Archer.
Era uno de esos días en los que el trabajo se sentía interminable. Mis manos se movían con precisión, quitando la muela de un paciente que llevaba meses aplazando este procedimiento. Debería estar más concentrado, pero no podía dejar de mirar el reloj. Quería estar en casa. Con Aurora. Con Birdie.
Cada segundo que pasaba aquí se sentía como una eternidad. Podía escuchar las risas de Birdie resonando en mi mente, el calor de Aurora cerca de mí mientras la tarde se desvanecía lentamente. Me esforzaba por mantener mi atención en el paciente, por completar el trabajo de forma eficiente, pero una parte de mí ya estaba en casa.
De repente, el sonido familiar de mi teléfono vibró en mi bolsillo. Aurora. No me cabía duda. La preocupación me atravesó el pecho, pero no podía soltar las herramientas. "Un segundo más", pensé. Terminaba de aflojar la muela cuando el teléfono volvió a sonar, insistentemente esta vez. Mi corazón se aceleró, pero logré extraer la pieza dental justo a tiempo.
—Listo —murmuré, más para mí que para el paciente.
De inmediato dejé las herramientas y caminé hacia la sala de espera. La pantalla confirmaba lo que temía: Aurora. Pero cuando contesté, no fue su voz la que escuché.
—Papá... —la voz de Birdie, quebrada y sofocada por el llanto, me dejó paralizado. El aire se congeló en mi pecho.
—Birdie, ¿qué pasa? —pregunté, con la boca seca.
—¡Aurora! —la pequeña tartamudeaba entre sollozos—. Un hombre entró en la casa. Llevaba un balde que olía raro. Fósforos. Aurora me sacó de la casa, pero ella no salió. Papá... por favor, ¡sálvala! —me dejó sin aliento.
La sangre dejó de circular por mi cuerpo. En ese instante, el mundo desapareció. Solo había una cosa clara: Aurora estaba en peligro. No pensé en nada más. Salté del consultorio, ignorando todo. Mi corazón latía tan rápido que dolía, pero no era nada comparado con el terror que sentía. Corrí, dejándolo todo atrás, atravesando las calles con la única urgencia de llegar a casa.
Cuando estaba a una cuadra, el pánico se volvió tangible. Fuego. Las llamas devoraban la casa mientras vecinos gritaban y corrían, algunos llamando a los bomberos, otros intentando acercarse para ayudar. Mi corazón dio un vuelco cuando vi a Birdie parada junto a Patrice, la vecina. Mis piernas apenas me sostenían, pero seguí corriendo hacia ellas.
—¿Dónde está Aurora? —pregunté, tomando a Birdie por los hombros. Mi voz era un eco de desesperación que no podía controlar.
—No salió —sollozó mi hija, con el rostro bañado en lágrimas—. ¡Papá, ella me prometió que estaría bien, pero no salió! ¡Tienes que salvarla!
Su llanto perforaba mi alma, y el miedo me apretaba el pecho con una fuerza abrumadora.
Sin pensarlo dos veces, me quité la chaqueta y corrí hacia la casa en llamas. El calor era intenso, sofocante, pero mi cuerpo estaba en piloto automático. Aurora estaba ahí dentro, y no volvería a perderla. Me cubrí la nariz y boca con la chaqueta y entré, ignorando los gritos de advertencia de los vecinos.
El humo era denso, negro, y apenas podía ver. La cocina, pensé. Tenía que estar en la cocina. Me moví rápido, esquivando el fuego que se extendía a cada paso. No podía fallar.
Cuando la vi, inconsciente en el suelo, el alivio fue inmediato, pero solo por un segundo. Me acerqué rápidamente, la levanté en brazos y me dirigí a la salida. Cada paso era más difícil, el humo me ahogaba, pero todo lo que importaba era sacarla de allí.
Una vez fuera, la recosté en la calle, arrodillándome junto a ella.
—Aurora —murmuré con la voz rota, sacudiéndola suavemente.
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Bajo la Aurora
RomanceEn la vida de Aurora, todo comenzaba a desmoronarse. La despidieron del trabajo de sus sueños y sus anhelos de ser madre se desvanecieron. Desesperada por un cambio, decide mudarse a la ciudad más fría del mundo, refugiándose en la pequeña casa roja...