XLI. Hormonas

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Estaba sentado en el regazo de Max, nuestros cuerpos entrelazados de manera íntima mientras nos impregnábamos mutuamente de nuestro olor. El aroma de su glándula se esparcía lentamente a mi alrededor, llenándome de esa familiar fragancia a café que tanto me tranquilizaba. Envolví mis brazos a su alrededor, queriendo capturar cada segundo de este momento antes de que ambos nos separáramos para ir a la universidad. Max, como siempre, me abrazaba de vuelta con esa mezcla de delicadeza y firmeza que me hacía sentir seguro.

—Pecas, cuidado —murmuró de repente, su voz cargada de un suave reproche cuando mis dientes rozaron su glándula.

Sabía que no debía morderlo con demasiada fuerza, no era una marca permanente, pero aun así, algo en mí insistía en hacerlo. El simple hecho de saber que, al menos por ese instante, su cuerpo reflejaría que era mío, me llenaba de una necesidad tan profunda que no podía contenerme.

—No —susurré con un tono casi desafiante, volviendo a hundir mis dientes suavemente en su cuello.

Sentí cómo su cuerpo se tensaba bajo mí, pero no dijo nada al principio. En lugar de empujarme o detenerme, me dejó hacer. Sabía que este gesto, aunque temporal, era mi forma de asegurarme de que él seguiría siendo mío, incluso cuando estuviéramos lejos el uno del otro. Cada segundo en su regazo aumentaba mi deseo de prolongar este momento, de aferrarme a él antes de tener que irnos.

—Pecas... —Su tono era un poco más severo ahora, pero aun así, lo noté ceder ligeramente cuando me moví, mi cuerpo ajustándose sobre sus piernas—. Tenemos que irnos —añadió, pero sus palabras no tenían la fuerza suficiente para detenerme.

Seguí moviéndome, lento al principio, pero poco a poco mis caderas comenzaron a moverse con más insistencia. El calor en mi pecho creció mientras sentía cómo su cuerpo respondía al mío. Cada vez que mi movimiento lo acercaba más a mí, el olor de su glándula me embriagaba, llenándome de una sensación de pertenencia que solo Max podía darme.

—Solo un momento... —murmuré, mi voz casi rogando mientras hundía mi rostro en su cuello, aspirando profundamente su olor—. Por favor.

Sabía que estábamos llegando tarde, pero el tiempo parecía detenerse cada vez que estábamos así. Su olor a café mezclado con el mío era adictivo, y perderme en él era lo único que podía pensar en ese instante. Mi cuerpo ya no escuchaba a la razón, y cada vez que me movía en su regazo, lo hacía con más insistencia, mis caderas casi saltando sobre él mientras mi cuerpo buscaba más.

—Pecas... —esta vez su voz era más firme, pero sus manos, esas manos que siempre sabían exactamente cómo tocarme, me agarraron con más fuerza. En lugar de detenerme, sus dedos se hundieron en mi cintura, guiándome en el vaivén, como si también estuviera perdiendo la lucha contra su propio deseo.

El latido de su corazón resonaba contra mi pecho, y cada movimiento mío se encontraba con una presión más intensa de sus manos, como si quisiera que me hundiera más en él. Mi mente estaba nublada por el olor a café, por el calor que desprendía su cuerpo, y por la forma en que ambos parecíamos estar perdiendo el control poco a poco.

—Maxie... —susurré en su oído, mi voz entrecortada por la necesidad que sentía, y fue todo lo que necesitó para dejar de resistirse.

Sus manos fueron meramente posesivas,  convirtiéndose en algo más, empujándome contra él, asegurándose de que no quedara espacio entre nosotros. Mi cuerpo se movía al compás del suyo, cada movimiento más desesperado, más frenético, mientras me aferraba a él como si fuera la última vez que estaríamos juntos. Sabía que no lo era, pero aun así, el simple hecho de estar tan cerca y sentirlo de esta manera hacía que todo lo demás desapareciera.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora