Capítulo 18: El Rostro de la Verdad

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Tanjiro permanecía inmóvil, el paisaje de su hogar lo envolvía en una sensación de calidez y nostalgia. Frente a él estaba la figura que nunca pensó volver a ver: su madre. Las emociones se arremolinaban en su pecho, creando una mezcla de alegría y dolor. No entendía cómo era posible, pero la presencia de su madre era innegable.

Mamá... —repitió con la voz entrecortada, sus ojos llenos de lágrimas.

La mujer dio un paso hacia él, y aunque su expresión era suave, algo en su mirada lo inquietaba. Tanjiro avanzó lentamente, pero justo cuando estaba a punto de abrazarla, la figura de su madre levantó una mano, deteniéndolo.

—No puedes quedarte aquí, Tanjiro —dijo con una voz que parecía venir desde otro lugar—. Tienes que recordar por qué estás luchando.

Tanjiro retrocedió, desconcertado.

—¿Por qué dices eso? —preguntó—. Mamá, estoy aquí... he luchado tanto... ¿por qué no puedo estar contigo?

La figura de su madre suspiró, y en ese momento, el paisaje que los rodeaba comenzó a distorsionarse. Las risas de sus hermanos se desvanecieron, y el aroma a comida casera desapareció. El hogar que tan bien conocía se convertía en una sombra de sí mismo.

—Este no es tu lugar, hijo mío —continuó la figura—. Estás aquí para enfrentar la verdad, no para revivir el pasado.

Tanjiro sintió el peso de esas palabras, y aunque su corazón le pedía que se quedara en ese refugio, su instinto como cazador le decía que algo no estaba bien. Sabía que esto no podía ser real.

—¿La verdad? —murmuró—. ¿Qué verdad?

La figura de su madre se desvaneció lentamente, dejando solo su voz.

—La verdad que llevas contigo... la que te ha traído hasta este punto. No debes permitir que el dolor te ciegue, Tanjiro.

De repente, el suelo bajo sus pies comenzó a temblar, y Tanjiro sintió como si estuviera siendo absorbido nuevamente por una fuerza desconocida. Todo el entorno se desvaneció, y la sensación de caer lo envolvió por completo.

Cuando Tanjiro abrió los ojos de nuevo, ya no estaba en su hogar. Ahora se encontraba en un oscuro abismo, con una única luz que brillaba a lo lejos. Al dar un paso hacia esa luz, escuchó una voz, pero esta vez no era la de su madre.

Tanjiro, siempre has sido fuerte... pero ¿serás capaz de soportar la verdad cuando la enfrentes?

La voz provenía de una silueta en la penumbra. Cuando Tanjiro se acercó lo suficiente, el rostro de la figura se hizo visible, y su corazón se detuvo por un segundo. Era Shinobu.

Shinobu... ¿qué haces aquí? —preguntó, confundido.

La cazadora de insectos no respondió de inmediato. Su expresión era solemne, y en su mirada había una tristeza que Tanjiro nunca había visto antes.

—Esta no es la Shinobu que conoces —dijo la silueta, finalmente hablando—. Soy solo un reflejo, una proyección de lo que más temes.

Tanjiro sintió una punzada en el pecho.

—¿Qué es lo que más temo? —preguntó, temeroso de la respuesta.

La figura de Shinobu dio un paso adelante, su rostro ahora completamente iluminado.

—Temes no ser lo suficientemente fuerte —dijo—. Temes perder a las personas que amas, igual que perdiste a tu familia.

El dolor de esas palabras lo golpeó como un torrente. Tanjiro sabía que, en el fondo, esa era su mayor debilidad: el miedo de no poder proteger a quienes más le importaban.

—Esa es la verdad que debes enfrentar, Tanjiro —continuó la figura de Shinobu—. No se trata solo de derrotar a tus enemigos, sino de enfrentarte a ti mismo. Solo entonces podrás proteger a quienes amas.

Tanjiro cerró los ojos, sintiendo la presión en su corazón. Era verdad. Siempre había temido que, al igual que su familia, Nezuko, Shinobu, y todos los demás también fueran arrebatados de su vida. Ese miedo lo había seguido en cada batalla, en cada decisión.

—No puedo perder a nadie más —susurró, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos—. Haré lo que sea necesario para protegerlos.

La figura de Shinobu sonrió suavemente.

—Entonces, Tanjiro, nunca olvides quién eres. Tu fuerza no radica solo en tu espada, sino en tu corazón. No estás solo en esta lucha.

De repente, el abismo que los rodeaba comenzó a desvanecerse, y Tanjiro sintió que su cuerpo era envuelto por una energía cálida. La oscuridad desapareció, y cuando abrió los ojos de nuevo, estaba de vuelta en el laberinto, junto a Iguro y Mitsuri.

—¡Tanjiro! —exclamó Mitsuri, aliviada al verlo despertar—. Pensé que te habíamos perdido.

Iguro miró a Tanjiro con seriedad, pero también con una leve preocupación.

—Estuviste inconsciente por un momento. No sabíamos si las sombras te habían atrapado.

Tanjiro se llevó una mano a la frente, aún procesando lo que acababa de experimentar.

—Estoy bien —dijo, aunque sabía que había sido más que una simple ilusión—. Solo... tuve que enfrentar algo importante.

Mitsuri e Iguro intercambiaron miradas, pero decidieron no presionarlo más por el momento.

—Tenemos que seguir adelante —dijo Tanjiro, con renovada determinación—. No podemos perder tiempo aquí.

Mientras avanzaban por el laberinto, Tanjiro sabía que el desafío no había terminado, pero ahora tenía más claro que nunca que la verdadera batalla no era solo contra los enemigos que encontraran, sino contra los temores que cargaban en sus corazones.

Cicatrices del Corazón: Amor en la Edad ModernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora