I. Amigos

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Con el paso de los días, mis amigos y yo habíamos logrado integrar al pequeño Max a nuestro grupo. Aunque al principio todos estaban algo incómodos, la energía que siempre llevaba con él y su humor ligero hacían que encajara con nosotros como si hubiera estado ahí desde el principio. Max era ciego, pero rápidamente demostró que eso no lo detenía. Jugaba, reía y, aunque a veces había pequeños accidentes, su actitud hacía que las cosas fluyeran.

—¡Cuidado!— gritó Sebastian un día, cuando una pelota volaba en nuestra dirección mientras estábamos en el patio. Yo logré esquivarla a tiempo, pero Max, que estaba a mi lado, no la vio venir y la pelota lo golpeó en el brazo.

—¡Max!— exclamé, alarmado, mientras corría hacia él.

Él me sonrió tranquilamente, frotándose el lugar donde la pelota lo había golpeado. —No te preocupes, Checo, estoy bien. Solo fue un pequeño golpe en el brazo—, dijo, tratando de tranquilizarme.

Pero yo no podía quedarme tranquilo tan fácilmente. Me acerqué más, fulminando con la mirada a Sebastian, que estaba cerca. —Oigan, tengan más cuidado— les dije con el ceño fruncido.

Lance levantó las manos en defensa. —No es nuestra culpa, Checo— dijo, tratando de evitar el regaño.

Max, siempre el más comprensivo, intervino rápidamente. —Ellos tienen razón, Checo. Fue mi culpa. Yo no lo vi—. Parecía apenado, aunque su voz era suave y llena de esa serenidad que ya todos reconocíamos.

—No es tu culpa, Max— respondí, con más firmeza de la que había planeado. Volví a girarme hacia mis amigos alfas, mirándolos directamente con una mezcla de reproche y exigencia.

Fernando, siempre el primero en captar mis señales, fue el primero en disculparse. —Checo tiene razón. Perdón, Max— dijo, bajando la cabeza ante mi intensa mirada.

Uno a uno, mis otros amigos, Carlos, Lewis, Lance, Alex y Sebastian, también se disculparon, más por mi insistencia que por verdadero arrepentimiento, pero sabía que entendían lo que estaba en juego.

Max, fiel a su estilo, intentó suavizar la situación. —En serio, no tienen que disculparse— insistió, sonriendo con esa calma suya que parecía disipar cualquier tensión.

—Claro que sí— respondí, decidido a hacerle entender que no estaba solo en esto. Pero él, siempre optimista, me corrigió.

—Claro que no. Es más me sirve para mejorar mis reflejos— bromeó, como siempre haciendo lo mejor de una situación.

Lance, sin filtro como siempre, lanzó una pregunta que dejó a todos un poco incómodos. —Y Max, ¿nunca has visto nada en tu vida?— preguntó, pasando una mano por su cabello con aire de curiosidad.

—No— respondió Max, sin ninguna incomodidad en su voz.

—Lance— lo regañé, dándole un codazo en el brazo por su falta de tacto. Pero Max, lejos de ofenderse, solo me sonrió.

—Estoy bien, Checo— dijo, con esa sonrisa que parecía iluminar todo a su alrededor. Y de alguna manera, su seguridad y aceptación de sí mismo nos hacía a todos un poco más fuertes.

La dinámica entre nosotros, aunque caótica a veces, era una mezcla de bromas, travesuras y momentos de verdadera amistad. Carlos y Lewis, siempre competitivos, no dudaban en retar a Max a cualquier juego, aunque sabían que no era una competencia justa. Sin embargo, Max los sorprendía cada vez con su habilidad para adaptarse. Sabía reírse de sí mismo cuando tropezaba o no acertaba en algo, y eso hacía que todos lo respetaran aún más.

Sebastian, por su parte, siempre el más serio del grupo, a menudo vigilaba de cerca a Max, asegurándose de que no hubiera más incidentes como el de la pelota. Alex, siempre lleno de ideas descabelladas, intentaba constantemente involucrar a Max en sus planes, mientras Fernando, el más calmado, solía ser el mediador cuando las cosas se salían un poco de control.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora