Capítulo 16: Sombras del Corazón

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El eco de las espadas resonaba en los oscuros corredores del laberinto mientras Tanjiro y Iguro luchaban ferozmente contra las sombras que les bloqueaban el paso. Aunque las criaturas parecían imbatibles, ambos sabían que el tiempo era un lujo que no podían permitirse.

Tanjiro lanzó un corte descendente con su katana, haciendo que una de las sombras se desintegrara en el aire. A su lado, Iguro se movía con precisión letal, eliminando a sus enemigos con rápidos movimientos de su espada. Sin embargo, las sombras parecían interminables, como si el laberinto mismo estuviera generándolas.

—No podemos seguir así —dijo Tanjiro, jadeando mientras observaba a las criaturas reformarse—. Necesitamos encontrar una forma de salir de aquí.

Iguro frunció el ceño, consciente de que las palabras de Tanjiro eran ciertas. Cada vez que eliminaban una sombra, otra tomaba su lugar. El laberinto parecía estar jugando con ellos, consumiendo su energía poco a poco.

De repente, una voz familiar resonó en el aire, rompiendo la tensión.

—¡Tanjiro! ¡Iguro!

Ambos guerreros se detuvieron en seco, reconociendo la voz al instante. Era Mitsuri, su tono cargado de desesperación.

—¡Mitsuri! —gritó Tanjiro, su corazón acelerándose—. ¿Dónde estás?

El eco de su voz se desvaneció en la distancia, pero no hubo respuesta inmediata. Sin embargo, la llamada de Mitsuri fue suficiente para que ambos renovaran sus fuerzas.

—Debe estar cerca —dijo Iguro, con una determinación feroz en su mirada—. No podemos dejarla sola en este lugar.

Guiados por el eco de la voz de Mitsuri, ambos se adentraron más profundamente en el laberinto, con las sombras persiguiéndolos en silencio. El aire se volvía cada vez más pesado, y la oscuridad parecía ganar terreno con cada paso que daban. Pero ni Tanjiro ni Iguro estaban dispuestos a rendirse.

Finalmente, llegaron a una gran sala circular, iluminada por una tenue luz azul. En el centro, Mitsuri yacía atrapada en una especie de prisión hecha de sombras, sus manos y pies encadenados por oscuridad sólida.

—¡Mitsuri! —exclamó Iguro, su corazón latiendo con fuerza mientras corría hacia ella.

Antes de que pudiera alcanzarla, la figura de la mujer de ojos vacíos apareció frente a ellos, flotando en el aire con una sonrisa cruel en su rostro.

—¿De verdad pensaron que podrían llegar tan lejos sin pagar un precio? —dijo la mujer, con un tono burlón—. Las sombras siempre cobran lo que les pertenece.

Tanjiro dio un paso adelante, sosteniendo su katana con firmeza—. No me importa cuál sea el precio. Vamos a liberar a Mitsuri, y no permitiré que te salgas con la tuya.

La mujer rió, un sonido frío y perturbador—. Valientes palabras para alguien que aún no comprende el poder de este lugar. El laberinto no es solo una prisión física; es una prisión del alma. Mitsuri no está aquí por casualidad. Su corazón está lleno de dudas, de miedos... y eso es lo que alimenta las sombras.

Iguro miró a Mitsuri, notando la angustia en sus ojos. Sabía que las palabras de la mujer, aunque crueles, tenían algo de verdad. Mitsuri siempre había sido una persona fuerte, pero las sombras habían encontrado una grieta en su corazón.

—Mitsuri... —susurró Iguro, con el corazón roto al ver a la mujer que amaba atrapada en esa pesadilla.

—No tienes que preocuparte por ella —continuó la mujer—. Las sombras la cuidarán bien... siempre que ustedes se rindan.

Tanjiro apretó los dientes, negándose a aceptar esa opción. No había luchado tanto para rendirse en este punto.

—No nos rendiremos —dijo con firmeza—. Lucharemos hasta el final.

La sonrisa de la mujer se desvaneció, y sus ojos vacíos se volvieron fríos y amenazantes—. Entonces, que así sea.

Con un movimiento de su mano, la sala se llenó de sombras que comenzaron a tomar forma, como si el laberinto mismo se estuviera levantando para defenderse. Las criaturas de oscuridad rodearon a Tanjiro y Iguro, sus movimientos fluidos y amenazantes.

Tanjiro miró a Iguro, y ambos asintieron. Sabían que esta batalla sería decisiva.

Iguro —dijo Tanjiro, respirando profundamente—. Vamos a sacarla de aquí, juntos.

Iguro asintió, y sin más palabras, ambos se lanzaron hacia las sombras, desatando todo su poder en un intento desesperado por liberar a Mitsuri.

La batalla que siguió fue frenética y brutal. Las sombras atacaban sin piedad, pero Tanjiro y Iguro luchaban con una ferocidad que solo podía surgir del amor y la desesperación. Cada golpe de sus katanas iluminaba brevemente la oscuridad, cortando a través de las sombras con una fuerza imparable.

Pero las sombras eran implacables, y por cada una que destruían, otra surgía para tomar su lugar. Tanjiro comenzó a sentir el peso del cansancio en sus brazos, pero no podía permitirse detenerse. Sabía que Mitsuri los necesitaba.

—¡Tanjiro! —gritó Iguro, justo cuando una sombra lo golpeaba en el costado, haciéndolo caer al suelo.

Tanjiro corrió hacia él, bloqueando un ataque con su katana antes de ayudar a Iguro a levantarse. Sabían que estaban al límite de sus fuerzas, pero no podían detenerse.

—Debemos llegar a ella... —murmuró Iguro, con los dientes apretados por el dolor.

Tanjiro asintió, y ambos guerreros reunieron lo que quedaba de su energía para un último ataque. Sabían que solo tenían una oportunidad para liberar a Mitsuri, y no podían fallar.

Con un grito de guerra, Tanjiro y Iguro se lanzaron hacia las sombras con una determinación inquebrantable. Sus espadas cortaron a través de la oscuridad, abriéndose camino hacia Mitsuri. Y cuando finalmente alcanzaron la prisión de sombras, Tanjiro desató una poderosa técnica de la respiración del sol, rompiendo las cadenas que la mantenían atrapada.

Las sombras se disolvieron en el aire, y Mitsuri cayó al suelo, libre al fin.

Iguro corrió hacia ella, arrodillándose a su lado mientras Tanjiro observaba con alivio.

—Mitsuri... estás a salvo —susurró Iguro, su voz temblando.

Pero la batalla aún no había terminado. La mujer de ojos vacíos los observaba desde las sombras, su expresión llena de ira.

—Esto no ha terminado... —dijo, su voz reverberando en las paredes del laberinto.

Pero Tanjiro y Iguro no tenían miedo. Juntos, habían superado las sombras, y sabían que mientras lucharan unidos, nada podría detenerlos.

Cicatrices del Corazón: Amor en la Edad ModernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora