Cuando pensé que todo estaba por terminar, algo inesperado nos sacudió. Una noticia, un rayo de esperanza que trajo consigo promesas... pero también un precio muy alto que pagar. Estábamos en casa, mi familia reunida, cuando la llamada llegó. Mi doctora, la misma que había estado a mi lado desde el diagnóstico, tenía un nuevo plan. Un tratamiento experimental en Alemania. No era una cura, pero sí ofrecía la posibilidad de extender mi tiempo en esta vida.—Es un tratamiento bastante nuevo —dijo la doctora por teléfono, su tono cauteloso pero emocionado—. Está basado en una terapia de bloqueo metabólico, donde el tumor se “ahoga” al cortar su suministro de glucosa. El glioblastoma, como muchos otros tumores, se alimenta casi exclusivamente de glucosa para crecer. Este tratamiento busca inhibir las rutas metabólicas del tumor, restringiendo su crecimiento al forzar a las células cancerosas a entrar en un estado de inactividad. Además, utiliza una técnica de ingeniería genética para insertar virus oncolíticos dentro del tumor, que atacan solo las células malignas y preservan las sanas.
Era un procedimiento arriesgado y aún estaba en fases experimentales, pero había casos que mostraban resultados prometedores. Pacientes terminales como yo, que tenían seis meses o un año de vida como máximo, habían logrado extender su tiempo hasta cinco años más. Sin embargo, había un precio. Un efecto secundario devastador.
—La neurocirugía combinada con el tratamiento tiene un impacto grave en la memoria —dijo la doctora con cautela—. Los pacientes tienden a perder recuerdos. En algunos casos, no solo fragmentos, sino grandes porciones de su vida. En esencia, Sergio, podrías perderte a ti mismo.
La sala quedó en silencio después de esa revelación. Max se había quedado muy quieto, sentado a mi lado con nuestro bebé en sus brazos. Podía sentir su angustia, el conflicto que batallaba en su interior.
Mi mente se llenó de preguntas. ¿Valía la pena vivir más tiempo si iba a olvidar todo lo que amaba? Max, nuestro bebé, los recuerdos que habíamos creado, todo lo que me hacía ser yo. Cada sonrisa, cada lágrima, podría desvanecerse.
Pero al mismo tiempo, la idea de tener más tiempo con ellos, incluso si no los recordaba del todo, era tentadora. ¿Cómo podía simplemente renunciar a esa oportunidad de ver crecer a nuestro hijo?
Esa noche, después de que todos se retiraron, me senté con Max en nuestra habitación, el silencio envolviéndonos. Mi mente giraba con la decisión que tenía frente a mí. Finalmente, fue él quien rompió el silencio.
—No tienes que hacer esto —dije suavemente, mis dedos rozando los suyos—. Si voy a perder mis recuerdos, todo lo que hemos construido… no sé si valdría la pena.
—¿Y si lo es? —susurro, incapaz de encontrar otra respuesta.
Max apretó mis manos con más fuerza, pero en su rostro había una tristeza que no había visto antes. Lo entendía. Sabía lo difícil que sería para él cargar con esa posibilidad de que, en algún momento, ya no lo reconociera. Que cada vez que me mirara, vería a un extraño en lugar del Sergio que conoció y amó. La idea de olvidar sus abrazos, nuestras risas, nuestras peleas incluso… era devastadora.
Pero la vida también lo era. Y el tiempo que me quedaba, si no hacía nada, era un reloj de arena deslizándose demasiado rápido.
—Max… —comencé, sin saber exactamente qué decir—. No quiero olvidarte. No quiero olvidar nada de esto. Pero no sé si estoy listo para irme todavía.
Él suspiró profundamente, y pude ver las lágrimas brillar en sus ojos antes de que una gota resbalara por su mejilla. Se inclinó hacia mí y apoyó su frente en la mía.
—Si decides hacerlo, pecas, te prometo que te recordaré por ambos. Nunca te dejaré olvidar quién eres, aunque no lo sepas. Viviremos a través de mis recuerdos si es necesario.
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¡Hey Pecas! || Chestappen
Hayran Kurgu"No necesitas ver el mundo, porque en cada palabra y cada gesto me has mostrado más belleza de la que jamás podría imaginar."