen —mi cabeza era un lío, mucha información para procesar.

—Ok, ¿Cuándo podremos ocupar el lugar? —Etoiles preguntó al dueño.

—Pueden hacerlo en cuanto den el deposito, les entrego los papeles y es todo suyo —asentí más para mi mismo.

Venimos a ver el lugar en donde pondríamos un restaurante, el francés se había encargado de todo. Era bonito y espacioso, estaba en el centro de la ciudad y la calle era transitada.

Nos despedimos del dueño y caminamos a la salida.

—¿Te gustó? —abrí la puerta de cristal.

—Sí, esta chingón, pero le cambiaría algunas cosas al exterior, como esto —señale las ventanas, el cristal estaba algo rayado y no me gustaba el diseño.

—En eso estoy de acuerdo —platicamos sobre algunas cosas más que nos gustaría cambiar y cada quien se fue por su parte.

Conduje hasta mi casa, ahí, Vegetta estaba.

—¡Hey, Roier! —bajé del carro y entré a la casa sin puerta.

Todo estaba cubierto con plástico y algunas paredes ya estaban pintadas, habían varias escaleras y botes de pintura por el piso.

—Hola, Vegetta —me dió unas palmaditas en el hombro.

Suspiré, hace unos días hablé con el pelinegro, quería que mi casa estuviera lista lo antes posible. Acordamos lo de los pagos y le di el primero.

Ahora mismo andaba muy justo de presupuesto, pero no podía echarme para atrás ni con él ni con Etoiles

Recorrimos con cuidado toda la casa, en su mayoría ya estaba restaurada, solo faltaba la pintura, puertas, ventanas y algunos acabados.

Agradecí y cruce la calle, abrí la puerta de la casa, estaba toda en silencio.

Me sorprendió, al ser las casi seis de la tarde, solía haber mucho movimiento, los niños jugando o Cellbit quejándose de cualquier cosa.

Caminé por el pasillo una vez deje mis llaves en la mesita a un lado de la puerta. Los encontré en el despacho del cenizo.

—Sí, pero no le vayan a decir nada, ¿Ok? —los niños rieron bajito y asintieron, alce una ceja.

—¿Decir qué? —dieron un salto, sentados sobre el escritorio de Cellbit.

—Nada, nada.

—Más les vale.

Caminé y me acerqué a ellos, les di un beso en la cabeza a cada uno.

—¿Ya comieron? —negaron y voltee a ver mal al cenizo.

—Ellos dijeron que no tenían hambre —se defendió, empujando su silla hacia atrás.

—Y tu muy obediente les creíste, ¿No? —asintió orgulloso y rode los ojos, sonriendo.

—¿Cómo te fue? —abrazó mi cintura y recargo su cabeza a un lado de mi torso.

Suspiré, los niños pusieron también atención.

—Me fue bien, el deposito se hace el viernes —jugué con los deditos de Bobby.

—¿Qué es un deposito? —Richas preguntó.

—Es un pago que se hace —ambos pequeños alzaron las cejas y formaron una "o" con su boquita.

—No es exactamente eso —Cellbit intervino, soltando mi cuerpo y recargandose en el respaldo.

Un amor confuso | Guapoduo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora