El aire dentro del laberinto comenzaba a disiparse, pero las cicatrices de la batalla aún se sentían en cada rincón. Mitsuri se encontraba apoyada en Iguro, exhausta pero a salvo. Tanjiro miraba a su alrededor, sabiendo que, aunque habían ganado una pequeña victoria, el verdadero enemigo seguía acechando desde las sombras.
—¿Cómo te sientes, Mitsuri? —preguntó Tanjiro, con una mirada preocupada.
—Estoy bien —respondió ella, aunque su voz temblaba—. Gracias a ustedes... pensé que no saldría de esa prisión.
Iguro, que rara vez mostraba sus emociones, sostuvo con delicadeza la mano de Mitsuri, sus ojos llenos de una mezcla de alivio y culpa. Sabía que había llegado tarde para salvarla, y esa carga lo atormentaba.
—Lo importante es que ahora estás a salvo —dijo Iguro, bajando la cabeza—. No dejaré que algo así vuelva a pasarte.
Mitsuri le dedicó una leve sonrisa, pero antes de que pudiera responder, Tanjiro interrumpió la calma momentánea.
—Debemos salir de aquí antes de que las sombras vuelvan a atacarnos —dijo, mirando hacia el oscuro pasillo que tenían delante—. No sé cuánto tiempo más podremos resistir si nos quedamos en este lugar.
Mitsuri asintió, y con la ayuda de Iguro, se puso de pie. Los tres se prepararon para continuar avanzando por el laberinto, pero justo cuando dieron el primer paso, una voz resonó en la cabeza de Tanjiro.
—Tanjiro... ven a mí...
El joven cazador se detuvo en seco, su rostro reflejando confusión. Esa voz era familiar, una voz que había escuchado antes en sus sueños, una voz que pertenecía a alguien que ya no estaba en su vida. Sin embargo, no podía identificarla con claridad.
—¿Estás bien, Tanjiro? —preguntó Mitsuri, notando la expresión atónita en su rostro.
—Sí, sí... solo estoy un poco cansado —mintió, sacudiendo la cabeza para despejar sus pensamientos—. Sigamos.
Mientras caminaban, las palabras de la voz continuaban resonando en su mente, como un eco distante. A cada paso que daba, los recuerdos de su pasado parecían regresar a él con fuerza, especialmente aquellos relacionados con su familia. Su madre, sus hermanos... y Nezuko.
El dolor de perder a su familia siempre había estado presente en su corazón, pero esta vez se sentía diferente. Era como si las sombras del laberinto estuvieran tratando de manipular sus emociones, haciéndolo revivir esos momentos de sufrimiento.
Sin embargo, lo que Tanjiro no sabía era que no estaba solo en ese tormento. Mientras avanzaban, Mitsuri y Iguro también parecían estar siendo afectados por el lugar, aunque de formas diferentes.
Iguro, quien siempre había guardado sus sentimientos por Mitsuri en secreto, sentía que la culpa y la timidez lo abrumaban. Cada vez que la miraba, sentía que el peso de sus emociones lo aplastaba. ¿Cómo podía protegerla si ni siquiera podía confesar lo que realmente sentía por ella? El miedo a ser rechazado lo mantenía en silencio, atrapado en su propio laberinto emocional.
Por otro lado, Mitsuri, aunque aliviada de haber sido rescatada, comenzaba a cuestionar sus propios sentimientos. Siempre había admirado a Tanjiro por su fuerza y determinación, pero sabía que él no sentía lo mismo por ella. Aun así, su corazón se debatía entre la admiración y la confusión, especialmente ahora que Iguro estaba mostrando un lado más protector.
—Debemos estar cerca de la salida —murmuró Tanjiro, aunque no estaba seguro de si lo decía para ellos o para sí mismo. El pasillo por el que caminaban parecía interminable, y las paredes oscuras del laberinto parecían observarlos desde cada rincón.
De repente, la voz en la mente de Tanjiro se hizo más fuerte, más clara.
—Tanjiro, ven a mí... ven a la verdad...
El joven cazador se detuvo nuevamente, esta vez incapaz de ignorar la llamada. Sus manos comenzaron a temblar, y un sudor frío recorrió su espalda.
—¿Tanjiro? —preguntó Iguro, deteniéndose a su lado—. ¿Qué sucede?
—No lo sé... —murmuró Tanjiro, mirando al suelo—. Pero siento que alguien me está llamando. No sé quién es, pero... siento que debo ir.
Iguro y Mitsuri intercambiaron miradas preocupadas. Sabían que este lugar jugaba con las mentes de quienes lo atravesaban, pero también sabían que Tanjiro no era alguien que se dejara engañar fácilmente.
—No estamos solos en este laberinto —dijo Tanjiro, levantando la vista—. Alguien o algo está tratando de llegar a nosotros.
Sin previo aviso, el pasillo se iluminó con una luz cegadora, y las paredes del laberinto comenzaron a distorsionarse. Tanjiro, Iguro y Mitsuri fueron envueltos por una energía extraña, y antes de que pudieran reaccionar, sus cuerpos fueron arrastrados hacia otra dimensión, lejos del oscuro laberinto.
Cuando Tanjiro abrió los ojos, se encontró en un lugar completamente diferente. Ya no estaba en el laberinto. A su alrededor, el paisaje era familiar, pero imposible. Estaba de pie en la casa de su infancia, rodeado por los árboles del bosque donde solía entrenar con su padre. El aroma de la comida de su madre llenaba el aire, y el sonido de las risas de sus hermanos resonaba en la distancia.
—No puede ser... —susurró Tanjiro, con los ojos llenos de lágrimas—. Esto... esto es...
Pero antes de que pudiera terminar la frase, una figura apareció ante él. Era una mujer con una presencia imponente y una mirada llena de sabiduría. Tanjiro reconoció su rostro al instante.
—¿Mamá...?
La mujer lo miró con ternura, pero también con una profunda tristeza en sus ojos.
—Tanjiro... has venido a mí.
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Cicatrices del Corazón: Amor en la Edad Moderna
RomanceEn un mundo alternativo donde la batalla contra Muzan ha quedado atrás, Tanjiro Kamado y sus amigos intentan adaptarse a la vida en una era moderna. Pero incluso en tiempos de paz, nuevos desafíos emergen. En una escuela secundaria, Tanjiro descubre...