Aurora.
El viento frío golpeaba mi rostro mientras caminaba hacia el consultorio, sosteniendo una caja de regalo cuidadosamente envuelta entre mis manos. Dentro, un vestido color rosa, pequeño y esponjoso, esperaba pacientemente a su nueva dueña. Había trabajado en él por algunos días, eligiendo con esmero cada detalle: los botones de nácar, el encaje delicado que bordeaba el cuello y las mangas, y la suave tela que sabía que Birdie amaría. Mi mente vagaba imaginando la expresión en su rostro cuando llegara al consultorio. Quería que fuese una sorpresa.
La calle estaba extrañamente tranquila, lo cual agradecí. Mis pensamientos estaban en Birdie, y en la satisfacción simple y pura que me proporcionaba el hecho de hacer algo para ella, algo que no fuera necesario, pero que lo hacía por el simple placer de verla sonreír. Desde la distancia, ya podía divisar el consultorio.
Al llegar a la puerta, una visión inesperada me detuvo en seco. Flores. Ramos de flores por todas partes. Mis ojos se abrieron de par en par mientras intentaba asimilar lo que veía. Tulipanes rosas, mis favoritos, llenaban cada rincón del pequeño vestíbulo. Había algunos ramos de rosas rojas dispersos, pero los tulipanes dominaban la escena, pintando el espacio con un tono suave y delicado que contrastaba con el blanco clínico de las paredes.
La sorpresa me impidió avanzar, y por un momento me quedé allí, inmóvil en la puerta, contemplando el espectáculo de color. Mis manos todavía sostenían la caja del vestido de Birdie, pero mi mente estaba a kilómetros de distancia. Un gesto tan elaborado, tan... inesperado. No era típico de Archer hacer este tipo de cosas, o al menos no lo había sido en años. Y en ese momento, el pensamiento me golpeó como una ráfaga de viento frío: hoy era mi cumpleaños.
Durante años, había ignorado la fecha. Desde que Carson murió, no había festejado nada. Los cumpleaños eran esos recordatorios de tiempo perdido y oportunidades arruinadas, habían dejado de ser motivo de celebración para mí.
Eran un recordatorio de todo lo que había perdido y de todo lo que jamás volvería. Pero ahora, al ver el consultorio lleno de flores, me di cuenta de que alguien no solo había recordado la fecha, sino que también se había tomado el tiempo de preparar algo especial.
Entré al consultorio, mis pasos ligeros y cautelosos. Mi mirada recorría cada rincón, buscando alguna pista de quién podría haber sido el responsable. Sobre mi escritorio, un pequeño pastel descansaba en un plato blanco. Me acerqué lentamente, sintiendo cómo mi corazón latía con más fuerza en mi pecho. El pastel era sencillo, adornado con un glaseado liso de color vainilla y algunas pequeñas flores de azúcar en tonos pastel. Junto al pastel, había un cuchillo pequeño, invitándome a probarlo.
Tomé el cuchillo y corté un pedazo pequeño. La suavidad del pastel se deshizo en mi boca, y el sabor a vainilla llenó mis sentidos. Una calidez familiar se extendió por mi pecho. La vainilla, mi sabor favorito, una preferencia que no había compartido con nadie desde hace años. Excepto con Archer. Él siempre lo había sabido. Desde niños, cuando comíamos helados en verano, él siempre pedía vainilla para mí, aunque él prefería el chocolate.
Apreté los labios, tratando de contener las emociones que amenazaban con desbordarse. Miré alrededor nuevamente, enfocándome en los tulipanes. Tulipanes rosas, los mismos que a mi abuela le encantaban. Cuando ella murió, mi abuelo solía llenar su jardín con ellos cada primavera. Archer era el único que sabía cuánto significaban para mí esos tulipanes. Era una conexión secreta con mis abuelos, con mi infancia, con una época más sencilla y feliz.
Me acerqué a uno de los ramos y pasé los dedos por los pétalos suaves. No había ninguna nota, ninguna indicación de quién los había enviado, pero no la necesitaba. Sabía en mi corazón que solo Archer podría saber todas estas cosas. Nadie más conocía esos detalles de mi vida, nadie más se habría molestado en recordar. Nadie más lo habría hecho con tanto cariño.
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Bajo la Aurora
RomanceEn la vida de Aurora, todo comenzaba a desmoronarse. La despidieron del trabajo de sus sueños y sus anhelos de ser madre se desvanecieron. Desesperada por un cambio, decide mudarse a la ciudad más fría del mundo, refugiándose en la pequeña casa roja...