XXXIV.Fin de año

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El leve dolor de cabeza me había obligado a pasar el día en cama, y aunque escuchaba el ajetreo de la organización para la cena de fin de año en la casa de Max, no podía reunir la energía para levantarme y unirme a los preparativos. Los sonidos de las conversaciones, las risas y el clinking de los utensilios mientras todo el mundo se preparaba para la celebración llenaban el aire, pero aquí en el dormitorio, todo se sentía calmado. Al menos, la tranquilidad estaba a mi favor.

Max estaba a mi lado, sentado sobre la cama mientras acariciaba mi cabello en suaves círculos, su toque era lo único que me mantenía centrado en ese momento. Podía sentir su calma, su presencia constante, y eso me ayudaba a relajarme más. Mi cabeza seguía doliendo, pero su tacto lo hacía más llevadero. Además, él estaba liberando feromonas relajantes, el suave olor a café que siempre me acompañaba, envolviéndome en una nube de confort.

—¿Te sientes mejor, pecas? —preguntó Max en su tono bajo y tranquilizador, inclinándose hacia mí.

Me giré un poco hacia él, tomando su mano entre las mías y asintiendo lentamente.

—Sí, Maxie... gracias por todo. —Mi voz salió más suave de lo que esperaba, casi como un susurro. No solo agradecía por lo que estaba haciendo ahora, sino por todo. Sabía que él lo entendía sin necesidad de decirlo.

Con un pequeño movimiento, me acurruqué más a su lado, sintiendo el calor de su cuerpo y cómo el ritmo de su respiración lenta y constante me envolvía aún más en su paz. Podía escuchar su corazón latir calmadamente, casi como si sincronizara el mío. De alguna manera, siempre conseguía hacerme sentir seguro, y en estos momentos íntimos, como cuando me acariciaba el cabello o simplemente se quedaba a mi lado, todo lo demás parecía desvanecerse.

El tiempo pasó lentamente mientras permanecíamos así, y la actividad afuera se fue intensificando a medida que la noche se acercaba. Sabía que eventualmente tendríamos que unirnos a la fiesta de fin de año, pero en este instante, lo único que quería era quedarme aquí con Max, disfrutando de su cercanía, de sus caricias, y de su olor tan familiar.

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Cuando finalmente llegó la hora de la cena, ya me sentía mucho mejor. Me levanté de la cama con Max ayudándome, aunque protesté un poco, asegurándole que estaba bien. Nos unimos al resto de los invitados en el salón principal, donde las luces parpadeaban y el ambiente era cálido y festivo. Todos estaban hablando, riendo y brindando por el año que estaba por terminar. Pero, a pesar de todo el bullicio, Max y yo estábamos en nuestro propio pequeño mundo.

Nos sentamos en la mesa, justo uno al lado del otro. De vez en cuando, Max rozaba mi mano o apoyaba su pierna contra la mía bajo la mesa, y esos simples gestos eran suficientes para hacer que me olvidara del resto. Era como si solo existiéramos nosotros dos, aunque la habitación estuviera llena de personas. Podía sentir las miradas curiosas de vez en cuando, pero no me importaba. Estar con Max siempre hacía que todo lo demás se difuminara.

El momento más mágico de la noche llegó cuando Max se levantó para tocar el piano. Sabía cuánto había estado ensayando para esta ocasión, y aunque yo había escuchado la melodía que había compuesto, nunca dejaba de sorprenderme. Había algo en cómo tocaba, cómo cada nota parecía cargada de emoción y vida, que me hacía sentir como si él me hablara directamente a través de la música.

Mientras Max tocaba, no podía apartar los ojos de él. Los demás también estaban cautivados, pero para mí, era como si solo existiéramos nosotros dos en ese salón lleno de gente. Su canción era suave al principio, pero luego fue tomando fuerza, como una montaña rusa de emociones que reflejaba todo lo que habíamos vivido juntos este año. Había momentos de calma, como los días en los que simplemente nos quedábamos acostados en la cama, y luego momentos de pasión, como aquellos besos intensos que compartíamos cuando el mundo estaba dormido.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora