XIX. Amigos

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Los días después de la propuesta de cortejo de Sebastian fueron... extraños, por decir lo menos. Intentar verlo como algo más que un amigo resultaba incómodo. No es que no lo quisiera, porque sí, Sebastian era increíble en muchos aspectos, pero la idea de verlo de otra manera me ponía nervioso, como si estuviera traicionando la naturaleza de nuestra amistad. Él se esforzaba mucho, lo notaba, pero yo me sentía atrapado entre lo que debería sentir y lo que realmente sentía.

En uno de esos días en que la incomodidad me consumía, decidí ir a la casa de Max. Sabía que estar con él me ayudaría a despejar un poco la mente. Como siempre, Max era mi refugio.

Al llegar, me dejé caer en su cama, exhalando un suspiro que resumía toda la confusión que sentía. Max estaba acostado a mi lado, con su usual calma, siempre dispuesto a escucharme.

—No sé qué hacer —admití, mirando al techo. Las luces tenues de su habitación me hacían sentir un poco más relajado, pero el peso de la situación aún colgaba sobre mí.

Max giró su cabeza hacia mí, aunque no podía verme directamente. Su presencia siempre era reconfortante. En pocas palabras le expliqué sobre mi situación y el como me sentía al respecto de mi nuevo cortejo.

—Sebastian te entenderá —dijo, con ese tono sereno y pausado que siempre usaba cuando intentaba tranquilizarme.

Me giré en la cama, quedando de lado para poder mirarlo mejor, aunque sabía que no podía captar mis expresiones del todo. Necesitaba ver si él realmente creía lo que estaba diciendo.

—¿Estás seguro? —pregunté, buscando alguna señal de duda en su voz o en su expresión.

Max no respondió de inmediato. Sabía que estaba eligiendo bien sus palabras, como siempre lo hacía cuando se trataba de temas delicados.

—Sí —dijo finalmente, pero había una ligera vacilación en su voz. Sabía que él no estaba completamente convencido de su respuesta, pero estaba intentando darme algo de consuelo.

Bufé, dejando caer mi cabeza contra la almohada.

—Odio esto —dije, frustrado. Mis dedos jugueteaban con el borde de la sábana, un intento inútil de liberar la tensión que sentía—. Todo sería más fácil si no lo viera como un amigo. Pero cada vez que intento verlo de otra manera... no puedo. Solo veo a Seb, mi amigo.

Max permaneció en silencio por unos segundos, lo suficiente para que el sonido del ventilador llenara el vacío entre nosotros. Luego, habló con suavidad, como si estuviera intentando desatar un nudo sin romperlo.

—Tal vez no deberías forzarlo. Si realmente no sientes nada más por él, quizás sea mejor que lo hables. No tienes que obligarte a sentir algo que no sientes, pecas.

Sentí sus palabras como una mezcla de alivio y tristeza. Alivio porque, por fin, alguien me decía que no estaba obligado a corresponder a Sebastian solo porque él me había pedido algo más. Pero también tristeza, porque sabía que rechazarlo podría herirlo. Sebastian estaba haciendo todo lo posible por hacerme sentir cómodo, pero mis sentimientos no estaban cambiando.

—Tienes razón —dije, soltando un suspiro profundo—. No puedo forzarme a sentir algo que no está ahí. Y lo último que quiero es perder su amistad por esto.

Max asintió levemente, aunque no podía verlo, sentí su comprensión en el ambiente. Luego, volvió a recostarse completamente, su cuerpo relajado, como siempre.

—Sebastian lo entenderá —repitió Max, esta vez con más seguridad—. Pero mientras decides qué hacer, yo estoy aquí. Ya sabes, por si necesitas escapar de la realidad por un rato.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora