-Se que estas ahí, Edward.
Abrí la ventana con calma, dejando que el aire fresco se colara en mi habitación. Me senté en la cama, esperando que Edward apareciera. Edward entró con su característico sigilo, como una sombra.
-¿Siempre lo supiste? -preguntó con una mezcla de curiosidad y certeza, aunque ambos conocíamos la respuesta.
-siéntate -dije señalando la silla frente de mi-Por supuesto -respondí, mi tono neutral, como si estuviéramos hablando del clima. Tomé un libro que descansaba al lado de mi cama y empecé a hojearlo.
Edward me observó en silencio por unos segundos, evaluando mis palabras. No era la primera vez que me observaba sin que yo lo supiera. No sería la última.
Suspiro
-¿Entonces... aquella vez que estabas hablando con tu mamá también? -continuó, buscando una respuesta que, nuevamente, ya conocía.
-Sí. Y también la vez que intentaste entrar a mi habitación. Por eso solo te di una pequeña advertencia. Es bueno que no lo volvieras a hacer -dije con calma, levantando la mano y dejando que unas pequeñas chispas de electricidad recorrieran mis dedos, solo para asegurarme de que entendiera que estaba hablando en serio.
Edward se quedó en silencio, procesando mis palabras. Podía ver la culpa y la sorpresa luchando por emerger en su expresión perfecta, aunque se mantenía controlado. Sabía que estaba pensando en lo que yo podría hacer, pero opté por cambiar de tema.
-No te preocupes por eso, ya pasó. Y gracias a Dios no lo volviste a intentar. -Sonreí de medio lado, con un toque de burla en mi voz-. Estaba a punto de denunciarte por acoso.
Edward parpadeó, claramente incómodo. Intentó disculparse.
-Lo siento, yo solo...
-Está bien, olvidémoslo. Pregunta lo que querías preguntar -dije, mirándolo directamente a los ojos. Sabía que había una razón más importante detrás de su visita hoy. La tormenta que se avecinaba me daba la pista.
Edward dudó un segundo, luego habló con un tono avergonzado pero decidido.
-Quería saber si te gustaría jugar béisbol con mi familia -dijo, con una pizca de nerviosismo en su voz.
Levanté una ceja, fingiendo desinterés mientras me recostaba un poco más en la cama.
-¿Béisbol? -repetí, como si la idea fuera tan absurda que apenas mereciera mi atención.
-Sí, béisbol. ¿Te interesa? -preguntó, un tanto nervioso, pero tratando de sonar casual.
-Hmm... no lo sé -murmuré, llevando un dedo a mis labios como si estuviera pensándolo seriamente.
-Mi familia no está en contra... -agregó Edward, esperando convencerme.
-No es eso -respondí, jugando con el suspenso. Sabía que lo estaba torturando un poco, pero eso hacía la conversación más divertida.
-¿Y qué es entonces? -Edward parecía más nervioso ahora, y no pude evitar sonreír ante su incomodidad.
Finalmente, decidí poner fin a su sufrimiento.
-Bien, iré, pero solo si participo. Me gustaría jugar también -dije, dejando caer la última palabra con un tono coqueto.
-¿Jugar? -repitió Edward, claramente sorprendido.
-Sí, jugar. -Lo miré con una expresión que decía claramente "¿no es obvio?".
-Pero... -pareció buscar una excusa, pero lo interrumpí antes de que pudiera decir algo más.

ESTÁS LEYENDO
Maldita reencarnación
De Todo¡Quién iba a imaginar que expresar un anhelo alteraría mi destino hacia el más allá! Absolutamente nadie. Incluso mi propia conciencia parece asombrada al pensarlo. Es insólito que los deseos se materialicen, y más aún cuando estás literalmente en l...