VIII. Cortejo

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Me miraba al espejo con una mezcla de emociones. Hoy sería mi primer cortejo. Había esperado este momento desde que era un pequeño omega, fantaseando con el día en que algún alfa me invitaría a salir. Y ese día había llegado. Lando, un alfa carismático y divertido, me había pedido salir con él hace unos días. Desde entonces, no había podido dejar de pensar en cómo sería. Me sentía emocionado, nervioso, y tal vez un poco asustado.

—Este es el día—, me dije a mí mismo, ajustando el cuello de mi camisa frente al espejo.

Había pasado horas decidiendo qué ponerme. Mi guardarropa estaba tirado por toda la cama mientras intentaba encontrar el look perfecto. Finalmente, había optado por una camisa blanca ajustada, algo elegante, pero no demasiado formal, y unos jeans oscuros que me hacían sentir cómodo. Me peiné el cabello varias veces, aunque no dejaba de caer en mi frente desordenadamente.

"Lo tengo todo bajo control", pensé mientras daba una vuelta frente al espejo para asegurarme de que todo estaba en su lugar. Había visto en películas y leído en libros cómo debía ser una primera cita perfecta: miradas profundas, conversación suave, risas compartidas, tal vez incluso un beso al final.

**La perfección**, así lo había imaginado.

Con cada minuto que pasaba, mi nerviosismo crecía. Miré mi reloj, viendo que faltaba solo media hora para que Lando pasara por mí. Mi corazón latía rápido, y me repetía una y otra vez que todo saldría bien. "Es solo una cita", intenté convencerme, aunque sabía que para mí era mucho más que eso. Era mi primer cortejo.

El sonido del timbre interrumpió mis pensamientos, y sentí como si mi corazón diera un vuelco. Bajé las escaleras con una sonrisa que intentaba parecer relajada, aunque por dentro estaba temblando. Abrí la puerta y ahí estaba Lando, sonriéndome con esa seguridad que solo los alfas podían tener. Iba vestido de manera informal pero atractiva, y por un momento, todo parecía perfecto.

—¿Estás listo?—, preguntó con una sonrisa amplia.

—Listo—, respondí, aunque no estaba seguro de si realmente lo estaba.

Subimos a su auto, y mientras nos alejábamos, me sentí emocionado. Todo iba según lo planeado. El sol estaba empezando a ponerse, pintando el cielo con tonos naranjas y rosados. Lando me habló sobre el lugar al que íbamos, un restaurante que a él le gustaba mucho, y asentí emocionado, imaginando cómo sería todo.

Pero, poco a poco, las cosas comenzaron a desviarse de lo que había imaginado. Cuando llegamos al restaurante, no era el lugar elegante que había pensado. Era más bien un pequeño local de hamburguesas, ruidoso y lleno de gente. No es que me molestara comer algo más casual, pero esperaba algo un poco más… romántico.

Nos sentamos, y de inmediato me di cuenta de que la conversación no fluía como lo había imaginado. Mientras yo intentaba iniciar charlas sobre nuestras cosas en común, Lando parecía distraído, mirando su teléfono cada pocos minutos.

—Ah, disculpa—, dijo riendo nervioso cuando notó que lo miraba—, es un grupo de amigos, están diciendo cosas graciosas.

Intenté no dejar que eso me afectara. A lo mejor solo estaba nervioso, pensé. Pero cuando trajeron la comida, las cosas empeoraron. Había pedido una hamburguesa normal, pero por alguna razón, me trajeron una con ingredientes que no había pedido y, para colmo, se me cayó la salsa sobre la camisa blanca que tanto me había costado elegir.

—¡Ahh, no!—, exclamé, intentando limpiarla con una servilleta.

—¿Estás bien?—, preguntó Lando con un tono que no parecía demasiado preocupado.

—Sí, solo...—, suspiré—. No pasa nada.

Mi nerviosismo se transformó rápidamente en frustración. Mientras seguíamos comiendo, Lando comenzó a hablar más sobre sí mismo, y menos sobre nosotros. No paraba de contarme sobre sus logros deportivos, las veces que había ganado competencias, y cada vez que intentaba compartir algo sobre mí, cambiaba de tema.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora