XLVII. Ultimos días

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Después de salir del hospital, algo cambió en todos nosotros. Había una sensación en el aire, un reconocimiento silencioso de que el tiempo se deslizaba entre nuestros dedos como arena. No había palabras que pudieran corregir la injusticia de lo que estaba pasando, pero todos parecían haber decidido, sin decirlo en voz alta, que iban a hacer que cada momento valiera la pena. Mis días comenzaron a transformarse en pequeñas aventuras, una sucesión de sorpresas y experiencias que me hacían olvidar por un rato el peso de mi diagnóstico.

Max, sobre todo, se convirtió en mi pilar más firme. Aunque el dolor de la noticia lo había derrumbado, había salido del hospital con una resolución que casi podía tocarse en el aire. Cada mañana, al despertar, lo encontraba ya a mi lado, sonriendo, sus manos acariciando suavemente mi vientre, susurrando palabras que hacían que mi corazón latiera más rápido.

—Buenos días, pecas —decía con su tono cálido, aunque yo podía sentir la preocupación que ocultaba detrás de su sonrisa—. ¿Qué te parece si hacemos el  desayuno hoy en el jardín?

Y cada día, lo que hacíamos se convertía en lo más especial. A veces, salíamos a caminar por el parque, disfrutando de la brisa y del sol, mientras él, con su bastón, se esforzaba por no tropezar conmigo mientras sostenía mi mano. Otras veces, nos quedábamos en casa, y él me sorprendía con algo nuevo: una película que yo amaba, una comida que había aprendido a cocinar para mí, o una pequeña nota que dejaba junto a la cama, diciéndome lo mucho que me amaba. Era en esos pequeños gestos, esas muestras de amor incondicional, donde encontraba consuelo.

Mi esposo había hecho de nuestra casa un santuario de paz y felicidad. Había llenado nuestro hogar de flores, de aromas frescos, y hasta había colgado pequeñas luces que brillaban en la noche, creando un ambiente mágico. En las tardes, nos sentábamos juntos en la terraza, con las manos entrelazadas, mientras escuchábamos el mundo a nuestro alrededor. Él no podía ver las estrellas, pero yo se las describía con detalle, inventando constelaciones solo para él, porque sabía que, aunque no las viera, las sentía a través de mí.

—¿Cómo crees que será nuestro bebé? —me preguntaba a menudo, su voz llena de emoción, mientras acariciaba mi vientre con ternura.

—Será perfecto, Max —le respondía, siempre con una sonrisa, aunque a veces mi corazón se rompía un poco al pensar en el futuro que tal vez no vería—. Será tan hermoso como tú... y espero que también herede tu paciencia.

Max se reía suavemente, pero yo podía sentir la presión de sus manos en mi piel, como si intentara memorizar cada instante, como si el simple contacto pudiera congelar el tiempo. Y en esos momentos, nos quedábamos así, en silencio, compartiendo un amor que no necesitaba palabras.

Mis amigos también se volcaron completamente en mí. Lewis, Nico Carlos, Charles, Sebastian, Alex, Fernando y hasta George, siempre habían sido mi círculo, mi refugio, pero ahora su presencia era aún más constante. Cada día, sin fallar, alguno de ellos aparecía en mi puerta con una excusa para hacerme sentir acompañado, para distraerme de los pensamientos oscuros que a veces se colaban en mi mente.

—¡Checo! —gritaba Carlos desde el umbral de la puerta, con una enorme sonrisa—. Hoy vamos a hacer algo increíble. ¿Estás listo?

A veces me llevaban a dar paseos en auto por la ciudad, recorriendo lugares que me traían buenos recuerdos. Otras veces organizaban pequeñas reuniones en casa, donde las risas llenaban el aire y hacían que me olvidara, aunque fuera por un rato, de la sombra que pendía sobre mí. Fernando, a pesar de ser el más serio de todos, siempre encontraba la manera de traerme algo que sabía que me haría feliz, ya fuera una caja de dulces mexicanos o un libro que había escuchado que me gustaba.

—No vas a leerlo, pero sé que te gusta tenerlo —decía Fernando con su típica voz tranquila, dejándome el libro en las manos.

Y aunque todos intentaban que la vida siguiera su curso, sabía que estaban haciendo un esfuerzo por llenar mis días de luz. Me sentía amado, acompañado, y por sobre todo, agradecido.

¡Hey Pecas! || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora