Capítulo 4: El inicio de algo

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—No me puedo creer que ya sea nuestro último día. Me da una pena tremenda que tengamos que irnos ya... —le digo a Ro mientras termino de meter las últimas piezas de ropa en mi maleta.

–Lo sé, pero aún nos queda todo el día de hoy. ¿Por qué estás haciendo ya la maleta?

—Porque así no tendré que hacerlo mañana a las 5 de la mañana. Qué triste es siempre coger el vuelo más temprano para ahorrar unos euros.

—La vida de los plebeyos, amiga. Pero no te preocupes, algún día nos tocará la lotería y tendremos a alguien que haga las maletas por nosotras.

—Dios te oiga.

—Dios no, los del gobierno.

Mi amiga tiene la teoría de que los políticos amañan la lotería. Yo creo que no, pero viendo cómo está el país, no me sorprendería. Como es nuestro último día y ya hemos visitado todo lo que queríamos, decidimos tomárnoslo con calma. Ro quiere presentarme a los chicos que conoció el primer día, y como la he arrastrado a varios museos e incluso le he explicado mis teorías sobre por qué siento la energía de los cuadros, le cedo el gusto de decidir el plan. No os vais a imaginar lo que viene a continuación.

Hemos quedado con los chicos en una taberna de Calle Granada. Llegamos un poco tarde, porque Ro ha tardado más de lo habitual en arreglarse. Justo cuando estaba a punto de preguntarle, por curiosidad, por qué se estaba esmerando tanto, me he acordado de que viene el chico de ojos azules que le gusta. Por mi parte, me he puesto bastante cómoda, porque no tengo muchas ganas de maquillarme ni de llevar un vestido. Llevo unos pantalones ajustados y una camiseta con la espalda un poco descubierta, me he ondulado el pelo y solo me he puesto un poco de gloss y rímel. Tengo una relación muy tóxica con el rímel; sin él, no me veo bien. Me pasaba lo mismo con la raya del ojo, pero ya no me la hago, solo cuando salgo de fiesta.



Ro saluda a los chicos uno por uno; mientras me los va presentando, se entretiene con el chico de los ojos azules, así que sigo con las presentaciones sola

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Ro saluda a los chicos uno por uno; mientras me los va presentando, se entretiene con el chico de los ojos azules, así que sigo con las presentaciones sola.

—Hola, encantada, me llamo... —me quedo paralizada, sin poder articular más palabras.

—Cuando Ro me dijo que su acompañante se llamaba Mel, pensé que era demasiada casualidad, pero veo que el destino es caprichoso. ¿Cómo estás, rubia?

Siempre digo que soy buena disimulando, pero en este momento no hay forma de ocultar mi sorpresa. Casi se me descompone la mandíbula, y os prometo que no he tocado estupefacientes en mi vida. Vamos, lo que me faltaba: ya con un par de copas de vino me vuelvo un desastre. El chico que me está mirando fijamente, esperando a que responda, no es otro que Teo.

—¿Qué haces aquí? —es lo único que se me ocurre decir, mientras intento recomponer mi rostro.

—Buena manera de empezar una conversación. Yo vivo aquí; la turista eres tú, rizitos.

Los pedazos que (me) dejaste [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora