XXIII. Fallidos besos

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Había tomado una decisión, y esta vez no iba a dejar que ninguna duda me detuviera. Después de la conversación que había tenido con Charles y George, me di cuenta de que no podía seguir dejando pasar la oportunidad de dar mi primer beso. Era una espinita que tenía clavada desde hacía tiempo, y aunque Sebastian y yo llevábamos ya un buen rato saliendo, por alguna razón, aún no había pasado. Pero esta vez, estaba decidido. Hoy iba a dar mi primer beso.

Me levanté esa mañana con una determinación renovada. Me preparé para ver a Sebastian como cualquier otro día, pero en mi cabeza, ya estaba maquinando cómo podría hacer que el momento se diera. No podía ser tan difícil, ¿verdad? Después de todo, estaba saliendo con él. ¿Qué podría salir mal?

El primer intento llegó cuando lo invité a caminar por el parque. Era un día soleado, perfecto, y el ambiente era agradable. Las hojas caían suavemente de los árboles, el aire estaba fresco, y no había mucha gente alrededor. Todo indicaba que este sería el lugar ideal para un beso. Nos sentamos en una banca, uno al lado del otro, mientras mirábamos a los patos nadar tranquilamente en el lago.

“Este es el momento”, pensé.

Me acerqué un poco más a él, como tanteando el terreno. Sebastian me miró y sonrió, aparentemente sin notar mis intenciones. Le sonreí de vuelta, nervioso pero emocionado. Lentamente incliné la cabeza hacia él, listo para finalmente besarle. Justo cuando estaba a centímetros de su rostro, se escuchó un fuerte ladrido. Un perro enorme y peludo pasó corriendo entre nosotros, empujándome de la banca y haciéndome caer de espaldas al suelo.

—¡Ay no! —exclamó Sebastian, preocupado mientras me ayudaba a levantarme—. ¿Estás bien?

—Sí, sí, todo bien —respondí, sacudiéndome la tierra del pantalón, aunque por dentro estaba frustrado. "Esto no puede estar pasando", pensé.

Intento fallido número uno.

Más tarde, decidí que tal vez un lugar más íntimo sería mejor. Así que lo invité a cenar en mi casa. Preparé algo de comida (bueno, más bien pedí pizza, pero cuenta igual, ¿no?). La atmósfera era más relajada. Teníamos música suave de fondo, las luces estaban bajas, y todo parecía estar alineado para que este fuera el momento perfecto.

Sebastian estaba sentado frente a mí, y mientras charlábamos sobre cualquier cosa, noté que estaba distraído por un mechón de cabello que le caía sobre la frente. Pensé que podría ser una buena excusa para acercarme. Así que, lentamente, estiré la mano para acomodarle el cabello detrás de la oreja, tal como había visto hacer en las películas.

Justo en ese instante, mi teléfono empezó a sonar a todo volumen con el tono de llamada más ridículo y vergonzoso que podía imaginar.

—¡Es la pizza! —grité, interrumpiendo el momento.

Sebastian soltó una carcajada mientras yo corría hacia la puerta para recibir el pedido. Lo único que podía pensar era: “¿En serio? ¿Ahora?”.

Intento fallido número dos.

No me di por vencido. A la tercera, seguro que lo lograría. El día siguiente lo llevé al cine. “A oscuras, con una película romántica, no puede fallar”, me repetía mentalmente. Compramos palomitas, nos sentamos en la última fila para mayor privacidad, y todo parecía estar a favor.

La película comenzó, una historia de amor cliché donde los protagonistas, obviamente, se enamoraban de inmediato. Decidí que cuando llegara la escena del beso en la pantalla, yo haría lo mismo con Sebastian. Era el plan perfecto.

La escena llegó. Los protagonistas se miraron fijamente, las luces en la pantalla se volvieron más suaves, y la música subió de volumen. Empecé a inclinarme hacia él. Lo tenía, este era el momento.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora