Prólogo

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Me levanté de mi asiento bruscamente cuando vi cómo Esteban y sus amigos acosaban al pequeño alfa. La sangre me hirvió al ver la escena: el niño nuevo estaba encogido, tratando de esquivar los empujones y burlas de aquellos alfas más grandes. Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente lo procesara, lanzándome hacia ellos sin dudarlo. Estaba decidido a detener aquella injusticia.

—¡Hazte para allá, omega pecoso!— gritó Esteban con desprecio mientras me empujaba con fuerza. Sentí el impacto, pero no retrocedí.

—Oh, no hiciste eso— mascullé entre dientes, la furia burbujeando dentro de mí. Sin pensarlo, me abalancé sobre él, agarrando un mechón de su cabello y tirando con todas mis fuerzas. —¡Déjalo en paz!— rugí, jalándolo más fuerte mientras trataba de apartar a Esteban del niño.

—¡Sergio! ¡Esteban!— La voz de la maestra Perla retumbó en mis oídos, pero en ese momento, no me importaba. Mis manos seguían aferradas a Esteban con una rabia que no podía controlar.

—¡Sergio, déjalo ya!— La maestra intentó apartarme, pero yo me aferré aún más, tirando sin cesar. Mi respiración era agitada, mi corazón retumbaba en mis oídos.

—¡Estaba molestando al niño nuevo!— acusé, aunque mi queja pareció perderse en la confusión. Finalmente, cuando las fuerzas de la maestra lograron separarnos, nos llevaron a la dirección: Esteban, el pequeño alfa y yo. Los amigos de Esteban habían escapado antes de que la maestra los alcanzara.

Una vez en la oficina del director, la situación no escaló demasiado. Nos advirtieron sobre nuestro comportamiento, y aunque no recibimos castigos severos, el malestar en mi pecho no se disipaba. Sabía que lo que había hecho era lo correcto, pero la injusticia aún me ardía.

Al salir de la oficina, estaba decidido a volver al salón cuando escuché una voz suave y tímida.

—¡Hey, pecas!— exclamó apenado—Gracias— dijo el niño nuevo, su voz casi aguda, como si dudara de sus palabras.

Me detuve y giré para sonreírle. —No hay de qué— respondí, todavía con el pecho agitado. —Esteban y sus amigos son unos monstruos. No dejes que te molesten, y si lo vuelven a hacer, solo háblame—. Me acerqué un poco más, extendiendo la mano hacia él. —Soy Sergio Michel Pérez Mendoza.

—Wow, qué nombre tan largo— dijo el pequeño alfa con una risa leve.

Me reí también, recordando a mi familia en México. —Eso me dicen mucho aquí, pero en México es común— añadí, evocando los nombres largos de mis hermanos y primos.

—¿No eres de aquí?— preguntó, su tono curioso.

—No, me mudé hace un año. Sé lo que es ser el nuevo, así que no te preocupes por hacer amigos—. Lo abracé con un gesto protector. —Te presentaré a los míos. Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Max... Max Emilian Verstappen— susurró, casi como si le costara decir su propio nombre.

Sonreí ante su timidez. —Hola, Max Emilian Verstappen— respondí con calidez.

Mientras caminábamos juntos, no me di cuenta de inmediato de algo importante: Max no había hecho contacto visual conmigo en todo el tiempo que habíamos hablado. Incluso cuando le extendí la mano, pareció no verla, y fue entonces cuando noté la forma en que se movía con cuidado, sus pasos ligeramente más cautelosos, como si no confiara completamente en el espacio a su alrededor. Pero en ese momento, no lo cuestioné. Estaba más enfocado en hacerle sentir que no estaba solo.

Los detalles sobre él llegarían después.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora