Capítulo 21: Tú no eres tú

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Me levanto y no sé ni dónde estoy. Estiro la mano hacia la luz que tengo a la derecha de la cama y la enciendo. Miro por la ventana. Es de noche. Miro el reloj que llevo en la muñeca: las nueve. He dormido durante once horas seguidas. Tampoco me extraña, si llegamos a las diez pasadas de la mañana al piso. Tengo todo un poco confuso.

Me pongo las zapatillas de andar por casa y me dirijo al salón, con suerte Ro y Ainoa estarán en la habitación, no me apetece nada socializar, pero esa no es mi mayor preocupación

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Me pongo las zapatillas de andar por casa y me dirijo al salón, con suerte Ro y Ainoa estarán en la habitación, no me apetece nada socializar, pero esa no es mi mayor preocupación.

Al entrar al salón, veo una cabeza con pelo oscuro que reconozco al instante. Un cuerpo cuya silueta me sé de memoria.

—¿Mateo? —pregunto con sorpresa.

—Buenos días... o mejor dicho, noches —responde él, encogiéndose de hombros.

—¿Qué haces aquí? —digo, aún más confundida.

—Pues... me habéis encerrado —contesta con una sonrisa incómoda.

—¿Qué? —repito, esta vez incrédula.

—Llevo desde las cinco de la tarde esperando a que os despertéis —explica, rascándose la nuca—, pero ni tú ni Ro habéis salido de las habitaciones. Me parecía demasiado intrusivo entrar, así que me quedé aquí fuera. Toqué las puertas para ver si estabais despiertas, pero nada. Por cierto, se escuchaban tus ronquidos desde el sofá —añade con una sonrisa.

—No me jodas... ¿Cerramos con llave? —pregunto alarmada—. Lo siento muchísimo, Mateo, debes de estar deseando irte a casa.

—No te creas —dice, restándole importancia—. Me pegué una ducha y me comí las sobras de pizza que teníais en la nevera.

—Ah... —respondo, sorprendida por su paciencia.

—Espero que no te moleste —añade con tono algo inseguro.

—Para nada, faltaría más. Encima que te dejamos encerrado... Pero no recuerdo en qué momento te quedaste a dormir —digo, tratando de unir las piezas.

—Normal —responde, soltando una pequeña risa—, si te tuve que llevar del brazo hasta casa. No te aguantabas en pie.

Me lo creo. Con la cantidad de alcohol que bebimos, no es difícil imaginarlo.

—Bueno, eh... te abro la puerta. Espera, voy a por las llaves —digo con voz algo adormilada, aún intentando procesar todo.

—Claro —responde Mateo, con una sonrisa comprensiva.

Me doy la vuelta y regreso a mi cuarto para buscar las llaves. El dolor de cabeza es insoportable; la resaca me golpea con fuerza.Mientras busco las llaves en la mesita, cojo el móvil por instinto. La pantalla ilumina la habitación y veo que tengo más de setenta mensajes de un número que no tengo agregado. Mensajes borrados y muchas llamadas. Frunzo el ceño.

Los pedazos que (me) dejaste [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora