XVIII. Cosas inesperadas

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Estaba en la habitación de Carlos, con mi cuaderno de matemáticas abierto frente a mí, mientras él garabateaba algo en su laptop. El ambiente estaba tranquilo, solo el sonido suave de la música de fondo llenaba el espacio. Ambos estábamos concentrados en nuestras tareas, o al menos eso pensé, hasta que mi mirada vagó, como suele suceder cuando uno se aburre de sumar fracciones y calcular ecuaciones.

De repente, algo en la pantalla del teléfono de Carlos, que estaba a medio lado sobre la cama, captó mi atención. Un mensaje que acababa de aparecer, lleno de corazones, lo que me hizo fruncir el ceño. "Carlos no es de enviar ni recibir corazones", pensé. Sin embargo, lo que de verdad me hizo detenerme fue el nombre del remitente: *Charles*.

—¡¿Estás saliendo con Charles?! —grité antes de poder detenerme, apuntando al teléfono como si hubiera descubierto la mayor traición de la historia.

Carlos, quien ni siquiera se había dado cuenta de que yo había visto su teléfono, se giró hacia mí con una mezcla de sorpresa y una risa nerviosa.

—¿Qué? ¡No, no es lo que piensas! —dijo, levantando las manos como si estuviera bajo arresto.

—¿Ah, no? —lo reté, señalando su teléfono—. Porque veo corazones, Carlos, muchos corazones. No me engañas.

Carlos suspiró, como si supiera que no tenía escapatoria. Se levantó de la cama y se sentó a mi lado en el suelo, su laptop olvidada sobre la mesa.

—Está bien, está bien —admitió, inclinando la cabeza—. Es verdad. Charles y yo... bueno, estamos... saliendo. Pero fue todo muy casual, ¿vale? —Se pasó una mano por el cabello, claramente incómodo—. Todo empezó aquel día que lo acompañé a su casa después de ir a la casa de Max, ¿te acuerdas?

—¡Sabía que había algo raro en eso! —exclamé, dándole un pequeño empujón—. ¡Desde cuando acompañas a gente a sus casas solo porque sí?

Carlos sonrió, resignado.

—Vale, sí. Ese día no fue solo porque sí. Pero no era algo planeado, ¡te lo juro! Terminamos hablando después de nuestras vidas, y bueno... me pidió que lo acompañara porque tenía problemas con su coche. Luego me invitó a tomar algo, y ya sabes, empezamos a hablar más y más.

Me crucé de brazos, disfrutando de la confesión.

—¿Y entonces?

Carlos suspiró de nuevo.

—Entonces... empezamos a quedar más seguido. Al principio solo era para ayudarme estudiar o hablar de tonterías, pero un día me dijo que quería invitarme a cenar. Y así fue como empezó todo. —Se encogió de hombros—. No sé en qué momento pasó, pero... aquí estamos.

—¡Y ni siquiera me dijiste nada! —protesté, dándole otro empujón—. ¿Desde cuándo estás con Charles y me lo ocultas?

Carlos se echó a reír, frotándose el brazo donde lo había empujado.

—No es que lo ocultara. ¡Simplemente no sabía cómo decírtelo! Además, no ha sido tan formal. Y... —bajó la voz, mirando hacia otro lado—. Prefiero mantenerlo bajo perfil por ahora, ya sabes, para que no se enteren todos.

—¡¿Y por eso no fuiste al baile?! —exclamé, recordando cómo había dicho que no tenía pareja.

—Exacto —dijo Carlos, asintiendo con una sonrisa pícara—. Dije que no iría al baile porque... bueno, Charles me invitó a una cita esa noche. Y, sinceramente, ¿quién puede decir que no a una cena con Charles Leclerc? —Se rió, claramente disfrutando de su travesura.

—¡Eso explica todo! —dije, llevándome las manos a la cabeza—. Y yo que pensaba que te habías quedado a jugar videojuegos o algo. Pero no, estabas con Charles, comiendo en algún restaurante bonito mientras todos nosotros estábamos en el baile.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora