VI. Feo

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El día de San Valentín había llegado, y todo a mi alrededor estaba saturado de amor y dulzura. Las parejas paseaban de la mano, los amigos intercambiaban flores y chocolates, y la escuela estaba decorada con corazones de papel y globos rojos. El ambiente estaba impregnado de un afecto que, por alguna razón, no me tocaba.

—Esto apesta—, bufé, lanzándome pesadamente sobre la cama de Max, hundiendo mi cara en la almohada. No podía creer que la mayoría de mis amigos ya tuvieran citas o estuvieran en algún plan romántico, y yo... nada.

Max, mientras tanto, no parecía estar afectado en lo absoluto. Estaba al otro lado de la habitación, de pie frente a su estantería, buscando un libro como si no fuera el día de San Valentín y el mundo no estuviera lleno de enamorados.

—Pecas, no debes enojarte—, dijo tranquilamente, como si mis lamentos fueran una rutina ya conocida.

—No dirías eso si ningún alfa te hubiera invitado a salir en este día de inicio de cortejo—, murmuré desde la almohada, frustrado. Luego me giré, dejándome caer boca arriba, mirando el techo mientras Max seguía en lo suyo.

—La verdad, lo seguiría diciendo—, respondió riéndose suavemente mientras seguía revisando su colección de libros—. Los alfas no son mi tipo.

—¡Ahh!—, exclamé, exagerando mi frustración y lanzando mis brazos al aire como si el universo estuviera conspirando en mi contra—. ¡Sabes a lo que me refiero!

Max simplemente sonrió y levantó las manos en un gesto de paz.

—Ya, lo siento—, dijo, volviendo a concentrarse en los libros—. Pero en serio, pecas, no te lo tomes tan personal. Seguro no eres tan feo y el próximo año tendrás uno—, añadió en tono burlón, aunque lo hacía de una forma tan natural que no pude enojarme de verdad.

—Oye—, me quejé, levantándome sobre los codos y mirándolo—. ¡No soy feo! Si pudieras verme, estarías completamente enamorado de mi belleza. Te lo aseguro.

Max se detuvo un momento, sosteniendo un libro en sus manos y luego se giró ligeramente hacia mí con una sonrisa sarcástica.

—No lo creo—, dijo mientras tomaba asiento en el borde de la cama con el libro en el regazo.

Me levanté por completo, caminando hacia él con decisión.

—Claro que sí—, insistí, colocándome justo frente a él—. Desde la última vez que tocaste mi cara, me he vuelto más hermoso. Lo sabes.

—Lo dudo—, dijo tranquilamente, sin dejarse impresionar.

Con un gesto dramático, tomé sus manos y las llevé lentamente hacia mi rostro.

—Toca—, dije en voz baja, guiándolo con cuidado. —Toca y verás que no miento.

Max sonrió con un gesto de resignación, pero aceptó el reto. Lentamente, comenzó a recorrer mi rostro con sus manos, con una delicadeza que me hizo contener el aliento. Sus dedos empezaron a explorar mi frente primero, siguiendo el contorno con una atención cautelosa, como si tratara de dibujar mi rostro en su mente.

Con su ceño levemente fruncido, Max bajó por mis sienes, trazando la línea de mis pómulos con una precisión que me hizo sentir ligeramente nervioso, pero al mismo tiempo me daba una extraña sensación de calma. Sus dedos llegaron hasta mis mejillas, presionando suavemente la piel, casi como si quisiera asegurarse de que estaba sintiendo cada detalle.

—¿Ves?—, susurré, intentando disimular lo raro que me sentía con su toque tan íntimo. —Te dije que era hermoso.

Max soltó una risita, pero no se detuvo. Sus dedos se deslizaron hacia mi mandíbula, recorriéndola lentamente, como si estuviera familiarizándose nuevamente con mi rostro.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora